Cartas al director
La grandeza del silencio
Hay mucho e indebido ruido en el mundo. Los hombres nos movemos en un ambiente con exceso de ruido. Los jóvenes precisan, para su banal, trivial, insustancial y errática vida de esparcimiento de desorbitados ruidos. No es, pues, problema auditivo sino cuestión de existencia, y la existencia precisa de silencios. Las grandes determinaciones de la vida provienen del silencio, han sido precedidas de un gran, profundo y misterioso silencio.
Charles Péguy, el singular poeta francés de quien este año estamos conmemorando el ciento cincuenta aniversario de su nacimiento, lo expresaba de manera admirable en Le porche du mistère de la deuxième vertu: «¡Oh dulce! ¡Oh grande! ¡Oh hermosa noche! Tal vez la más santa de mis hijas, noche del amplio manto, noche del manto estrellado./ Me recuerdas aquel gran silencio que había en el mundo antes del comienzo del reinado del hombre./ Me anuncias aquel gran silencio que habrá después del fin del reinado del hombre, cuando yo haya tomado de nuevo mi cetro en mis manos./ Y pienso algunas veces en ello antes de tiempo, porque este hombre hace verdaderamente mucho ruido./ Pero, ante todo, Noche, me recuerdas aquella noche./ Y me acordaré de ella eternamente.»
Y esa noche, ese gran silencio, es el que le lleva a descubrir a Dios: desde la hora sexta hasta la hora nona el sol se oscureció y la tierra tembló, y el Calvario dio claro testimonio de la máxima expresión de Dolor y del Amor Misericordioso de Dios por los hombres.
Necesitamos, en efecto, del silencio para poder penetrar de manera sigilosa en el ámbito divino que reina en el misterio de la noche: el encuentro sereno, apacible y clarividente, y ya sin celosía, de nuestra alma con Dios nuestro Creador y Salvador.