Estamos en un gran apuro

Normalmente, los ciudadanos de cualquier nación que se precie no suelen ser conscientes de la importancia de su país, hasta que no exista una circunstancia que ponga, por su extrema gravedad, en riesgo la subsistencia de la misma. Un ejemplo de ello podría ser los EE. UU., un país muy peculiar porque está conformado por gente de origen muy dispar, donde no sólo sus antecesores eran aristócratas anglosajones sino incluso de latinos, afroamericanos, entre otras nacionalidades, distintas religiones y culturas. Y de ese amasijo siempre han demostrado su patriotismo en hechos históricos trágicos. En cambio, actualmente, en España, no ha calado mayoritariamente en la sociedad española que estamos sufriendo a un gobierno que, un día sí y el otro también, socava y destruye las bases esenciales que conforman a la nación, y permiten que un presidente sin palabra ni dignidad como responsable político pueda seguir en el cargo. Y no es admisible democráticamente que eso suceda. Y eso es muy peligroso. Decía Ortega que lo peor que le pueda ocurrir a un país no es que tenga un mal gobierno, ya sea de izquierdas o de derechas, sino que el mal esté enraizado en el corazón de la misma sociedad civil que lo consiente y, en parte, lo justifica y apoya. En este sentido hasta que no nos libremos de Pedro Sánchez y de lo que representa, el mal seguirá intoxicando a la estructura de la nación, pudiendo destruirla tras siglos de Historia en común. Y la responsabilidad no será de un mal político o de una casta de políticos, sino de todos nosotros.