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Cartas al director

Carpanta

La RAE define carpanta como, coloquialmente, hambre violenta.

El amor y la religión son palabras desprovistas de sentido para quien padece hambre ya que un estómago hambriento no admite argumentos, discursos ni promesas; Plauto afirmaba que nunca quisiera tener que luchar contra alguien que sufre hambre y una locución coloquial define bien a las claras el hambre extrema como «hambre calagurritana» recordando cuando la actual Calahorra fue sitiada y sometida a un largo asedio por los romanos viéndose obligados sus habitantes a devorar esposas e hijos. Las imágenes de los gazatíes corriendo desesperados para recoger los paquetes con comida lanzados por EE. UU., nos demuestran que ante el hambre las ideologías se difuminan y los enemigos se desvanecen. Vemos esas escenas por televisión mientras hacemos plácidamente la digestión de la alubiada del mediodía o al día siguiente de salir saciados de la sidrería; cualquier motivo es válido para celebrarlo compartiendo mesa y mantel, comiendo como si no hubiera un mañana: banquetes, francachelas, comilonas, etc., siguiendo fielmente el precepto paulino: «Comamos y bebamos que mañana moriremos».

Vivimos en el siglo XXI y desgraciadamente en amplias zonas del mundo sigue galopando el caballo negro cuyo jinete lleva en la mano una balanza y simboliza a la hambruna. El tercer sello del Apocalipsis sigue abierto. ¿De qué nos quejamos en esta parte del mundo?

Francisco Javier Sáenz Martínez

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