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Cartas al director

'Nemine discrepante'

Añoro mi época de estudiante en San Sebastián y de todos los profesores, al insigne y egregio D. Alberto Tamayo, mi director y mentor de lecturas. Él me inculcaba, apremiaba a leer y reflexionar. Uno de los libros de cabecera era y sigue siendo El Espíritu de las Leyes de Montesquieu. Las mismas, no pueden ser la voluntad de un Príncipe, sino que debe primar la virtud política, ergo el amor a la ley y al país; los intereses peculiares y lazos personales deben ceder paso al interés general.

Montesquieu nos recuerda que un ciudadano no debe perdonar siquiera al culpable que más ame cuando el bienestar de la república exige que se le castigue siempre y cuando se demuestre su culpabilidad. La Historia es testigo de qué sucede cuando una parte de la sociedad es declarada enemiga del pueblo, del Estado, de Dios; no debemos permitir que se conculque el sistema de separación de poderes, la única garantía contra el despotismo; dichos poderes no pueden concentrarse en las mismas manos. Actúan como contrapesos ya que entre ellos se contrarrestan y equilibran.

El Cuarto Poder, garante y pilar de la democracia, debe ser plural como la carta de un restaurante, no un menú cerrado y tampoco aplastado por la férula del poder. Tanto la censura como la reprobación tienen las patas cortas y serán derrotados por el aluvión de la libertad. «La censura perdona a los cuervos y se ensaña con las palomas», Juvenal dixit. Nemine discrepante tiene cabida solo en los cementerios y no en una sociedad viva y libre.

Francisco Javier Sáenz Martínez

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