Cartas al director
Gobernar con respeto
Hace no mucho tiempo una de las certezas absolutas que poseíamos consistía en saber que éramos una sociedad libre, liberada de nuestra particular dictadura, aunque no perfecta. Una sociedad emancipada gracias a un esfuerzo colectivo encomiable, que enfrentaba sus defectos asumiendo sus contradicciones. Quizá con una lentitud exasperante, pero habiendo aprendido a intentar corregir nuestros errores gracias a la alternancia en el poder. A su vez, esa alternancia emanaba de la crítica constante de la oposición política y de las valoraciones de unos medios de comunicación múltiples.
La justicia era la garantía de contención de los excesos. La vida mejoró sustancialmente. La participación contradictoria era la clave del éxito al reunir en un crisol todas las ideas, sin menoscabo alguno. Confrontándolas se favorecía su evolución mediante la adaptación y la enmienda. Es lo que le daba -y le da- su fuerza al sistema que elegimos, un sistema democrático representativo. En él cada una de nuestras opiniones encuentra su utilidad llegado el momento, mediante su asunción, matización o descarte, gracias al filtro de una discusión concertada productiva. Pero para ello debe existir y mantenerse una libertad incondicional de expresión sin miedos ni censuras, sin «muros» ni maniqueísmos impostados.
Si se socava esta condición básica acabará imponiéndose una visión uniformadora, al cabo excluyente y finalmente única. A saber, la dictadura moral, social y política de quienes no asumen ni la alternancia ni los defectos ni las contradicciones de los «otros» porque sueñan con una sociedad a su gusto, «regenerada», «limpia», exclusiva para ellos. Entonces, con los demás, ¿qué hacemos? Por eso debemos reflexionar con calma sobre lo que nos proponen aquellos de nuestros semejantes que aspiran a gestionar y gobernar nuestra sociedad. No de sopetón, ausentes del mundo cruel durante cinco días, sino todos los días, sin prisas, mientras cumplimos nuestras obligaciones con profesionalidad y pisamos la tierra con decoro. Después toca votar con conciencia de que todos hemos de convivir con las discrepancias de los demás.
No se trata de reeducar por fuerza de ley a aquellos que nos disgustan, ni de ser iguales por decreto, sino de gobernar para todos, afines y diferentes, con respeto.