Cartas al director
Tambores de guerra
Veraneamos siempre en Covelo, un encantador pueblo de montaña en la Provincia de Pontevedra. Durante mi adolescencia, nuestros padres tenían una forma especial de comunicarse con nosotros: un pequeño silbato con bola. Para mis hermanos y para mí, aquel sonido indicaba zafarrancho, aunque al mediodía, significaba hora del rancho. En otras ocasiones, oíamos repicar las campanas de la iglesia, la otra tecnología del momento. El cura del pueblo agarraba el badajo con su enorme mano de cazo, cansada de dar tantas ostias, y golpeaba las campanas con gran habilidad. Pronto aprendimos a distinguir si era por un incendio, por un muerto o por una misa.
Con septiembre llegaba el regreso al colegio. Tuvimos a un profesor de historia muy entretenido; el hermano Hijosa. No recuerdo su nombre; quizás nunca lo mencionó. Lo que sí recuerdo es cómo, al entrar en clase, aquel jesuita lanzaba su boina desde la puerta y ésta se deslizaba por su mesa hasta la ventana. Era el sonido que anunciaba el comienzo de la clase. Confieso que alguna vez dejábamos la ventana abierta para ver el efecto de la «caída libre de boina». Hijosa desplegaba un mapa del mundo, y después de recorrer el planeta, se detenía en la Unión Soviética proclamando con voz ronca: «Aquí estuvo la División Azul luchando contra el comunismo», para concluir con un «Siberia, tierra de muerte y cadenas».
Hace tiempo que se escuchan tambores de guerra. Son sonidos que no identificamos. Putin lo sabe y cree que Europa está llena de débiles y cobardes y está convencido de que hoy, en lugar de la «División Azul», enviaríamos a la «División multicolor» para defendernos. Quizás no le falte razón. Después de desguazar nuestros ejércitos, llenarlos de mercenarios y suprimir la mili, deberíamos preguntarnos quién va a defender Europa. ¿O seguimos viendo quien gana Eurovisión?