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Cartas al director

Milagro

Johan Paul Friedrich Richter, conocido como Jean Paul, acuñó siglos ha, una frase sucinta pero rotunda: «El más indestructible de los milagros es la fe humana en ellos». La RAE lo define como un hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino.

La sociedad actual tan alejada de la religión y los milagros ve como desde hace años un templo pagano idolatra a su dios; los martes y miércoles, no los jueves, como en la película de José Luís García Berlanga, se producen milagros ante su enfervorizada grey; el oficio es seguido gracias a la televisión por decenas de millones de personas que creen a pies juntillas que el milagro, la maravilla, el prodigio va a hacer acto de presencia y quieren verlo, no que se lo cuenten. El tiempo desgrana con parsimonia los minutos y segundos; los más descreídos, incrédulos, los Santo Tomás de turno están a punto de cantar victoria: no va a haber milagro, pero de repente, los astros se alinean y la historia e histeria se repiten. 'Milagro, milagro' gritan alborozados, gesticulan extasiados abrazándose como si no hubiera un mañana: un volcán en erupción.

Cuando todo parece que acaba, llega la parusía, el advenimiento glorioso del gol postrero que tanto se hace esperar; una epifanía, una catarsis enloquece a los fieles hasta hacerlos levitar. El templo se llama y desde todo el orbe vienen en peregrinación a postrarse ante su altar. Milagros, haylos o ¿Un Expediente X?

Francisco Javier Sáenz

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