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Cartas al director

¡Que viene el lobo!

Cuando no se le ponen puertas al campo, las alimañas se apoderan de él hasta el punto de que incluso los lobos esteparios se sienten inhóspitos en semejante ecosistema. De un tiempo a esta parte, en este sin goznes depauperado desierto político español, un mar de ineficiencias regurgitado en el suculento aprovechamiento parasitario –o lo que es lo mismo vivir a costa de...–, se despliega como quien no quiere la cosa por sus almohadilladas estribaciones.

Unos no se cansan de repetir que 'viene el lobo' y quienes les prestan oídos, atónitos asisten a que los 'lobos' no vienen sino que son otros inclasificables los que han llegado, se han aposentado y bajo ningún concepto consienten ceder territorialidad, excepto si resulta en su propio provecho. Desde sus promontorios, esta nueva especie no se cansa de repetir, pregonar y decir que da hasta la saciedad a la sociedad (el pueblo), pero pocos lo atisban y menos aún 'ven' lo que desde sus cubiles hacen o deshacen los alguaciles dicharacheros; tampoco coligen si se apesadumbran o carcajean a mandíbula batiente de lo mucho con lo que se quedan y de lo fácil que es engatusar a esa adormecida sociedad, haciéndoles creer que todo lo que trajinan es por ella y para ella, aunque lo más ecuánime sea escribir por ellos y para ellos.

En fin, esta duda carpetovetónica entre ella y ellos, vaya en pos del decoro feminista y así zanjar la posible confusión de pertinencia y/o pertenencia, un rasgo al que los lobos no están habituados y sí a saber en todo momento y lugar quién es quién y cuál es su cometido en la manada.

Jesús Arroyo Amor

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