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Editorial

Europa convulsiona

Mientras la derecha no se libere del relato de la izquierda, las opciones radicales de verdad seguirán haciendo muy difícil la alternativa

Actualizada 17:28

El resultado de las Elecciones en Francia no despeja ninguno de los grandes problemas que sufre uno de los motores de Europa y le añade otros nuevos, como la debilidad del movimiento creado por Macron, hoy en minoría y con dificultades para completar el ciclo natural en la Presidencia de la República, hasta 2027.

Si la jugada de Macron de anticipar comicios legislativos fue temeraria, sus consecuencias no pueden ser buenas. Y no lo es, por mucho que se insista en las bondades de haber frenado a Marine Le Pen, haber reforzado un Frente Popular encabezado por un partido radical, la Francia Insumisa, cuyo líder es directamente un peligro público.

Que la Asamblea gala vaya a tener como primera fuerza a una formación capitaneada por un extremista como Mélenchon es una tragedia: reniega del libre mercado, propone recetas económicas asistencialistas, clientelares y ruinosas, es declaradamente antisemita, coquetea con Hamas y con Putin y representa un populismo empobrecedor incompatible con el progreso de su país y, por tanto, de Europa.

Si para frenar a la presunta extrema derecha, que es más un fenómeno de nacionalismo en tiempos de globalismo y se presenta con caras y propuestas tan diversas como la de Orban en Hungría o Meloni en Italia, hay que estimular el blanqueamiento de la extrema izquierda, las consecuencias pueden ser devastadoras.

Y eso es lo que ha hecho Macron, anteponiendo un cordón sanitario a la evidencia de que, por hacerlo, suscribía un relato perverso que recorre toda Europa: el de una izquierda radicalizada, como la de Pedro Sánchez en España, que legitima todas sus alianzas, criminaliza las de sus rivales, solo acepta pactos moderados para conservar el poder y, en la práctica, hace inviable la alternativa.

El Presidente de Francia ha abonado el camino a políticas regresivas, más conectadas con Moscú, Pekín o incluso Teherán que con Bruselas, y lo ha hecho sin establecer un relato alternativo al de los extremos que genere consensos básicos en la política tradicional.

Su reflejo en España es evidente, y muy peligroso, con un PSOE que persigue al PP, busca fórmulas infames para compensar sus derrotas electorales y estigmatiza los razonables pactos que pueda alcanzar con VOX.

El resultado de eso es validar coaliciones con el populismo de Sumar o de Podemos, intervenidas por un separatismo voraz, para implantar una lucha de bloques que justifique, de facto, un cambio de régimen político.

Si en Francia está amenazada la V República, por el incierto panorama creado por los comicios y la posibilidad de tener que adelantar el paso por las urnas para escoger Presidente; en España lo está la Monarquía Parlamentaria por idénticas razones: el auge de fórmulas parecidas al Frente Popular, poco representativas en realidad de las sociedades donde se implantan pero viables por los apaños aritméticos que generan; y un debilitamiento de las opciones alternativas, maniatadas por una pinza perversa.

Europa, en fin, tiene un grave problema. Y no es la ultraderecha, precisamente: se trata de un radicalismo político que apuesta por la demagogia, los enfrentamientos civiles, los dogmatismos ideológicos y la conformación de sociedades subsidiadas fáciles de orientar electoralmente para facilitar, a renglón seguido, un sistema político peligroso, empobrecedor y abolicionista de los valores tradicionales que siempre consolidaron el mayor espacio de libertad y progreso alumbrado por la humanidad.

Los recientes pactos en Europa entre populares y socialdemócratas podrían ser una razonable respuesta si le añadieran dos condiciones: la obligación de trasladarlos al ámbito nacional de cada socio, lo que en el caso de España hubiera apartado a Sánchez del Gobierno y el mandato de asumir, desde esa alianza, problemas objetivos como la inseguridad, la degradación de la identidad o la inmigración irregular. Si no, solo sirven para repartirse el poder y desatender las expectativas y preocupaciones de los ciudadanos.

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