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En primera líneaJavier Rupérez

La hora de esta España

Aunque no hubiéramos leído a Shakespeare sabíamos de memoria lo que Casio le había espetado a Bruto: «La culpa no está en las estrellas sino en nosotros mismos»

Actualizada 01:20

Son varios y graves los problemas que nos aquejan y nadie en su sano juicio quisiera olvidarlos. O reducirlos a minucias circunstanciales. Tampoco nadie en su sano juicio querría hacer de ellos un juicio final a nuestra historia. Y a nuestro futuro. Tenemos los españoles una cierta tendencia a dejarnos arrastrar por un pesimismo colectivo y visceral, cual si de un pueblo dejado de la mano de Dios se tratara. Y entre aquello, la realidad de nuestros males, y esto, el pesimismo existencial, cabe y debe existir un hiato creativo: el que recuerda lo que la ciudadanía fue capaz de recuperar en momentos de incertidumbre crítica cuando parecía que el futuro había dejado de existir. La memoria y el ejemplo de lo que en este sentido supuso para los españoles, y para otros muchos en el ancho mundo, nuestra Transición hacia la Democracia continúa siendo un listón imprescindible. Porque aunque no hubiéramos leído a Shakespeare sabíamos de memoria lo que Casio le había espetado a Bruto: «La culpa no está en las estrellas sino en nosotros mismos».

No es exagerado afirmar que el de Pedro Sánchez es el peor Gobierno que ha tenido España desde que en 1975 el general Franco pasara a mejor vida. Sería injusto el análisis si sobre él cargáramos todas las culpas de lo que la nación padece desde que José Luis Rodríguez Zapatero se hiciera con el poder el 14 de marzo de 2004, tres días después de que islamistas radicales organizaran en la madrileña estación de Atocha la mayor matanza terrorista que se ha producido en Europa en los tiempos contemporáneos. Pero la trayectoria del sanchismo, hecha de oportunismo tactista, incompetencia técnica e inmoralidad compulsiva ha situado al país en una disyuntiva de abatimiento e indiferencia de la que sufre profundamente la misma esencia constitucional. Y la correspondiente entidad ciudadana, que con alarma se pregunta dónde estamos, adónde vamos y dónde acabaremos.

Son deficientes los números económicos, con cifras insostenibles por lo que al déficit y a la deuda se refieren, con un porcentaje de paro muy por encima del que conocen los países miembros de la UE y con estructuras productivas manifiestamente mejorables. El «estilo» Sanchez, de otro lado, se muestra esquivo con la división de poderes, en su permanente acecho a la independencia del poder judicial, en su declarada proclividad a dotarse de una administración elefantiásica y partidista, en el obsceno desdén con que esquiva al Parlamento o mantiene en la obscuridad el camino de sus decisiones. Todo ello arropado con una manifiesta voluntad de hacer del conjunto de la ciudadanía una masa ideológica uniforme en la que priven las tendencias de sus conmilitones y asociados. Entre los cuales, para redondear el oscuro panorama, se encuentran los separatistas de variada lira, los partidarios del terrorismo nacionalista vasco de ETA y los comunistas del viejo y sanguinario estilo estalinista. Son, en definitiva, las políticas de «identidad» las que bajo el mandato del líder socialista están conformando, en desatinos que perciben tanto los de dentro como los de afuera, una realidad estatal mas parecida a las antiguas estructuras tribales, esas que los del PNV reivindican, que a las modernas y eficientes que nuestros socios y aliados en la UE y en la OTAN conocen y que con mayor o menor acierto practican. La de Sánchez no es exactamente la España «patria común e indivisible de todos los españoles» que la Constitución de 1978 establece.

Pedro Sánchez ilustración

Lu Tolstova

Y con todo el socialismo rampante de hoy no tiene el don de la eternidad, mal que le pese al actual inquilino de la Moncloa y a los que siguiendo sus órdenes manipulan los resultados que periódicamente hace públicos el Centro de Investigaciones Sociológicas, ese que ha perdido su inocencia profesional y hoy es retratado, incluso por los medios de prensa más afines, como «el de Tezanos». La España tan profunda como visible está generando una respuesta transformadora cuyos signos más visibles se perciben en la proliferación de movimientos cívicos que en diversas partes de la geografía nacional reivindican la libertad y la igualdad que el texto constitucional ampara al tiempo que solidifican una alternativa de futuro que sepa hacer permanentes los frutos de la Transición y simultáneamente obtener de la experiencia los datos para las mejoras que el sistema necesita: una mejor adecuación del Titulo VIII de la Constitución, por ejemplo. Pero también se encuentran en los millones de ciudadanos anónimos que creyeron en los valores de la diversidad y la consiguiente reconciliación que hace casi medio siglo hicieron posible la inserción de España en el mundo de las democracias modernas y que hoy ven abiertamente atacados sus derechos, sus creencias, sus valores, su misma consistencia vital.

La respuesta, naturalmente, está en la democracia y en la voluntad de los ciudadanos libremente expresada en el correspondiente voto. Y es allí donde se debe conformar el imprescindible protagonismo alternativo de los partidos que, basados en las premisas constitucionales, defienden una visión diferente del país y de sus opciones. Y a ellos corresponde hoy una misión histórica: la de coordinar sus oposiciones, por distantes que puedan aparecer algunas de sus propuestas, para obtener lo que la nación demanda y necesita: un gobierno previsible, fiable, competente, constitucional. Un gobierno de y para todos los españoles. Precisamente aquel del que ahora carecemos. Tenía razón Casio: la respuesta está en nuestras manos.

Javier Rupérez es embajador de España

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