Qué será lo que tiene el blanco
Estamos ante una contaminación del lenguaje políticamente correcto a la prensa: los negros no son negros; son no blancos. Se trata de neutralizar la realidad que se niega a nombrar. Gana la ambigüedad y se oscurece el mensaje
Leo en los subtítulos de un informativo de TVE que los próximos alcaldes de Boston y Nueva York serán no blancos. Es decir, que Michelle Wu, de origen taiwanés o, si se prefiere, de raza oriental, será la alcaldesa de Boston. Y que Eric Adams será el segundo alcalde negro de Nueva York. Busco un poco más y me encuentro el titular de un periódico español: Michelle Wu, primera mujer y persona no blanca elegida alcaldesa de Boston. O sea, que el máximo común denominador sería el de dos personas no blancas. ¿Qué problema hay con los blancos?
Toda expresión en negativo es ambigua por esencia. Son no blancos… pero ¿de qué color son entonces? Porque el blanco es un color. ¿Son negras, son cobrizas, son mulatas…? Tendremos que seguir leyendo para enterarnos. Si buscamos la precisión para que se entienda mejor lo que queremos decir, ¿por qué no Eric Adams será el segundo alcalde negro de Nueva York? O ¿Michelle Wu, de raza oriental, será la primera alcaldesa de Boston? Lo de señalar la raza o el color de la piel no debería suceder si no es relevante en la información. Aquí es relevante, por cuanto tiene de novedad y, al tiempo, de trascendencia social. Lo mismo hubiera sucedido si fuera hispano –o latino–, por ejemplo, en el contexto que se cita. O en el caso de una mujer, cuando llega a la alcaldía por primera vez una persona de su sexo. Es lo mismo.
Si dejamos de llamar a las cosas por su nombre no nos vamos a entender. ¿Alguien llamaría a un blanco o a una blanca persona no negra? No, porque eso no nos daría ninguna pista ni sobre el color de su piel ni de su raza. Y, además, ¿para qué? Esto de personas no blancas responde a un lenguaje encubridor, que sirve para despistar y ocultar. Quiere evitar supuestamente un lenguaje discriminatorio por racista. Pero no es el caso. Aquí, no. Aquí solo es una estupidez.
Estamos ante una contaminación del lenguaje políticamente correcto a la prensa: los negros no son negros; son no blancos. Se trata de neutralizar la realidad que se niega a nombrar. Gana la ambigüedad y se oscurece el mensaje. Decía Georges Orwell que «el lenguaje de la política ha de consistir, sobre todo, en eufemismos, en interrogantes, en mera vaguedad neblinosa». Es decir, que los políticos utilizan el lenguaje a conveniencia, para edulcorar, suavizar o enmascarar realidades: ajustes, por recortes; cese de actividad, por cierre; incremento negativo, por pérdidas; neutralizar, por matar, o interrupción voluntaria del embarazo, también IVA, y, a veces, reducción embrionaria, por aborto. Para el poeta mexicano Amado Nervo, «nada más que con dar a las cosas su verdadero nombre, se produciría la revolución moral más tremenda que han visto los siglos». Sustituimos las palabras corrientes por un lenguaje de diseño políticamente correcto.
Cita Darío Villanueva, exdirector de la Real Academia Española (RAE), en su último libro, Morderse la lengua, la definición de political correctness del Random House Webster´s College Dictionary como la adhesión a una ortodoxia tópicamente progresista en lo tocante especialmente a «race, gender, sexual affinity or ecology». Y explica, más adelante que «la corrección política nace del rechazo a determinadas expresiones que designan realidades ingratas consideradas como tales por un grupo étnico, racial, religioso, político, ideológico o sexual». La realidad es que se degrada el lenguaje y se defrauda la expectativa de quienes desean conocer la verdad.
En los años ochenta del siglo pasado surgió un movimiento en las universidades americanas para deconstruir el canon literario, filosófico y artístico, dominado por el racionalismo eurocentrista, e incluir a representantes de las minorías invisibilizadas hasta entonces, especialmente las mujeres y los no blancos. Había que revisar la enseñanza de la Historia, promover la igualdad sexual y racial incluso por medios de discriminación positiva, y «poner el lenguaje al servicio de todas estas causas, introduciendo en la comunidad universitaria códigos políticamente correctos de conducta y, sobre todo, de expresión». Tomará carta de naturaleza la llamada cultura del victimismo. Su consecuencia: el triunfo del eufemismo.
Javier Badía es periodista