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Andrés Muñoz Machado

No todo es el turismo

Hasta ahora, la mayor fuente de riqueza de un país era su industria. La pregunta es si podrán lograrse niveles similares de riqueza sustituyéndola exclusivamente por servicios

Actualizada 01:30

Un buen indicador de la salud de la economía española, la Balanza de Bienes y Servicios, tradicionalmente deficitaria, ha venido teniendo superávit a partir de 2011. Ello, de un lado, por la mejora en las exportaciones de bienes y, de otro, por el aumento de las exportaciones de servicios de alto valor añadido, como pueden ser los de ingeniería, consultoría, finanzas, telecomunicaciones, que se añaden a la exportación tradicional de servicios turísticos. La tendencia parece ir al alza pero todavía no se puede asegurar que se trate de un cambio permanente.

Turismo

Lu Tolstova

La industria se ha venido considerando como motor del desarrollo y fuente de riqueza de las naciones. En nuestros días, sin embargo, el papel que están jugando los servicios en la actividad económica ha hecho que muchos se pregunten si estos pueden sustituir a la industria como generadora de renta, de bienestar. Algunas de las razones que esgrimen los que así piensan se glosan a continuación.

La producción total de un país, lo que se denomina el PIB, se considera la suma de lo producido por los sectores Agrícola, Industrial y Servicios. Las proporciones que se corresponden a cada uno, en un país de alto desarrollo, pueden ser 5%/20%/75%, proporciones que vienen a corresponderse con el nivel de empleo en cada uno de ellos. La puesta en el mercado de un producto comporta no solo el empleo de máquinas sino además la prestación de servicios, como compras, ventas, finanzas, contratación de personal, ingeniería, diseño, salud, educación... Todos ellos se corresponden con actividades que se ejecutaban dentro del edificio de la fábrica, y cuyo coste se incorporaba al del producto, sin separar la contabilización, lo que daba lugar a que se desconociera el valor de los servicios.

La aparición de la digitalización ha hecho más fácil la contabilización separada de los servicios. Así, ha sido posible disponer de datos como los siguientes:

–En la producción de automóviles o de teléfonos móviles alrededor de un 50 % o más de las tareas que se realizan son servicios.

–Se estima que las mercancías fabricadas en la UE-27 y EE.UU. contienen entre un 35 %-40 % de servicios.

–La proporción de servicios en los bienes exportados por España es del orden del 59 %.

–La OCDE, analizando una muestra de países que incluía todos sus miembros, concluyó que el 37 % de las exportaciones de manufacturas son en realidad servicios.

–Se estima que, en los países industrializados, entre un 25 % y un 60 % del empleo en las manufacturas corresponde a los servicios.

Un segundo hecho hizo todavía más fácil la desagregación de los servicios. Se formaron empresas que prestaban a los fabricantes los servicios que estos realizaban con sus medios en la fábrica. Por ejemplo, se contrataba a una empresa externa el mantenimiento de las instalaciones o la confección de la nómina. La práctica se extendió, ya que, la externalización de los servicios, así dio en llamarse su compra a terceros, ahorraba costes y aumentaba la competitividad. Algunos subsectores de servicios han llegado a situar su productividad al nivel de las manufacturas.

Una consecuencia más de esta desagregación es el crecimiento de las exportaciones de servicios y de que países menos desarrollados industrialmente destaquen por su sector servicios. Casos conocidos son el de la India y Pakistán en software; el de los denominados «Leones Africanos» (Etiopía, Ghana, Kenya, Mozambique, Nigeria y Sudáfrica) en servicios de bajo valor añadido; el de Panamá como nudo de comunicaciones y finanzas; Grecia, como transporte marítimo; Dubái como plataforma logística; el turismo de un modo generalizado.

El comercio internacional de mercancías es de unos 18,9 billones de dólares al año, correspondiendo alrededor del 52 % a los países desarrollados y el 42 % a los países en vías de desarrollo. El comercio internacional de servicios es de unos 6 billones de dólares, correspondiendo el 68 % a los países desarrollados y el 32 % a los en vías de desarrollo. Los mayores exportadores de servicios son países como Estados Unidos, Alemania y Francia, que poseen una industria importante.

El tercer hecho es el fenómeno de la «servitización», la palabra más adecuada en español parece que está por elegir, que consiste en vender los productos industriales como si fueran un servicio o, dicho de otro modo, atender a las necesidades del cliente suministrándole un «paquete» formado por productos y servicios. Así, en lugar de vender unidades de ferrocarril se vende asesoría para crear redes de transporte; en lugar de vender ordenadores se vende asesoría para instalar software, colaborar a la solución de las dificultades de funcionamiento del ordenador y sustituirlo por otro más avanzado, cuando proceda.

La digitalización, externalización y «servitización» están modificando de modo muy importante las políticas de marketing y de comercialización de muchas empresas. A la vez, permiten la participación en el comercio internacional e interior de muchas pequeñas compañías, con inversiones muchas veces relativamente pequeñas, con personal muy creativo capaz de hacer evolucionar lo que se creía una tarea o producto o servicio ya consolidado, ya inmejorable.

Hasta ahora, la mayor fuente de riqueza de un país era su industria. La pregunta es si podrán lograrse niveles similares de riqueza sustituyéndola exclusivamente por servicios. La respuesta es que posiblemente no pero, como señala el Banco Mundial, lo que si puede que ocurra, o que esté ocurriendo, es que los artífices de las políticas de transformación y recuperación habrán de impulsar a la vez a la industria y a los servicios, armonizando su producción . A ello habrá que añadir la mejora en las regulaciones y acuerdos sobre el tráfico de servicios, cuya negociación se ha mostrado especialmente complicada, sirva de ejemplo lo ocurrido en la Ronda de Doha, celebrada por la Organización Mundial de Comercio, y en la propia Unión Europea.

  • Andrés Muñoz Machado es doctor ingeniero Industrial
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