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En Primera LíneaJavier Junceda

Verdades judiciales

Ahora es el sentimiento de culpa, la verdad o la Justicia lo que centra la atención del legendario realizador californiano. Utiliza para ello a un protagonista atormentado por un dilema moral del que depende su vida

Actualizada 01:30

Clint Eastwood lo ha vuelto a hacer. Su última película, Jurado Nº 2, penetra de nuevo en los sentimientos humanos más profundos. De sus cuarenta cintas dirigidas, pocas se alejan de esa intención, tan sugerente para el espectador. En Tren a París, por ejemplo, retrata a unos héroes que de jóvenes fueron una calamidad en sus estudios, tal vez por padecer a docentes que trataban a sus alumnos como ganado, ignorando el diferente grado de madurez de unos y otros. La formación cristiana de esos chavales en la infancia les sirvió para desbaratar años después una matanza terrorista camino de París, jugándose el pellejo. En Sully, afronta de forma insuperable el proceder a la defensiva, esa lacra de nuestro tiempo. El valeroso piloto que ameriza en el Hudson salvando la vida a centenar y medio de pasajeros debe vérselas luego con un implacable juicio ante la autoridad del transporte, que le recrimina no haber valorado alternativas a priori menos arriesgadas, que habrían resultado catastróficas.

Verdades

Lu Tolstova

Ahora es el sentimiento de culpa, la verdad o la Justicia lo que centra la atención del legendario realizador californiano. Utiliza para ello a un protagonista atormentado por un dilema moral del que depende su vida. Y la del acusado por un crimen que jamás ha cometido. Aunque recuerde en ocasiones a Doce hombres sin piedad, este filme con el que Eastwood pone el broche final a su larga carrera cinematográfica proyecta diferentes horizontes y perspectivas.

Una cadena perpetua a un inocente no logra persuadir a quien conoce la realidad de los hechos y debe intervenir en su juicio como jurado. Ni la religiosidad que le rehabilitó de la alcoholemia resulta suficiente para impulsarle a revelar que él pudo haber sido el responsable de la muerte que se achaca al imputado. El miedo a padecer el efecto de la justicia en sus propias carnes, y alterar su plácida historia familiar, bastan para impedir que la verdad aflore, a pesar de sus remordimientos.

El eterno dilema de la veracidad real y la judicial encuentra en esta producción un formidable reflejo. Quienes frecuentamos los juzgados sabemos algo de eso. Como en esta obra maestra a Eastwood, existen sumarios que a veces desembocan en decisiones injustas, donde pagan justos por pecadores. Pero también es cierto que hay operadores jurídicos que se empeñan contra viento y marea en que coincidan la verdad auténtica y la declarada por los tribunales, como la encarnada en esta película por la fiscal del caso, pese a que defendiera en la sala la culpabilidad del procesado.

Esta fractura entre la certeza innegable y la resuelta por un juez suele encontrar en los llamados sesgos cognitivos un inmejorable caldo de cultivo. Hablo de métodos o estrategias empleadas para analizar la realidad que permiten simplificarla de cara a alcanzar rápidamente respuestas. Entre ellos sobresale el sesgo de confirmación, por el que se buscan pruebas y argumentos para confirmar la idea inicial que se tiene sobre determinado asunto, ignorando todo lo demás, cuando la toma de decisiones debiera de abordarse justo al revés.

Indudablemente, los famosos algoritmos podrían estar en perfectas condiciones de eliminar esos indeseables sesgos tan característicos en los seres humanos a la hora de juzgar, siempre que se diseñen para emitir veredictos ajustados a la completa veracidad de las cosas. Pero más bien cabría apelar aquí a la responsabilidad e integridad de quienes tienen la delicada misión de enjuiciar, que lo debieran hacer alejados de filias y fobias, de prejuicios, de temores sobre las consecuencias económicas, mediáticas o políticas de sus fallos, o, en fin, de la pinta buena, mala o regular del que se les pone delante para escuchar una resolución acorde a derecho.

En Jurado N.º 2, solo un policía jubilado advirtió del sesgo de confirmación que habría de llevar a la cárcel hasta sus días finales al inculpado. Los restantes partícipes del proceso siguieron idéntico guion a la hora de avanzar pronto hacia una decisión que habían tomado de antemano, incluido el verdadero culpable, que vence finalmente a sus escrúpulos, optando por sumarse al castigo unánime al que nada había hecho.

Sin duda, Eastwood se suma con esta joya a los grandes Wilder, Lumet, Preminger o Mulligan, autores del mejor cine de tribunales.

  • Javier Junceda es jurista y escritor
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