Quo Vadis, Polonia?
El nacionalismo populista que hoy desgraciadamente gobierna Polonia no cesa de retar a los valores y a los sistemas que patrocina y defiende la Unión Europea
En el principio, fueron la Alemania nazi y la URSS estalinista las que desencadenaron la Segunda Guerra Mundial al invadir Polonia en 1939. Era el final de la corta independencia polaca, comenzada en 1919 de acuerdo con la Paz de Versalles y tras la I Guerra Mundial. Antes habían transcurrido doscientos años en que la nación polaca y sus miembros se vieron privados de cualquier atisbo de identidad estatal y repartidos entre alemanes, austrohúngaros y rusos. Sin olvidar la intromisión napoleónica en el llamado Ducado de Varsovia y los servicios que los polacos se vieron obligados a prestar al corso en sus campañas imperiales por el continente europeo desde Moscú hasta Cádiz.
Si alguna razón tuvieron los Schumann que en el mundo han existido para lanzar la idea de una Europa unida, y fueron muchas las que acompañaron, la principal estuvo y sigue estando en procurar que aquella triste y trágica historia que había tenido a Polonia como centro de los impulsos bélicos y autoritarios no se volviera a repetir. Y con ello evitar que de nuevo, como recuerda el Preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas, tuviera otra vez lugar «el flagelo de la guerra» que habían sufrido dos generaciones sucesivas.
En el mundo que vivimos, derrotada la Alemania nazi, desaparecida la Unión Soviética, reforzado el sentido de la pertenencia europea y atlántica en agrupaciones políticas, económicas y de seguridad como son la Unión Europea y la OTAN, los países del viejo continente, y entre ellos Polonia, tienen importantes razones para confiar en un presente y en un futuro de entendimiento y cooperación en todos los terrenos de la necesidad humana. Y con ello razones de peso para confiar en un futuro sin guerra, sin agresión, sin genocidios, sin dictadura. En un futuro estable y en paz.
Pero al nacionalismo populista que hoy desgraciadamente gobierna Polonia ello no le basta y en consecuencia no cesa de retar a los valores y a los sistemas que patrocina y defiende la Unión Europea, en búsqueda de una tan burda como inexplicable violación de los términos en los que el país accedió al sistema tras haber sido terreno ocupado por las huestes estalinistas desde 1945 hasta 1991. La última de tales groseras artimañas ha registrado una sorprendente decisión del Tribunal Constitucional en Varsovia afirmando la supremacía del derecho local sobre el comunitario y en consecuencia pretendiendo negar la efectividad de las sanciones que la UE había desgranando al contemplar el progresivo deterioro de la independencia judicial en manos del Ejecutivo.
Tienen razón los que se preguntan si en vista de tal sucesión de retos a las bases de la construcción europea lo que pretende el nacionalismo populista polaco se resume en dos palabras: abandonar la UE. Lo que hoy los medios de comunicación califican el «Polexit». A la manera del enloquecido «Brexit» de los bufones que controlan la política del Reino Unido. Y por múltiples razones sería algo de profunda lamentación. Para los que creen, creemos, en las virtudes de una Europa unida. Y desde luego para los que creen, creemos, en una libre, democrática y próspera Polonia definitivamente anclada en sus destinos continentales.
De otra manera, ¿qué es lo que pretenden los populistas varsovianos de esta aciaga hora? ¿quedar de nuevo al albur de las aviesas intenciones de sus poderosos vecinos al Este y al Oeste de sus fronteras? ¿dejar de percibir las sustanciosas ayudas económicas que la UE ha derramado sobre el territorio durante los últimos años? ¿o simplemente convertir de nuevo el suelo de la «semper Polonia» en materia para la sangre, sudor y lágrimas de propios y ajenos?
Es esta una hora complicada para los socios de la Unión y los amigos de Polonia. Todos tienen la inescapable tarea de hacer volver en razón a los disparatados responsables gubernamentales que todavía rigen los destinos de la nación. Y, esperando que próximas ocasiones electorales la ciudadanía polaca prescinda de tan nefasta cohorte, bueno será recordarles lo poco que la patria de Chopin ganaría con tales elementos: recuerdan aquellos jinetes que atacaban a los españoles en Somosierra en 1808 alabados por Napoleón aunque pelearan «borrachos como polacos». Y es que, en verdad, parecen poseídos por la ceguera que produce el fervor etílico.
Javier Rupérez es embajador de España.