Uno menos, me temo
Pido, si es posible, poder rematar algunos proyectos y estar bien una buena temporada con los míos. Por lo demás, cuando toque, marcharemos «ligeros de equipaje» como dijo el poeta inolvidable
A mí ya me gustaba Portugal desde antes que fuera el país que nos está adelantado por la derecha con un Gobierno de izquierdas y con políticas de centro. Con sus defectos y virtudes saben ofrecer su maravilloso balcón al Atlántico con esas vistas que te paran la respiración; brisas que cuentan historias de los más audaces marinos que el mundo vio y sus aventuras de ultramar (para el que las sepa escuchar).
Portugueses sagaces, recientemente, han añadido una estructura fiscal que hace muy atractivo instalar allí cuerpo, mente y haberes… Mirando hacia el oeste. Dando la espalda a donde te increpan si llegas (el que llegue) un poco saneado a fin de mes. Me dicen algunos conocidos que marchan a Portugal porque les parece muy melancólico y muy inspirador. Así, de repente, se han vuelto unos cuantos como muy trascendentes.
Es cierto que el portugués, más el de la costa, quizá por el abrazo permanentemente de las corrientes y de los vientos tiene un carácter peculiar, algo pesimista, de ese tipo de los de «si algo puede salir mal…», pero adorable gente. El tiempo, ese que se va, lo ve de una forma algo distinta a los demás.
Alguno de mis amigos de allí, cuando llega su cumpleaños, le felicitas y va y te dice: «Uno menos». No puede haber nada más melancólico como el vivir sabiendo que todo momento, incluso mientras se leen estas líneas, nos acerca más a liberarnos de tener que pagar impuestos definitivamente.
Con los años va uno migrando de aquellos anhelos de que el tiempo ansiosamente pase (para que llegue el verano o para que llegue el invierno, para que llegue la hora de bañarse en el río o para que llegue la hora de encontrarte con la pasión de juventud…) para, al contrario, que todo transcurra más lentamente. Incluso, que el tiempo se detuviera si fuera posible en ciertos momentos, porque lo que ha de venir raramente sorprenderá. No hay nada como ese instante crecido hasta lo majestuoso en el que parece que todo al fin se junta en una décima de segundo de perfección.
Alguna vez con las emociones de la juventud le pedí al horizonte que nos regalara otro día, como aquel, de verano. Luego se me olvidaba echar las cuentas de qué pasó.
Lo de «uno menos» es lo que le noto a mi viejo despertador últimamente. Es antiguo, de esos de la temporada tres o así de alguna serie de la tele. No se ve la hora en el techo ni nada de eso. Me despierta la radio, dando leña a los de siempre. Nada mejora. En los últimos tiempos me parece que pesa menos. Lo siento más ligero.
Es ese despertador que camina despacio en las noches difíciles donde nada encuentra su sitio y no se encuentra la paz para dormir; lo ves cada vez que das la vuelta, el mismo que parece que ha volado porque no hace nada que cerraste los ojos y ya está ahí llamándote para ponerte en marcha y que buena parte de las horas del trabajo se las puedas dedicar al erario público.
Y me dio por pensar que después de tantos años que llevamos juntos, tan cerca, que tiene dentro el tiempo que queda y me inquieta pensar si ese tiempo que queda es el suyo o el mío. Procuro no tocarlo mucho porque lo siento liviano y frágil. Espero que no tenga ninguna fuga (de tiempo, claro).
Esta idea del tiempo en fuga me acompaña a ratos, quizá porque estamos en otoño. No me preocupa ya que unas cuantas cosas ya están hechas. Pido, si es posible, poder rematar algunos proyectos y estar bien una buena temporada con los míos. Por lo demás, cuando toque, marcharemos «ligeros de equipaje» como dijo el poeta inolvidable.
Y la verdad es que me tensa un poco (por no decir que me jode) el ver esos relojitos de cuenta atrás. Como el que hemos visto cada día con la cuenta atrás para la Copa del Mundo de Qatar. No me importa demasiado esa Copa del Mundo pero sí que me creaba desasosiego ver lo rápido que iba el relojito (¿tendré mal la tele?).
«Cómo se pasa la vida, como se viene la muerte tan callando…». Poeta Manrique: Vd. abrió la puerta y se asomó.
- Tino de la Torre es empresario y escritor