Una casa sin cimientos
Saber que Dios existe nos configura como seres humanos dignos no por sus méritos, sino por el amor del Creador. No podemos ser esclavizados, marginados, explotados porque somos hijos de Dios
«Una sociedad sin espiritualidad es como una casa sin cimientos». Me ha impresionado esta frase del famoso psicólogo Javier Urra en una entrevista publicada en Alfa y Omega (nº 1270). Toda la entrevista respira una valoración muy grande de la espiritualidad hasta afirmar que es un elemento consustancial al ser humano: «Creamos o no creamos en algo o Alguien más allá de nosotros, tenemos un anhelo de transcendencia que necesitamos llenar. La espiritualidad es parte consustancial del ser humano desde los tiempos de Atapuerca». Y en otro momento subraya: «Somos seres físicos, sociales, culturales… pero también espirituales».
En consecuencia señala una necesidad: «Hace falta en la Iglesia católica una mayor pedagogía sobre su aportación al mundo de la espiritualidad». Es de vital importancia en nuestros días. Porque «una sociedad sin Dios y sin esperanza se convierte en una sociedad en la que aumentan la prostitución, la droga, la violencia…». Y en último término: «La fe religiosa te ayuda a vivir mejor y a sobrellevar los sufrimientos y la perspectiva de la muerte». Los sufrimientos y la misma muerte pierden su capacidad de inquietar al ser humano cuando se viven desde la fe, es decir, en unión con Jesucristo que ha sufrido la muerte por nosotros y nos ha abierto el camino de la vida plena y feliz por su resurrección.
El cardenal Robert Sarah corrobora estos planteamientos: «En un mundo donde el materialismo consumista dicta los comportamientos, la vida espiritual nos implica en una forma de disidencia. No se trata de una actitud política, sino de una resistencia interior a los dictados de la cultura mediática». En este contexto, «el Evangelio no nos promete un ‘desarrollo personal sin esfuerzo’, como muchas de las pseudo–espiritualidades de pacotilla que abarrotan los estantes de las librerías, sino que nos promete la salvación, la vida con Dios». De esta forma, «vivir la vida misma de Dios supone una ruptura con el mundo».
En la entrevista que le hace Charlotte d’Ornellas y que ha publicado Valeurs Actuelles no duda en afirmar: «Sin la vida espiritual, no somos más que animales infelices». «La espiritualidad no es una colección de teorías intelectuales, sino la vida de nuestra alma». Y asegura: «La vida, si no es espiritual, no es realmente humana; se convierte en una triste y angustiosa espera de la muerte, o en huida hacia el consumo materialista». Se trata de una vida que requiere de silencio, uno de los temas preferidos del cardenal Sarah. «El silencio es el primer paso en esta vida verdaderamente humana, en esta vida del hombre con Dios».
Negar la transcendencia supone caer en la intrascendencia. Para evitar ser un juguete en manos de los que adoran el dinero y el poder. Saber que Dios existe nos configura como seres humanos dignos no por sus méritos, sino por el amor del Creador. No podemos ser esclavizados, marginados, explotados porque somos hijos de Dios. Y tenemos una dignidad que nada ni nadie nos puede arrebatar. Y, por esa misma fe, no podemos esclavizar, marginar ni explotar a nadie. Como hijos de Dios somos hermanos de todos los hombres destinados a vivir entre iguales, unidos en el amor sacrificado de unos por otros. Lo contrario es la barbarie.
El famoso teólogo jesuita Karl Rahner se expresaba así: «La espiritualidad del futuro será y seguirá siendo una espiritualidad del sermón de la montaña y de los consejos evangélicos, en una protesta continuamente necesaria contra los ídolos de la riqueza, del placer y del poder. La espiritualidad del futuro será una espiritualidad de la esperanza y de la afirmación de un futuro absoluto, en la que el hombre tendrá que deshacer continuamente la ilusión de poder establecer en este mundo y en el curso de su historia, con su propia fuerza e inteligencia, el reino eterno de la verdad y de la libertad. La espiritualidad del futuro conservará siempre la memoria de la piedad del pasado y considerará sin sentido, inhumana y no cristiana la opinión de que también la piedad del hombre tendrá que comenzar continuamente de cero, sin ninguna vinculación con la historia, consistiendo puramente en revoluciones salvajes».
- Manuel Sánchez Monge es obispo de Santander