Benedicto XVI: buscador infatigable de la verdad
Con el don de la palabra hablada y escrita que recibió como don de Dios, nos ha mostrado con claridad la profundidad del misterio de Dios
Así le calificó san Juan Pablo II, un amigo que le conocía a fondo. En su autobiografía «Mi Vida» explicaba él mismo que «colaborador de la verdad» viene a ser como la síntesis de su programa de vida. «Porque con todas las diferencias que se quieran se trataba y se trata siempre de lo mismo: seguir la verdad, ponerse a su servicio. En el mundo de hoy, el argumento de la verdad casi ha desaparecido, porque parece demasiado grande para el hombre. Sin embargo, si no existe la verdad todo se hunde».
Efectivamente, la búsqueda de la verdad ha sido el empeño vital e intelectual de Joseph Ratzinger primero y de Benedicto XVI después. Ha reivindicado permanentemente la capacidad de la razón humana de acceder a la verdad y, en consecuencia, su insustituible y valioso papel en el acto de fe y en la auténtica vivencia religiosa y reflexión teológica.
Uno de los mayores males del mundo contemporáneo consiste en olvidar la verdad de Dios y la verdad del hombre. Por eso constantemente el Papa Benedicto ha denunciado la «dictadura del relativismo», según el cual no hay verdades absolutas, todas son opiniones. Por lo tanto, podemos pensar y hacer lo que nos parezca. El relativismo, bajo el señuelo de una libertad sin límites, acaba encerrando al ser humano en la cárcel de su yo y de sus caprichos. La dignidad de la persona y sus derechos inalienables, la verdad libertad sólo son posibles, según Benedicto XVI, si se cimientan en la verdad de Dios y en la ley inscrita en la naturaleza humana, como cimiento y fundamento último. «Solamente un humanismo abierto al Absoluto –escribía en Caritas in veritate– nos puede guiar en la promoción y realización de formas de vida social y civil –en el ámbito de las estructuras, las instituciones, la cultura y el ethos–, protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento». El quehacer fundamental de un cristiano es hacer la verdad en la caridad. Porque «la caridad sin verdad sería ciega; la verdad sin caridad, sería como un címbalo que retiñe». «La libertad –decía en Alemania el 2011– necesita de una referencia a una instancia superior. El que haya valores que nada ni nadie pueda manipular, es la auténtica garantía de nuestra libertad. El hombre que se sabe obligado a lo verdadero y al bien, estará inmediatamente de acuerdo con esto: la libertad se desarrolla sólo en la responsabilidad ante un bien mayor. Este bien existe sólo si es para todos; por tanto debo interesarme siempre de mis prójimos. La libertad no se puede vivir sin relaciones».
Con el don de la palabra hablada y escrita que recibió como don de Dios, el Papa Benedicto nos ha mostrado con claridad la profundidad del misterio de Dios, explicando la fe de la Iglesia en su integridad y sin herir o provocar polémicas. Con inteligencia y mansedumbre. Ha proclamado la verdad con fuerza y dulzura a la vez, tratando también de suscitar la alegría de la verdad. No hay alegría más grande que aquella de encontrar que Dios es, al mismo tiempo, verdad y vida y la alegría de un Dios que se dona por entero.
En sus casi ocho años de ejercicio del ministerio papal y en su silencio orante de Papa emérito ha subrayado que la Iglesia en Europa sufre ‘una crisis de fe’ y sin la renovación de la fe «todas las demás reformas serán ineficaces». Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida para que se convierta en algo presente y no una reliquia del pasado. Ahora bien, a ello no ayuda adulterarla, sino vivirla íntegramente. Nuestra tarea es testimoniar juntos la presencia del Dios vivo y dar así al mundo la respuesta que necesita. Por esto convocó el Año de la fe con el propósito de que nuestra fe fuera purificada, fortalecida y comunicada con entusiasmo. Por otra parte, la seriedad de la fe en Dios se manifiesta de una forma muy concreta, en el compromiso por el hombre, que Dios quiso a su imagen.
Escribí hace tiempo y hoy lo afirmo con más convencimiento que Benedicto XVI, sabio y humilde, apacible y firme, sereno y luminoso, prudente y audaz, se suma, con pleno derecho a la constelación de santos Pastores de la Iglesia Católica los papas Juan XXIII, Pablo VI, y Juan Pablo II. Su gran altura intelectual, su hondura religiosa, su calidad humana, su corazón de Buen Pastor, su agudeza de juicio han sido una garantía sólida y una referencia segura en tiempos de relativismos y de zozobras en la Iglesia y en el mundo.
Pedimos al Señor que recompense sus trabajos, sus sufrimientos y su largo tiempo de oración. Que desde el cielo siga sosteniendo nuestra fe y nuestra esperanza. Y que nosotros podamos seguir sus pasos de humildes y valientes.