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TribunaJosep Maria Aguiló

Un pálido punto azul

«Es nuestro hogar. Somos nosotros. En él, todos aquellos a los que queremos, todos aquellos a los que conocemos, todos aquellos de quienes alguna vez hemos oído hablar, todos los seres humanos que han existido, han vivido sus vidas»

Actualizada 09:40

El primer selfie interestelar de la historia nos lo hicimos a nosotros mismos hace ya algo más de treinta años. La autora de ese primer autorretrato cósmico fue la sonda espacial Voyager 1, que el 14 de febrero de 1990 se giró sobre sí misma e hizo la fotografía más lejana de la Tierra tomada desde el espacio, cuando estaba casi a punto de abandonar el Sistema Solar. Esta lejana imagen de nuestro planeta fue fotografiada a unos 6.000 millones de kilómetros de distancia.

Esa fotografía inspiraría, unos pocos años después, el libro Un punto azul pálido, del gran científico, divulgador y escritor Carl Sagan, que millones de españoles conocimos en los años setenta gracias a su excelente serie Cosmos. Además del citado libro, Sagan editó también entonces un vídeo denominado igualmente Un punto azul pálido, que hoy podemos seguir viendo y disfrutando gracias a las redes sociales. La elección del título del libro y del vídeo no pudo ser más acertada, pues cuando uno contempla con detalle aquella imagen tomada por la Voyager 1 percibe con claridad que, efectivamente, apenas somos poco más que un diminuto «punto azul pálido» en la inmensidad del cosmos.

«Debido al reflejo de la luz del sol sobre la sonda, la Tierra parece estar sobre un haz de luz, como si se tratase de un mundo con una especial significación, pero es sólo un accidente geométrico y óptico», decía Sagan al inicio de ese fascinante vídeo, en el que esencialmente reflexionaba sobre el lugar físico que ocupa nuestro mundo en el universo y sobre el sentido de nuestras propias vidas en él. Y lo hacía con su habitual maestría, profundidad y claridad expositiva.

«En esta imagen –la de la Voyager 1– no hay señal alguna de seres humanos, nada de nuestro trabajo sobre la superficie, ni de nuestras máquinas, ni de nosotros mismos», proseguía, reconociendo que desde la lejanía de otros sistemas solares o de otras galaxias nuestro planeta sólo debe de parecer también poco más que un «oscuro y solitario trozo de roca y metal».

Y así fue literalmente durante millones de años, hasta la milagrosa aparición de la vida y de los seres humanos en el pálido punto azul en el que vivimos. «Consideremos de nuevo este punto. Eso es aquí. Es nuestro hogar. Somos nosotros. En él, todos aquellos a los que queremos, todos aquellos a los que conocemos, todos aquellos de quienes alguna vez hemos oído hablar, todos los seres humanos que han existido, han vivido sus vidas», explicaba también Sagan en ese vídeo con suma calidez y emoción.

Esa reflexión preliminar le daba pie a afirmar seguidamente que, a lo largo de los siglos, han vivido en nuestro planeta millones de seres humanos, que unas veces han sido antagónicos entre sí y que otras veces se han complementado en diverso grado y medida. Así, recordaba que en el marco de la historia de nuestra especie ha habido cazadores y recolectores, héroes y apocados, creadores y destructores de civilizaciones, reyes y plebeyos, niños con esperanza y parejas de enamorados, padres y madres, inventores y exploradores, profesores de ética y políticos no del todo honestos, superestrellas y líderes supremos, y por supuesto también santos y pecadores.

A continuación, Sagan hacía referencia a una de nuestras mayores lacras desde los orígenes de la humanidad, las guerras, denunciando los «ríos de sangre» derramados una y otra vez por aquellos generales y emperadores que deseaban conseguir la «gloria» y ser los «amos momentáneos» de una minúscula fracción de nuestro diminuto y casi imperceptible punto astral. «Nuestras posturas, nuestra imaginada importancia o la ilusión de que tenemos una posición privilegiada en el universo son desafiadas por este pálido punto azul», reconocía más adelante, para reiterar que «nuestro planeta es una mota solitaria en la enorme y envolvente oscuridad cósmica».

En ese contexto interplanetario, no especialmente luminoso ni radiante, nuestro autor nos contaba también en aquel vídeo que, por ahora, no existe ningún indicio sólido de que desde el exterior vaya a llegar algún tipo de ayuda para salvarnos de nosotros mismos. De hecho, la Tierra es por el momento el único mundo conocido que se considera capaz de albergar vida. Además, resulta también incuestionable que a corto plazo no existe ningún otro planeta al cual nuestra especie pudiera migrar en caso de ser necesario. Así que la Tierra sigue siendo hoy por hoy el único lugar en el que los seres humanos podemos sobrevivir.

«Se ha dicho que la astronomía es una forjadora de carácter y humildad. Quizás no exista mejor demostración de lo absurdo de la arrogancia humana que esta imagen distante de nuestro diminuto mundo», glosaba Sagan por último, para concluir su exposición con este bellísimo y aleccionador final: «Para mí, esto subraya la responsabilidad que tenemos de tratarnos con más amabilidad los unos a los otros y de preservar y valorar mejor este pálido punto azul, el único hogar que hemos conocido».

Mi ya antigua admiración por Sagan se incrementó todavía más cuando hace poco descubrí que había asesorado a Stanley Kubrick durante el rodaje de 2001: Una odisea del espacio. En concreto, le había sugerido cómo creía que debía de representarse la vida extraterrestre en el filme. Por fortuna, Kubrick acabó tomando en consideración la propuesta de Sagan, lo que contribuyó a hacer de esta película una auténtica obra maestra, una obra que todavía hoy no nos ha acabado de desvelar todos sus secretos. Por suerte, algunos de esos secretos los pudimos conocer recientemente gracias al excelente documental 2001: Destellos en la oscuridad, de Pedro González Bermúdez.

Dicho reportaje recuperaba una entrevista que se le hizo a Kubrick en 1968, poco después del estreno mundial de esa mítica película de ciencia ficción. «Lo más aterrador del universo no es que sea hostil, sino que sea indiferente», aseveraba este gran cineasta en un momento de esa interesantísima entrevista, en la que también señalaba que «la gran carencia de sentido de la vida obliga al hombre a crear su propio significado».

En consonancia con esas y otras afirmaciones previas, su conclusión final estaba llena de poesía y de esperanza, por lo que a su vez era también, de algún modo, profundamente saganiana: «Por muy vasta que pueda ser a veces la oscuridad, debemos intentar crear siempre nuestra propia luz».

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