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TribunaJosep Maria Aguiló

Mi hermano Enrique Urquijo

De este irrepetible artista digo siempre que fue y sigue siendo una de las influencias más positivas que he tenido a lo largo de mi vida

Actualizada 01:30

Los seguidores más veteranos de Los Secretos conformamos desde hace ya unas cuatro décadas una especie de hermandad laica, que estaría integrada, al menos en parte, por personas seguramente un poco solitarias, quizás también algo desubicadas en este mundo y con una cierta tendencia a la melancolía. En el seno de dicha hermandad, nuestro hermano mayor durante casi veinte años fue Enrique Urquijo, hasta su prematura y dolorosa desaparición, en noviembre de 1999.

Descubrí a Los Secretos a finales de 1980, cuando yo tenía apenas 17 años, al escuchar por vez primera una de sus canciones hoy más emblemáticas, Déjame. Recuerdo que quedé profundamente fascinado y maravillado en ese mismo instante. Como es bien sabido, los componentes originarios del grupo eran los hermanos Urquijo –Enrique, Álvaro y Javier– y Pedro A. Díaz. Unos meses después de aquel feliz descubrimiento musical, compré el primer disco de larga duración que editaron, que también incluía temas tan increíbles como Sobre un vidrio mojado, Qué puedo hacer yo, Otra tarde o Me siento mejor. Alguien dijo en cierta ocasión que aquel trabajo es «el mejor disco de power pop de la historia» grabado en nuestro país, una afirmación que yo también comparto.

A principios de 1982, ese LP me acompañó además de una forma muy especial. En enero yo había empezado a hacer el servicio militar en la Base Aérea de Son Sant Joan, en el Ejército del Aire. Siempre que tenía entonces una tarde libre, iba a casa, escuchaba aquel vinilo por entero varias veces seguidas y cenaba luego del riquísimo arroz a la cubana que había preparado mi madre, antes de volver de nuevo a la base a primera hora de la noche. He de reconocer que mi mili estuvo bastante bien en su conjunto, pero muy posiblemente no habría sido la misma sin esos pequeños y muy agradables rituales cotidianos.

En aquella época, cuando alguien me decía que también le gustaban Los Secretos, se me ensanchaba el corazón, y pensaba: «He aquí a un integrante de mi misma hermandad». Dicha hermandad se iría ampliando lentamente, poco a poco, pero de manera siempre muy sólida, en especial después de que el grupo hubiera superado varios momentos muy difíciles. Y hoy esa cofradía tiene decenas de miles de fieles integrantes, que siguen con auténtica devoción cada nuevo disco o cada concierto de la banda, integrada hoy por Álvaro Urquijo, Ramón Arroyo, Jesús Redondo, Juanjo Ramos, Santi Fernández y Txetxu Altube.

Tuve la suerte de ver actuar a Los Secretos todavía con Enrique en dos ocasiones, una de ellas en la barriada palmesana de Son Sardina, en el mes de septiembre de 1988. Recuerdo que había estado lloviendo durante todo aquel día en Palma, por lo que se daba casi por seguro que el recital sería finalmente suspendido. Sin embargo, cuando dejó de llover, pasadas las tres de la madrugada, todos los componentes del grupo decidieron hacer el concierto. Estoy seguro de que tomaron esa decisión por todas las personas que habíamos estado esperando durante varias horas en la plaza de Son Sardina, soñando con poder ver en vivo a Los Secretos.

Poco antes del inicio de su actuación, Enrique salió a comprobar el estado de todo el equipo de música. En ese momento, sonrió a las personas que estábamos en las inmediaciones, con esa sonrisa suya tan característica, hecha de timidez, dulzura, un cierto desvalimiento y una gran bondad. Ya sólo por haber podido vivir en directo ese instante mágico, valió la pena haber estado allí aquel día. El recital fue, además, uno de los mejores que haya podido ver nunca.

De este irrepetible artista digo siempre que fue y sigue siendo una de las influencias más positivas que he tenido a lo largo de mi vida. Aún hoy, cada vez que escucho de nuevo algunos de los primeros temas de Los Secretos o de Los Problemas –el otro gran grupo que Enrique impulsó– es como si, de alguna forma, volvieran a hacerse una vez más presentes aquellas mañanas y aquellas tardes de principios de los años ochenta o de los noventa, en que muchos de nosotros éramos jóvenes, pop-rockeros y soñadores. De algún modo, rememorando hoy como ayer cualquiera de sus grandes canciones, vuelven a mi memoria aquellos años en que todo nos parecía más interesante y más atractivo, más luminoso y también algo mejor, aunque quizás no siempre lo fuera.

Cuando recupero ahora las canciones de Enrique o las que compuso con Álvaro o con otros miembros de Los Secretos, vuelvo a recordar la hermosa sensación que tuve al oírle por vez primera, cuando pensé que por fin había dejado de encontrarme o de sentirme solo gracias a ese nuevo e inesperado amigo fraternal, un ser extremadamente sensible, capaz de entenderme y de expresar como pocos lo que muchos de aquellos jóvenes de entonces sentíamos en nuestro interior más recóndito y profundo. Así sucedía cuando escuchábamos Ahora que estoy peor, Hoy no, Buena chica, Volver a ser un niño, Y no amanece, Cambio de planes, Pero a tu lado o Agárrate a mí María, entre otros excelentes temas.

Por ello mismo, cada vez que he descubierto alguna canción inédita de Enrique en estos últimos años ha sido como si, de alguna forma, aún estuviera entre nosotros, como si todavía fuera posible poder encontrarlo cualquier mañana de primavera o de otoño paseando por las calles del casco antiguo de Madrid, dándonos paz y también esperanza con esa mirada afable y melancólica que tenía.

Aunque físicamente él ya no esté aquí, para quienes nos consideramos sus hermanos, Enrique Urquijo estará siempre en nuestro corazón, estará siempre en nuestras vidas.

  • Josep María Aguiló es periodista
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