Un pequeño recuerdo
Las bolsas parecen estar hoy en claro retroceso también en los viejos y entrañables mercados municipales, mientras los carritos de la compra han vuelto a ponerse felizmente de moda
En los años en que aún vivía con mi familia en el casco antiguo de Palma, más en concreto en la calle Ballester, mi madre y yo íbamos a comprar con una cierta frecuencia al Mercado del Olivar, que era el que teníamos más cerca de casa. Empecé a acompañar a mi madre a ese venerable mercado municipal a principios de la década de los setenta, cuando yo tenía ocho o nueve añitos de edad, y seguí acompañándola hasta bien entrada la adolescencia.
En cierto modo, yo me sentía entonces como una especie de fiel y leal escudero, entre filial y medieval, aunque sin portar escudos, lanzas o banderas, sino sólo el carrito de la compra y una lista muy detallada escrita a boli en una hojita de papel.
Mi misión principal solía ser entonces, esencialmente, la de hacer cola en diversas paradas del citado mercado mientras mi madre compraba al mismo tiempo en otras paradas. Ello me solía generar, lo reconozco, una cierta ansiedad, ante el razonable temor de que llegase de repente mi turno y mi madre se encontrase todavía en alguna otra parada no demasiado próxima. De hecho, alguna vez llegó a darse esa circunstancia, que yo solía solventar cediendo mi turno muy amablemente a la siguiente persona que había en mi cola, mientras al mismo tiempo dirigía algunas miradas entre suplicantes y algo llorosas hacia mi madre.
Otra misión valiosa que solía reservarme mi madre era, como ya he señalado, la de que yo llevara el carrito de la compra de camino al mercado y también dentro de sus instalaciones, que era algo que además me divertía mucho. Visto ahora con un poco de perspectiva, podríamos decir que esa misión suponía, de alguna forma, una especie de primer aprendizaje infantil tanto teórico como práctico sobre cómo y por dónde deberían de circular siempre los vehículos de dos ruedas y los peatones para intentar evitar posibles accidentes.
En aquella época de creciente vehiculización a todos los niveles, los carritos estaban de moda, aunque también es verdad que había muchas personas que cuando iban a comprar seguían prefiriendo llevar cestas de palmito o bolsas de plástico, que personalmente no me parecían tan cómodas ni tan prácticas. Aun así, algunas veces también las llevaba, sobre todo cuando mi madre y yo preveíamos que aquel día compraríamos más fruta y más verdura de lo habitual.
Uno de los mayores inconvenientes de las bolsas era la facilidad con que las asas y los fondos se rompían, lo que solía implicar el consiguiente desparrame de naranjas, tomates, limones o ciruelas por toda la vía pública. Otro inconveniente de ir con bolsas era que, de regreso ya a casa, tenías que pararte de vez en cuando unos minutos para depositarlas delicadamente sobre la acera, porque debido al peso que llevabas a veces en alguna de esas bolsas, en más de una ocasión parecía que había dejado de circular momentáneamente por tus dedos el necesario e indispensable riego sanguíneo. Con ello no quiero decir que los carritos no tuvieran también algunas desventajas, sobre todo para quienes vivíamos entonces en edificios sin montacargas ni ascensor.
Ya en los años ochenta, con la progresiva implantación de diversos supermercados en muchas calles de mi querida ciudad natal, el carrito tradicional fue quedando poco a poco cada vez más arrinconado en favor de las bolsas que entregaban en esos establecimientos, que además nos servían luego a veces para poder depositar en ellas la basura casera más o menos diaria.
Todo siguió más o menos igual en ese sentido durante varias décadas, hasta que, por loables razones medioambientales, iniciamos un día el novedoso camino de disminuir el uso del plástico y de potenciar el sendero del reciclaje, una ruta en la que seguimos todavía.
Mucho más recientemente, nos dijeron que las tiendas ya no nos entregarían nunca más bolsas de plástico de forma gratuita y que nos irían cobrando un precio cada vez mayor por ellas. Seguramente por ese motivo, las bolsas parecen estar hoy en claro retroceso también en los viejos y entrañables mercados municipales, mientras los carritos de la compra han vuelto a ponerse felizmente de moda, del mismo modo que lo han hecho también ya, en otros ámbitos, los antiguos discos de vinilo, los piercings en las orejas o los zapatos de tacón de aguja.
Yo mismo estoy valorando desde hace ya algunos meses acabar comprándome también un carrito. Ahora ya sólo hace falta que me decida por un modelo concreto, lo cual no resulta nada fácil hoy en día, pues he visto que además de los carritos tradicionales, los hay también plegables, desmontables, de aluminio, abiertos, cerrados, con cremallera, con velcro, con bolsa térmica, con una especie de bolso prêt-à-porter, con bolsillos para congelados, en forma de saco de dormir o con un diseño parecido al de un contenedor para la ropa sucia.
La variedad de modelos es hoy tan grande, que incluso he llegado a ver carritos monovolumen y todoterreno con cuatro o seis ruedas, que además pueden ser giratorias en cualquier sentido. En esa misma línea ergonómica, es posible encontrar también ahora carritos que asimismo incluyen asiento, freno de mano, manillar regulable, opción de bloqueo de las ruedas traseras y reflectante de seguridad para intentar evitar futuros accidentes.
A pesar de todos esos avances y mejoras, creo que al final acabaré decantándome por un carrito tradicional, pues en estos últimos años suelo tener, no sé muy bien por qué, una querencia y una estimación cada vez mayores por el pasado, por los recuerdos y por lo vintage.
- Josep María Aguiló es periodista