Los besos de Pim, Pam, Pum
No sé en qué momento se jodió el Perú y, de pronto, los dos besos se convirtieron en el saludo habitual entre y a las señoras por importantes o desconocidas que fueren
Pues señor, andaba quien esto escribe triste y cachifollado en este otoño infame de felonías atroces y barbianes con pinganillo, cuando vino a alegrarme las pajarillas la sin par Ángela Rodríguez Martínez «Pam», a la sazón secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género –se lo juro por mi santa madre– afirmando solemnemente que el saludo con dos besos es «cultura sexual de impunidad». Y, por una vez, pero fervorosamente, he de darle toda la razón. Estoy contigo Pam, aunque, hasta la fecha al menos, sea un puñetero varón heterosexual y habitualmente aseado. Estoy contigo, o con usted, o con su ilustrísima, o con su señoría, o con lo que fuere en razón de su gracia. Y aún más cuando, a tan aguda calificación del besuqueo, añade la demoledora experiencia de que «hemos sido besadas sin consentimiento» ¡Qué me va a decir señora secretaria! Aún recuerdo aquellas pavorosas disposiciones: «Niño dale un beso a la tía Eduvigis» acompañados de contundente envión en la espalda hasta sentir sus bigotes arañando tus castas mejillas con perversa contundencia o aquella otra, vecina, o parienta o vaya usted a saber, que te lamía como una vaca en dos contundentes y húmedas violaciones de tus mofletes infantiles. ¡Qué me va a contar a mí, señora Pam! Niño de postguerra cuando, al paso alegre de la paz, éramos rehenes en las expansiones posbélicas del besuqueo nacional.
Pero, hay que decirlo, niños aparte, las personas adultas, si eran parientes muy cercanas, se saludaban con un solo y leve beso en la mejilla y si no lo eran, el saludo iba desde una simple venia, hasta estrechar la mano, pasando, naturalmente, por el amago de besársela a las señoras. Jamás dos besos y menos rechupeteados. Eso quedaba relegada a una desusada costumbre pueblerina en donde los dos sonoros besos eran saludo común, pero ¡ojo! entre mujeres o parientes muy cercanos y para Cataluña en donde, quizá por su condición de payeses venidos a más, el osculeo era habitual, ante la disimulada rechifla del común.
Pero no sé en qué momento se jodió el Perú y, de pronto, los dos besos se convirtieron en el saludo habitual entre y a las señoras por importantes o desconocidas que fueren. Chirría ver cuando toda una señora ministra –Yolandita manos largas no cuenta, por exceso– recorre la conspicua fila de autoridades menores repartiendo ósculos a troche y moche como si fuera la abuelita de Heidi en día de mercado. Y si algún subordinado, reticente, o simplemente respetuoso, le alarga la mano, ésta es tomada con la fuerza de la autoridad y el susodicho se verá arrastrado hasta juntarse carita con carita con la patrona, casi como un reproche de lesa desconfianza.
Y eso, mi admirada Pam, en circunstancias normales, pero… ¿Y si, terrible y desconsiderada, aparece la duda? Espeluznante situación cuando no sabes si dar un beso o dos y así dudando izquierda-izquierda, derecha-derecha, acabas dándole un pico a la señora que antes solía sonreír ante tu más o menos torpe azoramiento, pero ahora, en plena explosión de la era Rubiales la cosa puede ponerse difícil y verte tachado de perdulario e involucrado en toda una vorágine ponzoñosa de «hermana yo sí te creo» que convierta tu torpeza en calvario. Algo hay que hacer mi admirada Ángela Rodríguez Martínez Pam. Habla con Irenita Igualdad que aún anda revoloteando por el despacho que siempre sobró y parid un verriondo proyecto de ley que, como el del 'solo sí es sí', convierta, por ejemplo, el besuqueo esporádico en obligatorio para que la «cultura sexual de impunidad» se convierta en «refocileo» nacional, pero consentido que dónde va a parar.
De la especie invasora del besuqueo varonil, ya hablaremos otro día, que uno no tiene hoy los belfos para más aguarradillas.
- Alfredo Liñán Corrochano es licenciado en Derecho