Like a Harry Potter
El cristiano en la red es un objeto de consumo tanto más rentable cuanto más ideologizadas sean sus aportaciones. Y he aquí que asistimos al nacimiento de un cristianismo politizado (no político) y moralizante (no necesariamente moral)
Hace unos años, J.K. Rowling era la diana del fundamentalismo teoplanista cristiano. Ahora, tras un dramático giro de tuerca de los acontecimientos, Rowling se ha convertido, sin quererlo, en una bandera ilustre de un catolicismo severo y sahumado.
Todos los que decían que Rowling era una blasfema que pervertía el alma de los niños con sus brujerías y sortilegios torcieron el mostacho cuando se reveló, con el último libro, que Harry Potter hacía depender la completa trama de sus acontecimientos del tropo primigenio de la Pascua de Cristo. «Para mí los paralelos religiosos siempre han sido obvios», dijo ella una vez. Desde entonces, aun en aquel entonces, subsistía una cierta reserva cautelosa.
Cuando Rowling se posicionó de manera crítica contra las perspectivas trans, fue sentenciada a muerte en la dictadura de lo políticamente correcto, sin juicio previo. Y la peña teoplanista se vino arriba. «Ahora sí nos gusta». Hasta la mismísima página web de los lefebvrianos ha puesto un post en su defensa.
A mí me encanta Rowling, siempre me ha encantado. Y me alegro que J.K. sea valiente y diga públicamente lo que le venga en gana, dentro de los límites del amoroso respeto, como ella hace. Lo que siembra más dudas y oscuridades en mi interior es el proceso de discernimiento por el cual algunos de los católicos más reaccionarios pasan de la fobia a la filia sin solución de continuidad. El resorte es la ideología y no la fe. La fe hubiera descubierto un valor profundamente cristiano en la saga del siglo mucho antes de que su creadora hubiera sentido cierta incomodidad con algunas posturas que consideró enfrentadas a su ideal de belleza antropológica.
Una de las características de la brutal economía de la atención es que necesita establecer frías ideologías sobre acaloradas inquietudes
En la era digital vivimos un riesgo creciente de que el cristianismo se ideologice y se polarice. El cristiano ideologizado necesita de posicionamiento, un posicionamiento claro, distinto y radical, a ser posible. Una de las características de la brutal economía de la atención –una economía que lleva nuestras débiles psiques hasta el límite de su capacidad– es que necesita establecer frías ideologías sobre acaloradas inquietudes. El cristiano en la red es un objeto de consumo tanto más rentable cuanto más ideologizadas sean sus aportaciones. Y he aquí que asistimos al nacimiento de un cristianismo politizado (no político) y moralizante (no necesariamente moral).
El fundamentalismo católico es, en el fondo, una manera de paliar las inseguridades interiores de tipo patológico de una persona que durante un tiempo primordial de su vida no se ha sentido amada. Con el fundamentalismo adquieren carta de ciudadanía algunos desequilibrios que de otro modo difícilmente podrían ser integrados. El fundamentalista necesita creer que existe tal cosa como la magia, pues de otro modo no encontraría explicación a las voces que le perturban desde el vórtice de su conciencia. Solo los lectores fundamentalistas fueron incapaces de establecer los sanos y nítidos límites entre realidad y ficción que toda obra de fantasía presupone. Es la diferencia que Tolkien establecía entre el mundo primario y el mundo secundario. Pero, en fin, ningún fundamentalista tiene ningún problema contra Tolkien, dado su catolicismo confeso.
El Evangelio, por el contrario, no produce tanto rédito. El que es de Cristo va a la raíz de las cosas, navega en las profundidades de la existencia humana, y poco se ocupa interiormente de generar largas cadenas de interacción visceral al servicio de la industria del infoentretenimiento. No se paraliza por la indignación. La indignación es, como dijo el sabio Gregorio Luri, el opio del pueblo.
El shadow banning no es más que la perplejidad de un algoritmo frente a una sabiduría que no es de este mundo.