Adolescencia eclesial
En la Iglesia vemos cómo esos aires de adolescencia líquida entran bajo pretensión de convertirse en nueva doctrina que viene a romper con lo anterior, en ocasiones también con pataletas
Si hay una etapa difícil en la vida es la adolescencia. Todos hemos pasado por ahí. Si por algo se caracterizan muchos adolescentes es porque no saben bien quiénes son, y es que así se definen: adolescente es el que adolece y adolecer significa «tener cierta carencia de algo».
La adolescencia está llamada a ser transitoria, una etapa más de maduración en la vida que a mí me gusta comparar con el gusano que sufre y lucha por liberarse dentro de la crisálida para salir convertido en mariposa. Si se fijan verán que la palabra «crisálida» tiene la misma raíz léxica que «crisis». La adolescencia es un periodo crítico que se abre a algo nuevo y bello. Las crisis bien dirigidas van hacia esto, pero en malas cabezas y manos pueden prolongarse de por vida y traer consecuencias peores. Por eso es tan necesario en la adolescencia el acompañamiento y el ejemplo de buenas y maduras figuras adultas, primeramente de los padres y luego de educadores, mentores y sacerdotes.
Una característica de nuestro tiempo es la exaltación de la adolescencia como la época ideal y la prolongación de esta durante toda la vida. Un día tras otro vemos que en muestras culturales y en algunos medios de comunicación se ensalzan comportamientos egoístas, y se presentan como modelos a personajes con una profunda inmadurez, que normalmente son personas entradas en años que viven para parecer siempre jóvenes. Otra singularidad de nuestro mundo es que muchas personas son «líquidas», es decir, no tienen una personalidad construida sólidamente en la que poder sostenerse y en la que los que vengan por detrás encuentren apoyo. Ni sus ideas, ni sus valores, ni sus comportamientos son fuertes, no miden las consecuencias de sus actos. Hoy se ensalza como modelo de vida la falta de fidelidad en el amor, la ruptura con todo lo pasado y la carencia de grandes ideales y metas que comprometan. La voz de la experiencia deja de ser escuchada y la tradición es dada de lado como algo que ya no sirve y hay que romper con ella. Detrás de esto hay una visión muy infantil de la vida y a la larga un gran sufrimiento por falta de raíces.
En el mundo líquido la Iglesia aparece como la roca sólida en la que pobres y heridos de la vida somos invitados a poner nuestra morada
En la Iglesia vemos cómo esos aires de adolescencia líquida entran bajo pretensión de convertirse en nueva doctrina que viene a romper con lo anterior, en ocasiones también con pataletas. El sínodo alemán ha votado por mayoría modificar la doctrina eclesial sobre la homosexualidad y la bendición de dichas uniones, también el sacerdocio femenino y la opcionalidad del celibato. Cada uno de estos temas merecerían que hablásemos de ellos por separado, en lo que quiero poner el acento en estas líneas es que detrás de estos líos me parece que hay también una actitud adolescente. Algo propio de los adolescentes es revelarse contra las figuras adultas que les han dado la vida y culparles de sus carencias y frustraciones. Da la impresión de que quienes llevan adelante estas votaciones se revelan contra la Madre que les ha dado la vida y que les sostiene y nutre con sus sacramentos y enseñanzas, que lanzan un órdago para obligar a hacer lo que ellos quieran y que la culpa de que no se realicen en sus aspiraciones es de su Madre que les limita.
Nunca empleo el término «Iglesia alemana» porque es incorrecto. La Iglesia no es alemana, ni malaya, ni española, ni valdemoreña. La Iglesia es Católica, lo cual quiere decir «universal», y luego peregrina y está presente en Alemania, en Malasia, en España o en Valdemoro. No seamos paletos, desde nuestra Iglesia local amemos a nuestra Madre, la Iglesia universal. Una vez un chico me dijo que no estaba de acuerdo con la Iglesia y me enumeró una serie de cosas que había que cambiar. Tras escucharle con cariño le pregunté cuántos años tenía y me respondió que veinte. Simplemente le dije con suavidad: «¿Y tú en veinte años sabes más sobre Dios y las personas que la Iglesia en dos mil? Pues eso a mí me parece que es una postura soberbia». No podemos olvidar que detrás de las enseñanzas de la Iglesia, además de mucha experiencia y sabiduría, hay un gran amor de Madre, una paciencia inmensa con quien no entiende y un sufrimiento no menos pequeño por esos hijos, tal como lo tienen los padres con sus hijos adolescentes. La Iglesia quiere lo mejor para nosotros, lo que le pidieron nuestros padres el día de nuestro bautismo: la vida eterna. Ese camino no a todos gusta porque pasa por la senda estrecha pero es el camino seguro. En el mundo líquido la Iglesia aparece como la roca sólida en la que pobres y heridos de la vida somos invitados a poner nuestra morada.
Con los adolescentes hay que tener mucha paciencia y mucho amor, sin renunciar a decirles la verdad nunca. Nadie es mejor que nadie. Detrás de las reivindicaciones y rupturas aparecen heridas y carencias que necesitan ser sanadas. Los católicos no renunciemos nunca a escuchar, amar y acompañar. Y sobre todo a anunciar el kerygma, la Buena Noticia, verdadero ideal para vivir y morir: a Cristo le importa tu vida y ha muerto y ha resucitado por ti y por tus pecados para salvarte.
La paz.