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El presidente Putin, en una conferencia

El presidente Putin, en una conferenciaAFP

Otra guerra para Putin: la libertad religiosa cada vez más acorralada en Rusia

Las leyes se han ido modificando hasta poner en la cuerda floja a todos aquellos que no pertenecen a la Iglesia ortodoxa

El tiempo, los cambios de Gobierno y el avance social han hecho que Putin iniciase una unión de estado-iglesia; algo que en la Unión Soviética se separó en consecuencia de juntar poder, fe e intereses. La URSS, a manos de Lenin, dio la espalda a la religión; pero la Rusia moderna ha hecho de ella, el patriotismo, el nacionalismo y el conservadurismo uno de sus ejes primordiales.

La Iglesia católica y los ortodoxos estuvieron en conflicto durante siglos, sobre todo culturalmente, por cuestiones teológicas o doctrinarias: como el purgatorio o la controversia trinitaria. Algo que se ha vuelto a poner encima de la mesa por la alineación de Putin con el Patriarca de Moscú, Cirilo I.

El presidente Putin, y el Patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, Kiril

El presidente Putin, y el Patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, Cirilo I

Un estado sin ley

En 1993, Rusia se consideraba un Estado laico con libertad de religión o creencia. Los cambios de Gobierno, cada vez más radicalizados, hicieron que el miedo y la agonía se precipitase en forma de medidas contra un inventado o exagerado terrorismo y extremismo, vinculándose poco a poco a la religión ortodoxa y considerando a los muchos otros como hostiles.

Protestantes, musulmanes, hindúes, testigos de Jehová, cristianos e incluso el sector de aquellos que son agnósticos se integraban en pequeños grupos por todo el país. Los cristianos ortodoxos representan la gran mayoría con un 82 %, los musulmanes con un 12,5 %, las otras religiones con un total de 1,7 % y, los agnósticos con un 3,8 %; todo ello recopilado en el informe de libertad religiosa en el mundo 2021 de Ayuda a la Iglesia Necesitada. Según este mismo informe cada religión actuaría internamente con enfrentamientos y ambición, pero sería difícil obviar que el Gobierno ruso ha utilizado toda esta rivalidad interior para beneficiarse y tirar a su favor siempre que le fuese posible, imponiendo la censura y las distintas leyes que «garantizarían la seguridad espiritual del país».

Los Testigos de Jehová son un claro ejemplo de ello. El juez del máximo tribunal ruso, Ivanenko, en 2017 denunció y prohibió la práctica de la labor en el país por ser una organización extremista en Rusia y, sumando más, impuso la entrega de sus propiedades a la Federación Rusa. Esto fue un acto de denigración hacia todos los religiosos y un pronunciamiento de poder ante todos ellos.

La santa adoración

De la noche a la mañana y por mero beneficio, Rusia se ha vuelto religiosa y adoradora de la religión ortodoxa y de su patrón, san Nicolás. Lo que antes era honrar al difunto líder bolchevique, ha pasado a ser orar al santo, pero no en el mausoleo del revolucionario, sino en la catedral del Cristo Salvador, la iglesia reconstruida cuando colapsó la URSS. San Nicolás es el santo patrón de los niños, marineros y de los prisioneros condenados injustamente. Se le rinde homenaje porque se cree que ha salvado a Rusia de muchas catástrofes. Tanta es la adoración que, en 2017, el Papa Francisco envió una de las costillas de los restos del santo que descansaban en Italia.

La Iglesia ortodoxa se ha ido separando de la Iglesia católica para unirse al Gobierno de Putin. Esto hace presión en todas aquellas religiones que inundan el país. Cada año, las leyes contra el extremismo y la actividad misionera se modifican haciendo más fácil juzgar y condenar a miembros de las comunidades religiosas no ortodoxas y, según a Ayuda a la Iglesia necesitada: «no hay perspectiva de cambio en un futuro inmediato».

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