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15 de septiembre de 2024

l.ángel vallejo

Vacaciones en Miami

Un mes en Miami puede sonar a vacaciones largas y de una cierta 'élite'. En mi caso no ha sido así, y he tenido la fortuna de poder vivir la mayor parte de este tiempo en una casa de acogida de 'homeless'

Actualizada 04:30

Un mes en Miami puede sonar a vacaciones largas y de una cierta élite. En mi caso no ha sido así, y he tenido la fortuna de poder vivir la mayor parte de este tiempo en una casa de acogida de homelesssin techo, como los llamamos en otras latitudes–. La casa forma parte de las más de veinte que ha puesto en funcionamiento los Hermanos de la calle, una fundación que se ha abierto un espacio de gran prestigio en la ciudad. Es agosto, en Miami hace calor y es uno de los destinos mundiales más cotizados de vacaciones.

Los que residen en las casas de acogida tienen que estar limpios de de cualquier tipo de adicciones y, en caso de tenerlas, deben pasar por un periodo previo de limpieza. Un ejercito de hombres y mujeres sensibilizados con los últimos de una sociedad opulenta les acompañan. Es su compromiso de fe cristiana, católica y una forma concreta de vivir las consecuencias de su fe y trasmitirla a los demás.

En tiempos de tantas cobardías de los buenos y tantos descaros de los malos, hay que tener coraje para vivir las consecuencias de la fe. Ellos lo hacen; el bien siempre es contagioso si viene de Dios y se ve. Podrían vivir un cristianismo cómodo, pero han tomado la opción de comprometerse en mejorar la vida de los despreciados por una sociedad superada por las excentricidades de tantos que, sobrados de bienes materiales, solo tienen una vida vacía y llamada a la muerte.

Destaco tres casos de sin techo que he conocido de primera mano. El primero es una persona de mediana edad con una vida complicada que ha terminado en la calle con una enfermedad cargada de medicación. Vivir enfermo y en la calle es muy complicado; no es fácil asumir, con una edad todavía joven, que estás solo y enfermo. Son casos delicados, con personalidad muy dañada y con complicada recuperación, en caso de que sea posible.

El segundo caso es una persona mayor que termina en la calle porque le es imposible pagar, con su modesta pensión, una humilde vivienda. Miami es una ciudad muy cara; los alquileres están por la nubes y no hacen más que crecer. La familia está lejos –o ha dejado de ser el ámbito de protección que siempre fue– y es complicado sobrevivir. Nos tendremos que ir acostumbrando a ancianos en dificultades, y la eutanasia no es la solución, como no lo es el aborto. Conviene que vayamos preparándonos para esta batalla.

El tercer caso es un joven centroamericano que viene a probar fortuna. Su familia sigue en su país, con tres niños, y trabaja de sol a sol para enviarles dinero para vivir y ahorrar para preparar su venida a los Estados Unidos. Prefiere vivir en la calle para ahorrar lo más posible. Es un caso admirable que pienso saldrá pronto adelante. Ganas y fuerza, las tiene.

Estos son los casos, son solo tres. En Miami hay centenares que necesitan una mano amiga en un momento de dificultad en su vida. Vivir con ellos te hace valorar las cosas que tenemos y que tan poco sabemos agradecer, que damos por descontado que son así. Vivir con ellos ayuda a desarrollar el espíritu de servicio; a no dar algo, sino a dar algo de tu propia vida, de tu tiempo, de tus conocimientos. No es un tiempo perdido; es un tiempo muy ganado, enriquecedor, donde las pequeñas molestias compensan lo mucho recibido.

Hablar es fácil, ponerse a trabajar es algo más complejo, requiere tiempo y ganas. Ayudar a descubrir la dignidad de hijos de Dios a quienes piensan que la han perdido es una obligación y un gozo inmenso. Y no solo lo material es importante; son decenas los que han recibido el bautismo, la confirmación, se han casado como Dios manda, han retomado el rumbo de sus vidas. Las ayudas materiales son importantes, sin duda, fundamentales, pero si olvidamos que tenemos un alma inmortal, que tenemos la dignidad de hijos de Dios, nos quedarnos solo alimentando un cadáver.

Regreso a la vieja Europa. Lo hago rejuvenecido, con renovadas ilusiones: merece la pena vivir, y merece la pena entregarse a los demás, es contagioso. He vuelto a disfrutar del encuentro con el Dios vivo, Dios de vivos, presente en cada uno, especialmente en sus más pequeños y débiles.

L. Ángel Vallejo es sacerdote

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