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TribunaTeresa Gutiérrez de Cabiedes

La DANA y Dios ¿escondido?

Podríamos analizar si una catástrofe es un castigo, o si Dios respeta las leyes propias de la naturaleza. La verdad es que el dolor me emborrona los argumentos filosóficos y teológicos que podrían penetrar en el misterio

Actualizada 04:30

Pasan los días, perolla realidad es tozuda: lo que ha ocurrido en Valencia es un gran marrón. En solo unas horas, el agua y el barro cubrieron todo con muerte y destrucción. Una catástrofe natural que nadie podía controlar. El dedo acusador señala a los políticos y, sí, tienen responsabilidades por las que dar cuentas. Pero semejante desastre clama al cielo. ¿Dónde estaba en ese momento el creador del Cielo y de esta tierra convertida en infierno?

Estos días hemos vuelto a escuchar los gritos que rimó Voltaire después del seísmo que destruyó Lisboa del año 1755:

¿Dirán ustedes, al ver ese montón de víctimas:
«¿Se ha vengado Dios; su muerte paga sus crímenes?»
¿Qué crimen, qué culpa cometieron esos niños, sobre el seno materno aplastados y sangrientos?
¿Tuvo Lisboa, que ya no es, más vicios
que Londres, que París, en los deleites hundidas? Lisboa queda hundida, y en París se baila.
Ustedes espectadores tranquilos, espíritus intrépidos, contemplando los náufragos de sus hermanos moribundos, en paz buscan las causas de las tempestades:
pero, cuando la suerte adversa, los golpes reciben,
devenidos más humanos, como nosotros también ustedes lloran. Créanme, cuando la tierra entreabre sus abismos,
mi llanto es inocente y legítimos mis gritos.

Podríamos analizar si una catástrofe es un castigo, o si Dios respeta las leyes propias de la naturaleza. La verdad es que el dolor me emborrona los argumentos filosóficos y teológicos que podrían penetrar en el misterio. Pero al ver tanto sufrimiento, me pregunto con los que se preguntan: ¿Dónde estaba Dios?

También el cantante Pedro Guerra lanzó su dardo angustiado en una canción, esta vez cuestionando el mal causado por la libertad cuando supera líneas rojas sangrantes. Si Dios existiera, ¿cómo iba a permitir que un padre subaste a su hija en un burdel o que los refugiados se conviertan en desechos…? El estribillo va repitiendo: «Muchos y muchas creen que existe y, justo y generoso, vela por nosotros y por nosotras vela».

¿Realmente Dios vela? Lo cierto es que miles de personas, creyentes o no, han recibido un fuego de amor en su corazón para entregarse gratis y sin medida. Hay quienes han perdido todo menos la paz interior. Y quienes, abandonados por las autoridades competentes, perdonan. Hay quien entierra a los suyos creyendo en un Cielo. Y quienes, sin conocer a los afectados, rezan por ellos atravesando las barreras del espacio y el tiempo. Hay unos locos que adoraban a un Dios que creían vivo en la Eucaristía: y mientras el agua los invadía, arrancaron de cuajo el tabernáculo y se lo llevaron a la altura, donde continuaron intercediendo con la luz de unas velas.

Solo si Dios existe esos desamparados pueden esperar contra toda esperanza. Creen aunque no entienden: se fían de Alguien que puede sacar bienes del mal y se aferran al sentido de una Cruz que los transforma. Más allá de las ideas y creencias, su testimonio es incuestionable. Por eso, salpicados mi corazón y mi intelecto por este gran marrón, no sé probar que Dios existe. Pero sí lo toco en quienes demuestran que se puede confiar en Él. Aunque a veces parezca que se esconde.

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