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Cátedra de Teología Joseph RatzingerDomingo pacheco

Pero, ¿el voluntariado es necesario?

Sobre por qué el voluntariado tiene valor propio y no viene a sustituir la incapacidad de nadie

Actualizada 04:30

Estos días estamos asistiendo a una marea de agradecimientos en torno a las labores voluntarias de miles de jóvenes de toda España, que están expresando su solidaridad con Valencia y otros lugares a raíz de la catástrofe producida por la DANA de este mes de noviembre. En muchos casos, se está contraponiendo la eficacia del voluntariado frente a la inacción de instituciones o incapacidad en la resolución de situaciones de vital importancia. Sin entrar a valorar lo anterior, creo que es importante que nos hagamos una pregunta: ¿las instituciones pueden llegar donde llega la acción voluntaria o el voluntariado es insustituible?

¿Las instituciones pueden llegar donde llega la acción voluntaria o el voluntariado es insustituible?

Es importante señalar que nuestra imagen del voluntariado está muy influenciada por nuestra propia experiencia: quien ha hecho voluntariado tiene una imagen muy distinta de quien conoce el voluntariado a través de ONG u otras organizaciones o asociaciones. Ahora bien, el voluntariado no nace de las ONG ni de las asociaciones, más bien al contrario: las asociaciones sirven para organizar la acción voluntaria. El voluntariado nace de la propia voluntad de ponerse al servicio del otro en las personas que, sin esperar nada a cambio, quieren dar parte de sí mismos para ayudar a los demás. Y esta es la clave de comprensión del voluntariado: quien realiza la acción voluntaria no espera recibir nada a cambio. Y el ejemplo claro ha sido la marea de jóvenes que han dado un paso adelante en Valencia en estos días: tenían muy claro que iban a dar y no a recibir, y dándose a los demás es como han recibido. Y esta fuerza de la acción voluntaria, a juicio del que escribe, es insustituible. Cuando las iniciativas funcionan a través de la acción voluntaria organizada, el motor es genuinamente humano, porque el deseo que mueve a quien desarrolla la acción es el bien del otro y el bien común, puesto que, de lo contrario, la acción voluntaria deja de tener sentido.

Lo que mueve la acción voluntaria es el amor, ágape, y el amor no debería buscar compensación alguna

Estoy convencido de que, aunque suene apabullante o esa palabra nos genere respeto, lo que mueve la acción voluntaria es el amor, ágape, y el amor no debería buscar compensación alguna. Amar es darse y entregarse en aquello que vale la pena, y el voluntariado, para que funcione, debe querer ser expresión de esa donación hacia el otro. Ese amor paciente, benigno, sin envidia, que no presume, que no se engríe, que no es indecoroso ni egoísta… se expresa a través de la acción voluntaria de una manera única. Como dice Benedicto XVI en Deus Caritas Est al hablar del ágape: «el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca» (n. 6). Y esto, que se hace presente a través de la acción sociocaritativa, no solo sirve para la catástrofe de la DANA; esto sucede en cada iniciativa voluntaria que se desarrolla continuamente en nuestra sociedad. Por eso, pienso que lo que hemos visto estas semanas en Valencia y otros lugares no es un hecho aislado: es la manifestación de lo que las personas somos capaces de hacer cuando nuestra voluntad expresa la necesidad de ayudar al prójimo. En primer lugar, porque nos descentra de nosotros mismos y nos abre al encuentro con la vulnerabilidad del otro. Y, en segundo lugar, porque nos recuerda que lo que realmente da sentido a nuestra vida y contribuye a la tan perseguida autorrealización personal es, paradójicamente, la capacidad de darnos.

Ojalá seamos capaces de descubrir el carácter diferencial que aporta a una sociedad la presencia de acciones voluntarias

Y con todo esto no quiero romantizar carencias o situaciones y decisiones políticamente discutibles (y que estoy seguro de que se discutirán largo y tendido en un porvenir cercano): solo quiero poner en valor algo que forma parte de nuestro día a día y que actúa como elemento de transformación social mucho más allá de lo que muchas veces percibimos, tanto a nivel comunitario como personal. Ojalá seamos capaces de descubrir el carácter diferencial que aporta a una sociedad la presencia de acciones voluntarias, surgidas espontáneamente del deseo de contribuir al bien común de los ciudadanos, y que no se ningunee esta labor de importancia capital para nuestro desarrollo social. Porque si el modelo de acción social no es el que nace del deseo de contribuir a la consecución del bien común, los intereses parciales serán quienes dominen la esfera pública y el marco social para miles de personas; y esto está comprobado que no está siendo de mucha ayuda para construir sociedades más humanas.

No nos quedemos con que el voluntariado ha nacido de la incapacidad de las instituciones, porque estaremos pervirtiendo un motor de transformación social único. Independientemente de eso, el voluntariado es protagonista en muchas iniciativas que, cuando se organizan, promueven un cambio social que busca contribuir al bien común, a través de la experiencia anunciada por Cristo, que aseguró que «hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20,35).

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