¿Es intrínsecamente malo imitar y seguir a otros?
Quienes van de rebeldes frente a todo lo establecido, al final, lo acaban haciendo en nombre de alguna corriente de pensamiento establecida; es decir, se terminan transformando, a la postre, en siervos del seguidismo con un complejo de superioridad revolucionaria
Proliferan discursos rebeldes, transgresores y contestatarios frente al hecho de seguir el modus operandi de los demás. Ante esta tendencia, cabría preguntarse con hondura y parsimonia: ¿Es intrínsecamente malo imitar a otros?
Tras reflexionar sobre el tema que nos ocupa con aplomo, detenimiento y honestidad intelectual, he llegado a la conclusión de que lo que resulta nocivo es el ‘ismo’ del seguidismo, es decir, la inclinación a adherirse a cualquier ritual aceptado por la mayoría de las personas que te rodean sin tener en cuenta que sea bueno o malo desde el punto de vista ético. Parafraseando a Chesterton, quienes carecen de unos principios sólidos, se terminan amoldando a todo aquello que se llame moda.
En el hemisferio opuesto, se encontrarían aquellos que ven una épica virtuosa en cualquier manifestación de rebeldía, subversión o insubordinación frente a lo establecido; es decir, en rebelarse por el simple hecho de rebelarse. Llegados a este punto, cabría preguntarse: ¿Es siempre admisible, loable, laudable y plausible embrazar la jabalina en contra de las convenciones sociales?
Frente a los polos opuestos esbozados en los dos párrafos anteriores (el del ‘ismo’ del seguidismo, por un lado, y el de la rebeldía por la rebeldía, por el otro), hay un punto de convergencia que ofrece una respuesta sensata ante ambas tendencias, que es el hecho de que si lo establecido -véase lo aceptado por quienes te rodean- está bien o mal desde el prisma de la ética. Tan sencillo como eso.
Así pues, si seguir ciertas convenciones sociales te espolea a ordenar tu vida, a mejorar como persona y a crecer como católico, se podría calificar a éstas de buenas costumbres. Si, por el contrario, te instiga a metamorfosearte en un esclavo de las modas, véase en una oveja servil ante cualquier atrocidad que asuman como propia los que se encuentran dentro de tu rebaño, habría que tildarlas de servidumbres maliciosas. En síntesis, lo que importa no es el hecho de adherirse o no adherirse a lo establecido, sino lo conveniente que resulte hacerlo o negarse a hacerlo al paraguas de la ética. Tan sencillo como eso. No olvidemos que la aceptación o la renuncia de lo establecido es un medio, y no un fin en sí mismo.
Sir William Shakespeare, en su obra de teatro Hamlet, hizo una crítica intelectualmente contundente a aquellos que cumplían con su deber sin tener en cuenta si lo que hacían estaba bien o mal a nivel moral; en otras palabras, se podría decir que criticó el ‘ismo’ del seguidismo con severidad y hondura intelectual. Sin embargo, por otro lado, vio aconsejable -algo así como una especie de mal menor o de bien manifiestamente mejorable- que las personas practicasen cierto grado de seguidismo con respecto a las buenas costumbres. De este contraste de posturas, se puede inferir que llegó a la misma conclusión paradójica que la desarrollada en el párrafo anterior. En resumen, lo que de verdad importa no es si nos adherimos a lo establecido o si nos rebelamos contra lo establecido, sino que lo establecido sea bueno o malo desde un punto de vista ético. Tan sencillo como eso; porque la aceptación o la renuncia de lo establecido es un medio, y no un fin en sí mismo.
Creo que nuestro carácter rebañego -véase nuestra condición de ovejas necesitadas de ser guiadas por un pastor- puede ser, por un lado, una tentación a seguir las modas pecaminosas como borregos, pero, por otra parte, no conviene olvidar que es un elemento inherente a la condición humana. Así pues, tratar de erradicarlo sería inhumano. Por consiguiente, lo que tenemos que hacer es encauzarlo debidamente, en vez de intentar eliminarlo.
De hecho, quienes van de rebeldes frente a todo lo establecido, al final, lo acaban haciendo en nombre de alguna corriente de pensamiento establecida; es decir, se terminan transformando, a la postre, en siervos del seguidismo con un complejo de superioridad revolucionaria, véase en falsos rebeldes ávidos de soberbia y desdén. Nadie es completamente pionero en sus credos, postulados y opiniones. Por muy erudito y original que uno sea, todos nos apoyamos en algún referente espiritual, moral e intelectual; en otras palabras, todos somos ovejas necesitadas de un buen pastor.
Recuerdo que, en un debate protagonizado por Juan Ramón Rallo y Juan Manuel de Prada, el primero defendió un postulado ultraliberal basado en renunciar, por entero, a la búsqueda de pastores, a lo que el segundo le replicó que eso es algo antinatural, además de imposible; y esto habida cuenta de que Juan Manuel de Prada es un acerbo crítico del seguidismo y del stablishment; porque, desde mi punto de vista, una cosa es practicar una sana obediencia hacia un pastor adecuado y otra muy distinta caer en una estúpida sumisión frente a un pastor equivocado; porque Dios nos pide que le obedezcamos, mientras que los hombres nos exigen que nos sometamos a su caprichosa voluntad.
Por todo lo dicho, considero pertinente trazar una línea divisoria entre crear comunidad (lo que da lugar a las buenas costumbres) y colectivizar las relaciones sociales (lo que desencadena servidumbres maliciosas). Bajo mi criterio, quienes practican la caridad, el apostolado y alguna de las catorce obras de misericordia con el prójimo, contribuyen a crear comunidad. En cambio, aquellos que siguen las modas del rebaño al margen de la ética y que diluyen su personalidad en la del grupo en aras de evitar parecer «raros», considero que están colectivizando su forma de ser, renunciando a aquellos talentos que les hacen únicos y, sobre todo, a la misión individual que Dios les tiene encomendada a cada uno de ellos.