La ocultación perversa de la verdad en los telediarios
A raíz del envío de una foto de la manifestación por la Verdad –qué inédita y bonita reivindicación– a un amigo llamado Felipe tengo que compartir una lacerante observación que me envía en respuesta.
«Hoy «ni una palabra de la manifestación por la vida» en las noticias nacionales; ni siquiera Antena 3. Pero sí se ha hablado de la manifestación simultánea contra la OTAN, que ha sido un puñado de personas sin representante político alguno; de «lo mal que está la sierra de la Culebra» (como noticia de actualidad nacional) cuyo incendio quedó apagado hace muchos días; de que los transportistas han decidido postergar su huelga hasta el 31 de julio, porque en agosto ya todo da igual; de la prohibición de la manifestación del orgullo gay en, nada más y nada menos, que en «Turquía»; de las 15 mujeres cicloturistas que recorren España empoderadas con sus bicicletas; de una mujer que ha puesto de moda el término «gordofobia», que no figura en la RAE pero es muy grave que no se valore bien a las gordas; de un chaval que se ha tirado a rescatar a una niña desde el espigón y se ha roto la tibia y ya no puede ser bombero; de cómo roban a los turistas en las estaciones de servicio, y de cómo entrena en Polonia la selección «femenina» de futbol ucraniano.
Todo de máxima relevancia y trascendencia nacional, sin duda. Pero ver la escaleta del telediario es ciertamente un bochorno. Se puede no estar de acuerdo con lo que pasa, lo que no se puede es obviar la escala y relevancia de las cosas que ocurren en el país el mismo día y a la misma hora.
Me entristece mucho percibir cómo se retuerce manipula y esconde la verdad que tenemos delante de los ojos. ¿Qué no harán con aquellas cosas que no vemos? Qué tristeza de dictadura mediática».
El silencio mediático acerca de una propuesta positiva, no beligerante, que solo pretende abrir un debate sobre la verdad, es claramente de un sesgo ideológico que me resulta apasionante. Creyendo ingenuamente que la información periodística debe ser objetiva, basada en hechos, y, a lo sumo, propositiva, comprobamos que es tendenciosa, malévola, ciega, interesada y que participa conscientemente de la farsa colectiva. Vivir montado en la negación de la verdad, de las evidencias, es curiosamente anticientífico en una sociedad que se pretende ver a sí misma como científica. Curiosamente acababa de leer un libro de Stanley Hauerwas Poner nombre a los silencios, que en el último capítulo cuenta la experiencia de Myra Bluebond-Langner, (The Private World of Dying Children, Editado por Princeton Rutgers University Press) Esta antropóloga, que convivió durante un tiempo con los niños de un hospital oncológico para entender qué pasaba por su mente en los últimos días de su vida, concluye que la humanidad vive en una farsa colectiva: mirar para otro lado para no afrontar la inminencia de la muerte «injusta» de un niño. El lenguaje, la ocultación, el juego de la méconnaissance (sé, pero no quiero reconocer que es el final) son juegos macabros de los padres y los médicos, para no coger el toro por los cuernos de la verdad de la muerte inminente que está a punto de acontecer. Igual que los padres sufrientes y la medicina, que lucha para intentar que la vida se nos haga más llevadera tratando de ocultar la evidencia insalvable de la muerte escandalosa a un niño inocente, con remedios experimentales, con un lenguaje que elude afrontar la verdad, con promesas de mejoría infundadas, usando a los niños como cobayas para otros fines, por muy loables que sean, los políticos, los periodistas usan las mismas estrategias para no mirar de frente el crimen que perpetran con sus leyes y sus silencios y excusarse de reconocer la cruda verdad. Sus «buenas intenciones» compasivas y sentimentales para con la madre, para que esta no sufra, mira de soslayo la de una vida difícilmente considerable no-vida humana, utilizando artificios del lenguaje, leyes basadas en sesgos del derecho, de la ciencia puramente ideológicos, es decir, parciales y mentirosos.
Para Hauerwas la única actitud válida ante el sufrimiento de la madre, del niño, que puede dotarle de sentido, es que se hable en verdad, que se dialogue, y que esté encuadrado dentro de una narrativa comunitaria abierta al debate. En esta narrativa caben todos, como decía Mayor Oreja, creyentes y no creyentes, porque es la vida y la verdad lo que está en juego; el único plus que añaden los creyentes es que están afianzados en la esperanza personal que les da la fe en la resurrección de Cristo, de que todo, absolutamente todo, es recuperable y asumible por el amor y la verdad.