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los términos del reinoFray Abel de Jesús

No hay gloria sin pena, ni sonrisa sin lágrimas

Hay un lugar, más allá del oeste legendario, donde el dolor y la felicidad fluyen juntos y las lágrimas son el vino de la aventura

Actualizada 16:14

Día de la presentación de mi tesina de máster. Todo bien. Esta mañana me levanté tranquilo, pues, después de tres años estudiando sobre el tema, no parecía difícil simplificar mi propuesta en quince minutos de reloj. Quise hacerme un esquemita en el tren, camino a la universidad, en una hoja de libreta a cuadros, pero me había olvidado el bolígrafo, así que, cuando llegué a la facultad de teología, lo primero que hice fue ir a dar con José, el de la biblioteca, que siempre tiene de todo, a pedirle uno.

Como el tiempo apremiaba, hice el esquema en otro sitio, al que fui por un orden muy distinto de necesidades. Luego busqué mi nombre a toda prisa en el tablón de exámenes de tesina, para comprobar que todo estaba en orden. Pero, para más inri, se había adelantado mi hora, pues un alumno se había dormido, o algo así. Así que no me quedó ni tiempo para repasar mis propios garabatos.

Me siento ante un tribunal de profesores que comparten miradas de circunstancia. Yo, bastante desapercibido, hago mi defensa con aplomo y seguridad. Cuando llevo catorce minutos y diecisiete segundos, según mi reloj, el presidente del tribunal levanta una cuartilla de papel donde había escrito: «le queda un minuto». Termino o'clock, bordado, impecable, airoso y con un puntito de emoción contenida por mi propio éxito.

Entonces comienza el turno de las réplicas.

–Ya te dije yo que no me gustaba a mí el tema de Tolkien –dice el defensor para empezar, volviendo la mirada a sus compañeros de tribunal–, la primera película todavía, pero las dos segundas...

–Bueno, la peor tesina es la que no se entrega –se apresura a añadir una sonriente profesora–. Lo importante es que ya has terminado. ¡Felicidades!

–«Ay Dios»– pienso. Ni en mis más horripilantes pesadillas se me hubiera ocurrido un comienzo peor de las valoraciones. Pero eso es solo el principio.

–La verdad es que tu tesina está muy bien escrita, eso sí –se dice–. Muy agradecida de leer. Pero esto no parece una obra académica de teología. Hay párrafos en los que falta contención, prudencia, moderación. Es demasiado pretenciosa, y sus resultados bastante dudosos. ¿A qué te refieres con «invierno teológico»? ¿Crees que es tan fácil salvar el mundo de la teología como tú pretendes?

–Oh, no, santo cielo, yo no…

–…y apenas hay diálogo con autores teológicos. Hablas de interpretación de la Escritura sin nombrar los documentos pontificios. ¿Qué se supone que quieres decir con que hay dolor en la plenitud de lo humano? Veo muy pocas citas y demasiada creatividad. Una bibliografía francamente insuficiente.

–«Uno abre un libro cuando ya no tiene nada más sobre lo que reflexionar»– piensa ácidamente la parte fría de mi cabeza que todavía no se había desmoronado.

Pero, como leyendo mis pensamientos, el semblante del tribunal se endurece aún más.

Salgo de allí, al fin, con más pena que gloria, pensando si acaso lo que en realidad había sucedido esta vez era que, en efecto, había querido paliar mi falta de erudición con exceso de creatividad.

–Hijo mío, es que te ven demasiado echado pa'lante –me dice mi padre por teléfono.

Llega el tren, chirriando por las vías como las ideas en mi cabeza. Al bajar me compro medio kilo de fresas de oferta en el Carrefour. Me las como con alegría, pues siempre he preferido un día dramático pero divertido que un día apacible de aburrimiento. Pero me doy cuenta de que la oferta consiste en que la mitad de las fresas, las que están al fondo del envase, están negruzcas y escachadas.

–«Como mi tesina son las fresas, resplandecientes en la superficie e inservibles en el fondo»– pienso, regodeándome en mi propia tragedia.

Mis dedos se pintan de rojo mientras me las como sentado en un escalón de la carretera. Mis manos están rojas, como si hubieran sostenido mi corazón herido por la academia, a la que ya nunca he de volver. Esta es la eucatástrofe de mi vida, en términos de Tolkien, por quien guardo, si cabe, una mayor amistad.

Y ahora tengo más claro, a espaldas y en contra de este venerado tribunal, que en la plenitud de lo humano no hay gloria sin pena, ni sonrisa sin sus lágrimas, pues hay un lugar, más allá del oeste legendario, donde el dolor y la felicidad fluyen juntos y las lágrimas son el vino de la aventura, de la misma manera que el egoísmo y el altruismo se pierden en el amor.

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