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noches del sacromonteRicardo Franco

Una voluntad que actúa más allá del sexo y del aborto

El futuro de la criatura, su corazón lleno ya de eternidad, no pertenece a la madre ni a las leyes del Estado

Actualizada 04:30

Aunque no sea inevitable, parece que hemos olvidado cómo afrontar un problema sin reducirlo a una postura ideológica que se bendice o se maldice, según el esquema preconcebido. Con la palabra 'aborto' lo hemos vuelto a ver, igual que estamos viendo que no importa su significado ni lo que implica, para que algunos lo conviertan en moneda de pago de publicidad electoral que, después, termina cegando las bocas de los buzones.

Con el 'aborto' hemos visto desfilar y retratarse a todo el mundo, sobre todo a los que tienen un producto en venta y usan las palabras como capotes frente a los que tenemos la bravura más a flor de piel. Tanto es así, que uno de esos vendedores de pureza y plazas vacantes en su instituto de nefastas ideas, ha llegado a vender su verdad con un bulo según el cual los propios obispos preferirían estar bien con el PP a oponerse al aborto como lo hacen a diario, con más o menos pasión. He ahí la mezquindad que despierta el asunto cuando se reduce a consigna y no se ve en las personas otra cosa que votantes.

Más allá de toda esa estéril batalla de mentiras hay una verdad, o una tercera vía apenas transitada, excepto por la Iglesia, por algunos cristianos y por quien no le hace ascos al don del porvenir, sea creyente o no. Por eso, frente a la palabra 'aborto', es crucial salir del ruido que provoca la propaganda, provenga de donde provenga; y pensar en la palabra sin desgastarla, deletrearla si hace falta, hacerse su imagen en la cabeza y preguntarse si no es nuestra hipocresía la que ha creado ese monstruo que se alimenta con trozos de nuestra propia carne.

La verdad del aborto no es otra que la de una decisión sobre una vida. Una elección hacia el futuro sin 'eso' que ha aparecido misteriosamente después de la coyunda. Y en ese futuro imaginado como un infierno para la madre o para 'eso' que vendría, se decide cortar por lo sano y que no esté. Cortar, en este caso, es interrumpir: borrar del presente «lo que viene», lo que sucede.

¿Por qué esta explicación de Perogrullo? Porque el 'aborto' se alimenta de una imagen sobre el aparente bien propio o el ajeno, de mil razones distintas que tienen que ver más con el comprensible miedo a los juicios hipócritas; que tiene que ver con el cálculo del precio de la vida, con las prioridades existenciales en las que no hay espacio para un futuro con niño y con la soledad de tanta gente a la que le paraliza enfrentarse a un problema.

Que no nos distraiga nadie con sus defensas de la pureza. Con la palabra 'aborto', se quita el futuro a alguien que podría llegar a ser uno como nosotros: con nuestras mismas alegrías y con nuestras mismas tristezas; alguien con nuestra misma esperanza y nuestro mismo deseo; alguien que, quizá, hubiera sido compañía en la soledad de sus padres o en la tristeza de sus amigos. Quizá hubiera sido un buen compañero de nuestros hijos. Quizá hubiera sido nuestro enemigo, nuestra novia, nuestro próximo músico hortera favorito, o nuestro siguiente candidato.

No hay que cansarse nunca de repetir que hace falta toda nuestra ternura para quien toma la decisión de interrumpir el embarazo, ya que el niño abortado será un pensamiento amargo, un remordimiento, un vacío, una ausencia, un insomnio insoportable y un divagar constante en busca de obsesivas excusas. Sin embargo, por fortuna para todos, en la realidad actúa otra voluntad distinta a la nuestra. Porque el futuro de la criatura, su corazón lleno ya de eternidad, no pertenece a la madre ni a las leyes del Estado, sino a quien decidió darle una vida para siempre con su rostro, con su alma, con su nombre. Seguramente, uno de los espectáculos más bellos del último día será el de saber cuánto intercedieron por sus padres todos esos hijos invisibles hoy a nuestros ojos.

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