Mártires de Sevilla
José Vigil Cabrerizo: el sacerdote que perdonó a sus asesinos
Sus últimas palabras fueron: «Yo los perdono como Dios Nuestro Señor perdonó a sus enemigos»
Nació en Granada un 11 de octubre de 1906 y fue bautizado en la iglesia parroquial de la visitación, en su localidad natal. Con 13 años inicio sus estudios eclesiásticos en el Seminario General y Pontificio de Sevilla, los cuales acabó con 25 años. El rector del seminario lo consideraba una persona con verdadera vocación al estado eclesiástico: «Puede esperarse sin duda que será sacerdote ejemplar y celoso», decía de José.
El mismo año que finalizó sus estudios, fue encargado de la capilla recién construida en el barrio de san Jerónimo, dependiente de la parroquia de san Gil de Sevilla. Allí presto los servicios espirituales propios de una ayuda de parroquia: instrucción religiosa a los niños, administración de sacramentos –salvo el matrimonio– y ayuda a todo el que la necesitase en el barrio.
Comienzo de las revueltas
Eran tiempos de conflicto y en España surgió un radicalismo extremo contra la iglesia. En Sevilla se hizo notar con atentados e incendios perpetrados hacia edificios religiosos. La cruda situación también afectó al propio padre Vigil Cabrerizo, que vivió como en 1936 asaltaban su iglesia, quedando el edificio destrozado.
Fue amenazado en varias ocasiones y ya no se sentía seguro en ese lugar. Ante esta situación, decidió buscar una residencia más segura, instalándose con sus padres y hermanas en un bajo de la calle Conde de Ibarra, en el interior de la ciudad.
La muerte y el perdón
En la tarde del 18 de julio, un grupo de jóvenes frentepopulistas irrumpieron en su edificio en busca de partidarios del golpe militar. Se produjeron disparos y aparecieron las primeras víctimas. La familia intentó sacar de inmediato al sacerdote, consciente de las consecuencias que tendría si lo capturaban.
Al salir del edificio había un enorme tumulto de personas, no se podía avanzar fácilmente por la calle. Fue de pronto cuando una bala le impactó en el hombro y cayó al suelo. Los autores del disparo se acercaron a cachearlo y, al ver sus documentos –entre ellos varias estampas religiosas– le dispararon hasta que cayó de nuevo. Una de sus hermanas se abalanzó sobre él para evitar que le diesen el golpe de gracia y darle una oportunidad de vivir.
Malherido fue trasladado en ambulancia al hospital, donde le fueron administrados los santos sacramentos. Sus últimas palabras fueron: «Yo los perdono como Dios Nuestro Señor perdonó a sus enemigos».