Beatifican a las diez religiosas polacas asesinadas por el Ejército Rojo en 1945
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, el Ejército soviético avanzó como un rodillo de odio hacia la fe: profanación de iglesias, violaciones y brutales asesinatos
Mientras el Papa Francisco terminaba un amargo rezo del Ángelus en el que se ha lamentado de no poder ir a África, ha recordado que en Wroclaw (Polonia) estaban siendo beatificadas Sor Pasqualina Jahn y nueve hermanas de la Congregación de las Hermanas de Santa Isabel, asesinadas en el caos final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los ejércitos no saben parar su deriva de violencia y muerte.
En ese momento en el que se mezcla la confusión y las noticias lejanas de esperada libertad, las 10 monjas decidieron permanecer en los pueblos invadidos por las tropas soviéticas.
El rodillo de odio rojo
De las aproximadamente 4.500 hermanas que componían la Congregación al final de la trágica contienda, un centenar murieron en diferentes circunstancias; algunas de ellas por martirio, cuando los soldados entraron en la ciudad y por orden del comisario político, arrasaron con la vida de estas diez religiosas.
Una vez terminada la guerra, el Ejército Rojo fue avanzando y llevando consigo el odio hacia la religión. Capillas profanadas, sacerdotes brutalmente asesinados y monjas violadas y atrozmente asesinadas.
Violaciones y brutalidad
Según testimonio de la Hermana Alexandra: «Cuando los soldados del Ejército Rojo entraron en nuestros monasterios, destruyeron capillas, profanaron el Santísimo Sacramento, destruyeron pinturas y vasos litúrgicos. Su comportamiento era una expresión de odio por todo lo que tenía que ver con el cristianismo, con Dios», relató la monja, señalando que las hermanas asesinadas pueden ser patronas de los tiempos modernos, en los que se observa cada vez más el enfrentamiento y la violencia:
Perdón para los asesinos
«Vivieron tiempos de degradación de la dignidad humana y tuvieron que ponerse claramente del lado de los valores por lo que sufrieron una enorme violencia, pagando con sus propias vidas. Por lo tanto, pueden suplicar la gracia de la fe, la gracia del perdón para quienes nos han lastimado».
A pesar de ser conscientes del peligro que corrían, las religiosas permanecieron cerca de los ancianos y enfermos a los que cuidaban, como ejemplo de fidelidad a Cristo en unos momentos, especialmente duros y que tanto pueden resonar en las conciencias por la reciente invasión de Ucrania.
Nombrarlas lentamente
El cardenal Marcello Semeraro, que ha presidido la celebración, ha pronunciado sus nombres lentamente, uno tras otro, para rendirles la justa memoria, y para que esta memoria no olvide el testimonio de estas diez mujeres; y también a modo de plegaria para que, a través de ellas, entre en el mundo una mirada distinta a la del odio y la violencia destructora:
«Maria Paschalis Jahn, un corazón lleno de amor; Melusja Rybka, una mujer fuerte; Edelburgis Kubitzki, ejemplo de pobreza evangélica; Adela Schramm, una virgen prudente; Acutina Goldberg, amante de la justicia; Adelheidis Töpfer, un modelo de fe; Felicitas Ellmerer, obediente hasta el final; Sabina Thienel, una mirada llena de fe; Rosaria Schilling, fortalecida en la penitencia; Sapientia Heymann, una virgen sabia».
Diez vírgenes prudentes
El cardenal también ha comparado a las nuevas beatas con las diez vírgenes prudentes de la parábola evangélica, que salieron al encuentro del Señor con lámparas encendidas. «Sus almas están en manos de Dios. A diferencia de las vírgenes de la parábola, las diez nuevas beatas, con el carácter y el rasgo propio de cada una, han abrazado las atrocidades del sufrimiento, la crueldad de la humillación y la muerte en nombre de Cristo. Pero, a cambio de su fidelidad y perseverancia hasta el derramamiento de sangre, Dios les ha concedido una corona de gloria, por la que también nosotros, hoy, nos alegramos y celebramos».
Y nosotros también podemos mirar de un modo distinto los conflictos, la violencia y la respuesta asombrosa de Dios a través de las almas atravesadas por la fe.