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Las persecuciones del periodo soviético siguen vivas en la memoria de muchos

Las persecuciones del periodo soviético siguen vivas en la memoria de muchosGTRES

Cristianos perseguidos

Los mártires de la persecución soviética unen a los cristianos de distintas iglesias

«Ellos – ha subrayado Bak - siempre me animaron a mantener viva mi relación personal con Dios, que nadie habría podido quitarme, aunque me privasen de todo»

«¿Qué ha ayudado a los creyentes a perseverar en la fe en tiempos de persecución? Y la memoria compartida de los mártires ¿puede ayudar a superar las barreras confesionales y a sostenerse mutuamente?». Con estos interrogantes se han abierto los trabajos de la conferencia que ha reunido a representantes de varias confesiones cristianas en el Instituto Santo Tomás de Moscú, que han debatido el tema abiertamente, según información de Agencia Fides.

El acto, organizado en la tarde del pasado lunes 24 de octubre por el Departamento de Ciencias Religiosas del Instituto Ortodoxo de Moscú San Filaret, ha contado con la asistencia mixta (en directo y a distancia) de un gran número de participantes.

Ecumenismo de sangre

La peculiaridad del contexto de la Federación Rusa, donde las persecuciones del periodo soviético siguen vivas en la memoria de muchos, ha favorecido la reflexión común a través del intercambio de historias de martirio vividas en primera persona o en el entorno familiar de origen. Entre otros, el pastor Pavel Bak, de la Iglesia Evangélica Pentecostal, ha relatado los recuerdos de su propia familia, originaria de Volinia, región que hoy pertenece a Ucrania.

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La familia del pastor Pavel había sufrido varias oleadas de persecuciones desde 1945, y fue precisamente el testimonio de fe de sus abuelos y padres –según ha explicado el mismo–, lo que le ayudó a mantenerse arraigado en su fe: «Ellos – ha subrayado Bak - siempre me animaron a mantener viva mi relación personal con Dios, que nadie habría podido quitarme, aunque me privasen de todo». Tanto el párroco como algunos de los cristianos ortodoxos presentes han recordado en el transcurso de la velada que, durante la detención en los campos de trabajo, a menudo, el reconocimiento de la fe compartida en Jesucristo hacía caer las barreras y la desconfianza entre los miembros de las diferentes comunidades confesionales, lo que les permitía experimentar en esa situación lo que el Papa Francisco desde 2014 ha definido repetidamente como «ecumenismo de sangre».

Martirio cristiano

La moderadora del encuentro, la profesora Margarita Shilkina, cristiana ortodoxa y decana de la Facultad de Ciencias Religiosas, ha hablado de su propia conversión tras sus años de juventud como militante en las filas del Komsomol (organización que aglutinaba a las juventudes comunistas), conversión que se produjo gracias al testimonio de quienes se habían mantenido en la fe durante la época soviética: «Cuando leí el Evangelio por primera vez», ha dicho la profesora Shilkina, «me di cuenta de que me habían engañado. Creía sinceramente en el comunismo, pero el encuentro con la Iglesia viva de Cristo me hizo ver que era como un cordero entre lobos. Treinta años después de mi conversión, soy plenamente feliz en mi camino de fe».

La aceptación de lo que les sucedía como una forma de amar y servir a Jesús en las personas

Los dos ponentes católicos presentes -el jesuita Stephan Lipke y la investigadora Maria Chiara Dommarco- han destacado dos aspectos diferentes del martirio cristiano. El padre Lipke, director del Instituto Santo Tomás, ha recordado que los mártires experimentan lo mismo que San Pablo: «La fuerza se manifiesta plenamente en la debilidad» (2 Cor 12,9). A este respecto, el Padre Lipke ha relatado la historia del Siervo de Dios Padre Walter Ciszek, un jesuita estadounidense enviado en misión clandestina a la URSS en 1939: «A veces los perseguidos sobreviven, para que podamos tener sus recuerdos, transmitidos oralmente o por escrito.

Los dos libros que nos dejó el padre Ciszek cuentan cómo la debilidad del cristiano frente a sus perseguidores no es una desventaja, sino que paradójicamente es la forma en que puede atravesar los momentos de crisis: sus propios intentos, aunque ingeniosos, de no sucumbir ante sus atormentadores, al resultar ineficaces, dejaron espacio a Jesús, el único verdaderamente capaz de sostener al padre Ciszek durante los años de encarcelamiento». Maria Chiara Dommarco, investigadora en Historia de la Iglesia, por su parte, ha destacado un aspecto esencial de la vida de los testigos de la fe: la aceptación de lo que les sucedía como una forma de amar y servir a Jesús en las personas con las que se encontraban, como muestra la historia del padre Edmund Walsh, jesuita estadounidense enviado por Pío XI a misiones de alto riesgo en diferentes partes del mundo.

Local citizens attend a worship on Sunday before Easter at the Orthodox Church of Ukraine in Lviv, western Ukraine on April 17, 2022. Cultural properties are wrapped by white cloth to protect them from the damage caused by the Russian invasion.( The Yomiuri Shimbun via AP Images ) 
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«Pocos años después de regresar de Rusia –ha explicado la investigadora– donde había dirigido la misión pontificia de socorro entre las poblaciones agotadas por la hambruna de los años veinte, el padre Walsh fue enviado en misión secreta a México en 1929, para sentar las bases de un entendimiento diplomático entre el Estado y la Iglesia que pusiera fin a la guerra civil entonces en curso.

Su aceptación cordial y no pasiva de las situaciones extremas en las que se encontraba en ambos países fue su forma de aprender a amar a sus colaboradores y a servir a todos los que encontraba, independientemente de su filiación confesional o de su odio a la Iglesia, con el fin de promover la paz en el seno de un pueblo y entre pueblos diferentes».

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