13 de mayo
El último secreto de Fátima que el Vaticano no publicó hasta el 2000 y presagiaba el atentado a Juan Pablo II
El comentario teológico sobre el tercer misterio que la Virgen reveló a los tres pastorcillos de Fátima fue escrito por el entonces prefecto para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger
Lucía, Francisco y Jacinta tenían 10, 9 y 7 años cuando una mujer «más brillante que el sol» se les acercó mientras pastaban las ovejas. Era 13 de mayo de 1917, y de esta señora solo conocían lo que habían visto: sus blancas vestimentas, un manto de bordes dorados y un rosario en sus manos. Bajo la misma encina, los tres pastorcillos de Fátima se siguieron viendo con la bella desconocida hasta 13 de octubre de ese mismo año. Ella misma se lo había pedido expresamente, que volviesen cada día 13, antes de mandarlos de vuelta a sus casas con el rezo del Rosario y la oración por la conversión de los pecadores como encomienda.
Durante sus apariciones, la bella mujer de blanco trasladó a los niños mensajes sobre el arrepentimiento y la conversión, sobre la oración y la penitencia. Los pastorcillos volvían a Fátima presagiando guerras y grandes calamidades en el mundo. Entre todo lo que les contó, hubo tres secretos. Dos de ellos fueron revelados al mundo en 1941 por la propia Lucía, que había cambiado las ovejas por el hábito. El tercero y último lo escribió en una carta y la envió al Vaticano en 1957. No sería hasta el año 2000 cuando san Juan Pablo II lo haría público, también un 13 de mayo.
Los dos primeros mensajes que la Virgen mandó a los niños guardar están relacionados con el infierno, la Revolución Rusa, la Segunda Guerra Mundial y «la previsión de los daños ingentes que Rusia, en su defección de la fe cristiana y en la adhesión al totalitarismo comunista, provocaría a la humanidad», explica el Vaticano. Por ello, la Señora le pidió a los pastores que la humanidad, pero más especialmente Rusia, fuese consagrada al Inmaculado Corazón de María.
El contenido de los dos primeros secretos ya se había cumplido cuando en 1959 Juan XXIII leyó el tercero. Después de leerlo, el Papa devolvió el escrito al archivo pontificio y decidió que seguiría siendo lo que había sido, un secreto. Sor Lucía pidió entonces que no fuese revelado hasta 1960, para que fuese mejor entendido. Cuando Pablo VI lo leyó en 1965 también optó por dejarlo donde estaba.
El 13 de mayo de 1981, pasadas las cinco de la tarde, Juan Pablo II, a bordo del papamóvil, caía abatido por cuatro balas que un asesino a sueldo disparó a bocajarro en plena plaza de San Pedro. Tras recuperarse del atentado contra su vida, pidió leer el tercer secreto. Tras hacerlo, lo devolvió al archivo, pero pensó inmediatamente en consagrar el mundo al Corazón Inmaculado de María, acto que se celebraría por primera vez el 7 de junio de ese mismo año.
Tercera parte del secreto. Traducción de la carta de sor Lucía en 1944
En Tuy, a 3-1-1944.
La interpretación de la carta que hace el Vaticano asocia la espada que porta el ángel con el Apocalipsis. «La perspectiva de que el mundo podría ser reducido a cenizas en un mar de llamas, hoy no es considerada absolutamente pura fantasía: el hombre mismo ha preparado con sus inventos la espada de fuego», continúa el texto. Es la Madre de Dios, y Él mismo a través del Ángel y la llamada a la penitencia, quien se opone con su esplendor al poder de la destrucción. El comentario, firmado nada menos que por Joseph Ratzinger (entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe), incide en que la visión de los pastores no habla de un futuro fijo, sino lo contrario: «movilizar las fuerzas del cambio hacia el bien».
La ciudad y la montaña en que suceden la visión, dice el futuro Benedicto XVI, simbolizan el «lugar de la historia humana». La cruz, en lo alto, es «meta y punto de orientación de la historia», donde la «destrucción se transforma en salvación». La ciudad está en ruinas y el obispo vestido de blanco que aparece en el mensaje va caminando entre los cuerpos de los muertos. «Hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre», ya indicaban los pastores. Los lugares son concretos y los tiempos, según añadió Ratzinger, también: «podemos reconocer el siglo pasado como siglo de los mártires, como siglo de los sufrimientos y de las persecuciones contra la Iglesia, como el siglo de las guerras mundiales y de muchas guerras locales que han llenado toda su segunda mitad y han hecho experimentar nuevas formas de crueldad».
No solo aparece Juan Pablo II en la visión, sino que la figura del Pontífice cobra un papel destacado. Subiendo la montaña hacia la cruz que sor Lucía describe, hay varios papas, «empezando por Pío X hasta el Papa actual han compartido los sufrimientos de este siglo», asevera el prefecto para la Doctrina de la Fe. En este punto es cuando el Santo Padre recibe los disparos, que en el texto el sucesor relaciona rápidamente con el atentado de 1981. Ratzinger recuerda las palabras de Wojtyla, cuando afirmó tras ser operado de las heridas de bala que «una mano materna guio la trayectoria de la bala y el Papa agonizante se paró en el umbral de la muerte», el 13 de mayo de 1994. Esto demuestra, según Ratzinger, que «la fe y la oración son poderosas, que pueden influir en la historia y, que al final, la oración es más fuerte que las balas, la fe más potente que las divisiones».
Tan angustiosa visión, tiene un final, en cambio, esperanzador. «Ningún sufrimiento es vano y, precisamente, una Iglesia sufriente, una Iglesia de mártires, se convierte en señal orientadora para la búsqueda de Dios por parte del hombre», lo resume Ratzinger. No hay profecía, sino que como ya advirtió Soldano y luego confirmó el prefecto, el tercer secreto pertenece ya al pasado. El mensaje de Fátima, incide el Papa alemán, invita en definitiva a confiar en la promesa que Jesús hizo y que nos llega a través del Evangelio de Juan: «padeceréis tribulaciones en el mundo, pero tened confianza; yo he vencido al mundo».