Un sacerdote con el tendón de Aquiles desgarrado: el milagro que ha hecho santo a Pier Giorgo Frasatti
Gracias a uno de sus profesores del seminario, se puso en conocimiento del Vaticano el milagro ocurrido para su estudio
a Juan Gutiérrez siempre le habían gustado los deportes, aunque no era el más atlético de su promoción. Cuando se enteró de que sus compañeros en el seminario jugaban al baloncesto cada lunes, no dudó en sumarse al equipo. El 25 de septiembre de 2017, a los pocos minutos de salir a la cancha, creyó que alguien le había golpeado el tobillo derecho. Escuchó un chasquido fuerte, pero se dio la vuelta y no había nadie detrás de él. Ya no podía caminar con normalidad, así que abandonó el campo y llamó a un taxi para volver al seminario de san Juan, en Camarillo (California).
«No calenté ese día», recuerda el sacerdote en una entrevista con Ángelus News. Al principio, pensó que la lesión no sería muy grave, pero dolor fue en aumento y apenas le dejó dormir esa noche. Durante unos días, intentó cumplir con su rutina de clases y oración, pero finalmente fue al médico cuando otro de sus compañeros también acudió a revisión por una lesión. Según las radiografías, no tenía nada roto. Le recetaron analgésicos, ya que, según le dijeron los doctores, lo más probable era que tuviese un tirón en algún músculo.
El tobillo de Gutiérrez comenzó a teñirse de azul y seguía hinchándose cada día un poco más. El dolor no cedía y un compañero del seminario que era quiropráctico, le recomendó a Juan que caminase con muletas y realizase unos estiramientos, pero aun así no mejoró. Acudió de nuevo al hospital para que le hicieran una resonancia magnética, pero no había hueco para una cita hasta tres semanas después, que tuvo que convivir con la lesión.
Ayuda «desde arriba»
Bajo las ondas de radiofrecuencia, el médico lo vio claramente. Unas horas después de la prueba, llamó a Gutiérrez para comunicarle su diagnóstico: «Tienes un desgarro en el tendón de Aquiles». La única solución era pasar por el quirófano, pero el seminarista no le había contado a su familia, la mitad viviendo en Nebraska y la otra mitad en México; acerca de su lesión y tampoco tenía el dinero para poder pagar la operación.
Esa noche no durmió. La pasó buscando en Google «lesiones del tendón de Aquiles» y las historias de las infecciones asociadas a la operación no le dejaron conciliar el sueño. A la mañana siguiente, día de Todos los Santos, después de la misa junto a sus compañeros, Gutiérrez se quedó en casa. «Estuve allí, rezando, y luego, al final, pensé: 'Creo que necesito ayuda desde arriba'», cuenta en la entrevista.
Se propuso entonces a sí mismo rezar una novena, algo que había hecho muchas veces antes, y cuando pensó en a quién ofrecérsela, le vino a la cabeza el beato Pier Giorgio Frasatti. La propuesta surgió casi como un susurro en su mente. No le tenía una devoción especial, simplemente le había conocido en un vídeo que había visto en YouTube.
Una novena y fuego en la capilla
Al iniciar su novena, no pidió por su curación. «Señor, por intercesión del beato Pier Giorgio Frassati, te pido que me ayudes en mi herida», fue su oración, a la que añadió: «prometo que si pasa algo inusual, informaré a quien sea necesario». Confiesa no saber por qué había dicho eso y se sorprendió al escucharlo salir de su boca.
Tan solo unos días después, estaba rezando en la capilla una vez más cuando sintió un leve calor en la pierna derecha. Según cuenta, «iba aumentando poco a poco, y llegó un momento en que pensé que se estaba incendiando una toma de la eléctrica». Gutiérrez buscó un fuego a su alrededor, pero allí no había nada. Miró su tobillo y se extrañó al darse cuenta que era la fuente de ese calor.
El seminarista comenzó a llorar ante el Sagrario. «No puede ser, no porque no tengas poder para curarme, sino porque no tengo fe para algo así», se dirigió a Dios. Antes de terminar el noveno día, ya no necesitaba las muletas ni un aparato ortopédico que le habían recetado para inmovilizar la pierna derecha. En su siguiente cita con el traumatólogo, hacía días que no pensaba en un talón. El cirujano le examinó el tobillo y quedó perplejo al no ver ninguno de los síntomas de la rotura de ligamentos que tan claramente había visto en la resonancia.
La intervención del Vaticano
Este suceso, ocurrido en 2017, fue guardado por el seminarista, quien solo lo contó a su director espiritual y sus amigos más cercanos. No habló con nadie de su sanación hasta que conoció a monseñor Robert Sarno, un sacerdote estadounidense recién jubilado del Dicasterio vaticano para las Causas de los Santos, que acudió al seminario de Camarillo a impartir una asignatura sobre los procesos de canonización.
Le costó todo el semestre acercarse a hablar con su profesor, al que encontraba muy intimidante. En cuanto le contó todo lo ocurrido, Sarno se mostró tremendamente interesado. Gracias a él, se inició la investigación sobre un posible milagro que acabaría haciendo santo al joven laico italiano, cuya canonización tendrá lugar el próximo año durante las celebraciones del Jubileo.