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El carácter españolAmando de Miguel

Las ondas políticas en la España contemporánea

La condición para establecer esa pauta curvilínea es que se considere un amplio lapso del tiempo

Actualizada 04:25

Díjole el labriego al caminante Azorín: «Caballero, en Castilla no hay curvas». Pues bien, los sucesos que condicionan una sociedad a lo largo del tiempo no son líneas rectas, sino curvas. Dibujan trayectorias ondulares, bucles, espirales y otras formas sinuosas. Es la mejor demostración de que, en cualquier fenómeno significativo, actúan, al unísono, distintas fuerzas o causas.

La condición para establecer esa pauta curvilínea es que se considere un amplio lapso del tiempo. Puede ser los últimos 150 años de vida política española, lo que, propiamente, sería la España contemporánea. La cual admite otra precisión cronológica: dividirla en tramos generacionales de unos 30 años, la edad que separa a los padres de los hijos.

El cuadro adjunto esquematiza este planteamiento. Se añaden algunos epónimos o personalidades más destacadas de cada generación:

Generaciones en la edad de mayor actividad (30-60 años)

Para las fechas / Epónimos políticos (gobernantes)

1876-1905 / Cánovas, Sagasta

1906-1935 / Maura, Miguel Primo de Rivera, Azaña

1936-1965 / Largo Caballero, Franco

1996-1995 / Franco, Suárez, González

1996-2223 / Aznar, Zapatero, Rajoy, Sánchez

La primera generación (1876-1905) corresponde a la Restauración del sistema de Monarquía Parlamentaria con el «turno pacífico» entre los dos grandes partidos, el Conservador (Cánovas) y el Liberal (Sagasta). Se propone ser una réplica del sistema británico. Realmente, es una negación de los regímenes españoles anteriores: el capricho de los «generales bonitos» y las excentricidades de la I República. La paradoja es que la Restauración se inicia con un pronunciamiento, el del General Martínez Campos. A pesar de que la coyuntura fue harto dificultosa (crisis agraria, epidemia de cólera, guerra de Cuba), esta primera generación impulsó muchas reformas modernizadoras.

La segunda generación (1906-1935) asiste a una sociedad convulsa. Los militares vuelven a la escena política y hasta protagonizan una Dictadura (1923-30). Aparecen nuevos partidos, que dan lugar a Gobiernos efímeros. Irrumpen las fuerzas socialistas y anarquistas de carácter revolucionario. La situación de caos concluye con el experimento de la II República. La cual empezó con un golpe de Estado; formalmente, unas elecciones municipales. La República quiso ser la negación de la Monarquía y de la Dictadura de Primo de Rivera, pero degeneró en muchas prácticas autoritarias y en una creciente violencia.

La tercera generación (1936-1965) es la más inestable. Tramita una crudelísima guerra civil y se enfrenta a la hambruna y la «pertinaz sequía» de la postguerra. Al final, se produce un cambio radical: el «desarrollo» de los primeros años 60 y la apertura al exterior.

La cuarta generación (1966-1995) sigue avanzando en el proceso de modernización. El régimen autoritario no tiene más remedio que posibilitar un cierto «pluralismo de hecho», que prepara la «transición democrática». La Constitución de 1978 fija, otra vez, el sistema de la Monarquía Parlamentaria con la alternancia de los dos grandes partidos. La transición de un régimen autoritario a una democracia se produce de manera pacífica. Solo, se ve alterada por los crímenes de los terroristas vascos.

Y, así, llegamos a la quinta generación (1996-2023), que testimonia la presencia de graves crisis económicas y nuevas prácticas autoritarias. Pero, ese merece otro capítulo, porque es nuestro presente y el incierto futuro que nos aguarda.

De momento, se confirma el carácter ondular de la evolución política española a lo largo de la época contemporánea. Cabe sospechar que cada generación se propone ser la negación de la anterior.

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