
Annette Herfkens tras el accidente de avión
Ocho días en la jungla tras una tragedia aérea y una vida de aprendizajes: la historia de Annette Herfkens
La afectada ha decidido narrar esta impresionante historia de superación en Turbulencias, donde cuenta tanto recuerdos de su pasado en el accidente como aspectos de su presente
El 14 de noviembre de 1992, Annette Herfkens sufre un accidente aéreo y resulta ser la única superviviente, perdiendo también en el siniestro a su pareja, con la que había partido desde Madrid para realizar un viaje romántico a Vietnam, país en el que se produjo el suceso al realizar un vuelo interno. Además del golpe anímico de perder al que era el amor de su vida, se vio obligada a vivir ocho días sola en la jungla, herida de gravedad y contando solo con el agua de la lluvia para mantenerse con vida.
Esta impresionante historia de superación es la que Herfkens ha decidido contar en Turbulencias, un libro de la editorial Boldletters que narra tanto recuerdos de su pasado como aspectos de su presente. Annette Herfkens ha atendido a El Debate y ha explicado tanto su experiencia en la selva como sus sentimientos al evocar sus vivencias para escribir el libro, así como los efectos que ello ha tenido en su vida.
–¿Cuáles son los recuerdos más vívidos que tienes de esos ocho días sola en la selva tras el accidente?
–Lo que más recuerdo es la belleza de la selva, que me sostuvo y me permitió seguir adelante. Tomé consciencia de mi situación estando atrapada bajo un asiento en el avión siniestrado, rodeada de cadáveres y gravemente herida. Fue como estar dentro de una secadora. Para sobrellevar la soledad y el dolor, me aferré a la observación de la naturaleza, viendo en ella un refugio sin juicios ni intenciones. Durante ocho días, sobreviví bebiendo agua de lluvia y refugiándome en mi mente, evocando música, conversaciones y recuerdos que me ayudaron a mantenerme en calma y seguir adelante.–¿Qué papel jugó la esperanza en tu supervivencia?
–En mi libro escribo sobre esto, pero déjame explicarlo con una perspectiva más personal: ¿Perdí la esperanza? No, lo que perdí fueron las expectativas que tenía sobre el futuro. La esperanza no es lo mismo que una expectativa. No es desear que la vida se acomode a lo que uno cree que debería ser, sino aceptar la realidad tal como es.
En la selva, tuve que abrazar lo que tenía frente a mí. La esperanza me ayudó a resistir en esos primeros días de incertidumbre. No se trataba de aferrarme a la idea de ser rescatada, sino de aceptar mi realidad en cada momento. Y al hacerlo, no solo la acepté, sino que incluso aprendí a celebrarla. Para mí, la vida consiste en enfrentar lo que nos toca, sin cuestionar por qué nos sucede. ¿Por qué a mí? ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué no?

–¿Cómo afrontaste el trauma emocional tras el accidente?
–Era una mujer joven de 31 años y sentía que estaba en la cima del mundo. Tenía todo: trabajaba en lo que me apasionaba –el mercado de deuda externa de mercados emergentes–, tenía la mejor jefa posible, Ana Patricia Botín, y estaba comprometida con el amor de mi vida. Teníamos un futuro hermoso por delante. Y de un momento a otro, lo perdí todo. Lo perdí a él. Lloré su muerte profundamente durante dos años. Fue un duelo muy difícil, sobre todo porque estaba en una edad en la que mis amigos se casaban, tenían hijos y construían sus vidas.
Pero con el tiempo, volví a enamorarme. Mi pareja era un colega con quien ya trabajaba intensamente. Fue él quien, tras el accidente, insistió en salir a buscarme. No creía que estuviera muerta. Sentía, de alguna manera, que yo seguía viva. Juntos tuvimos dos hijos: una hija que hoy tiene casi 28 años y un hijo de 26 que tiene autismo. Haber vivido lo que viví me ayudó a aceptar su diagnóstico con más serenidad. Aprendí que cuando logras aceptar lo que no tienes, puedes empezar a ver lo que sí tienes.
–¿En qué momento decidiste escribir Turbulence y qué te motivó a hacerlo?
–Fue gracias a mi hijo. En la selva sentí una conexión vertical, con algo más grande que yo: con la naturaleza, con Dios. Pero mi hijo me enseñó lo que es la conexión horizontal, la conexión entre los seres humanos a través del amor y la compasión. Su mundo y su forma de ver la vida me enseñaron lo que realmente significa la compasión y el amor incondicional. Quise plasmar esa dualidad en el libro.
–¿Escribir el libro fue una experiencia catártica o resultó ser un proceso doloroso?
–Fue mucho trabajo, sobre todo porque cada palabra es parte de mí en todos los sentidos. No fue exactamente un cierre, sino más bien una nueva apertura. Escribir el libro me trajo nuevas conexiones y aprendizajes.
–¿Qué esperas que los lectores se lleven de tu historia?
–Que no teman a la muerte, que no juzguen apresuradamente, sino que observen. Observar sin juzgar me salvó la vida. Durante esa larga semana en la selva, no podía confiar en mi mente, porque solo pensaba en que mi prometido había muerto, en dónde deberíamos estar, en que tenía que seguir sin él. Esos pensamientos me paralizaban. Entonces, simplemente miraba a mi alrededor y escuchaba a mi corazón. Esa sigue siendo, hasta hoy, la lección más importante que aprendí.
También veo la vida como un proceso de «des-ego». Vivimos en una sociedad que nos empuja a la individualidad y al juicio rápido, cuando en realidad la verdadera felicidad y conexión surgen cuando dejamos de lado el «yo» inflado. Los momentos en los que he sido más feliz han sido aquellos en los que me olvidé de mí misma: viendo un partido de fútbol, haciendo el amor, sosteniendo a mis hijos recién nacidos en brazos...
Si aprendiéramos a enfocarnos en lo que realmente importa, en lugar de en nuestras diferencias, podríamos descubrir una fuerza enorme. Cuando miro a mi hijo o a otros niños con diagnósticos considerados limitantes, pienso: podemos enfocarnos en lo que no pueden hacer o podemos ver lo que sí pueden y construir desde ahí. Aceptar la realidad tal como es abre la puerta a muchas más posibilidades.
–¿Sigues viajando en avión o tu relación con volar cambió para siempre?
–Sí y sí. Sigo teniendo miedo y soy muy claustrofóbica. Necesito sentarme en la primera fila para no sentir una silla contra mis piernas. Pero tuve que volver a mi trabajo en Madrid y viajar por todo el mundo, porque nos dedicábamos a los mercados emergentes. El coraje no es la ausencia de miedo, sino la creencia de que hay algo más importante que el miedo.
–Si pudieras hablar con la Annette de antes del accidente, ¿qué le dirías?
–El accidente dividió mi vida en dos de una manera extrema. Hasta entonces, había sido muy afortunada. Vivía de manera inconsciente, sin cuestionarme demasiado. Veía el vaso medio lleno, o incluso completamente lleno, y esa mentalidad me ayudó a sobrevivir.
Después del accidente, empecé a vivir con mucha más conciencia, a estar realmente presente en el mundo. Aun así, si pudiera hablar con esa Annette, le diría: «Disfruta mientras puedas».