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Enrique ortega gironés

Mitos y leyendas sobre el efecto invernadero

La historia geológica de la Tierra indica que han existido periodos en los que el CO₂, sin intervención humana, ha alcanzado niveles siete veces mayores que los actuales

Actualizada 04:30

Uno de los refranes más conocido (unos tienen la fama, y otros cardan la lana) es perfectamente aplicable al CO₂ y al metano, a quienes se están atribuyendo culpas que no les corresponden. La vida sobre la Tierra es posible gracias al agua y a la presencia en nuestra atmósfera de un 0,4 % de su vapor, el principal responsable del efecto invernadero.

Pero la atmósfera terrestre es un sistema abierto y no funciona igual que un invernadero, que con sus muros de cristal constituye un sistema cerrado. Al calentar un gas como el aire, aumenta de volumen y disminuye de densidad, tendiendo a subir, como conocen muy bien las grandes aves rapaces para elevarse, mientras que el aire frío se mantiene pegado al suelo. La única manera de impedir ese ascenso sería la presencia de una superficie separadora (como el techo de un invernadero), pero ese límite no existe en la atmósfera y una parte considerable del calor se escapa hacia el espacio exterior. No obstante, las nubes, parcialmente, sí que pueden ejercer esa función de tapadera, como saben los agricultores, porque durante la noche, si el cielo está cubierto, por debajo de las nubes, se mantiene el calor acumulado durante el día. Sin embargo, cuando no hay nubes, el aire caliente se escapa hacia arriba y son más frecuentes las heladas.

Se suele atribuir la responsabilidad del calentamiento a las emisiones antrópicas de CO₂, un gas que además de representar tan solo el 0,042 % de la atmósfera (cien veces menos que el del vapor de agua), es en su mayor parte natural y tan solo una mínima parte (menos del 3-4 %) es de origen antrópico, por lo que la incidencia de las actividades humanas en el efecto invernadero es insignificante

También, se nos suele advertir que el CO₂ presente hoy en la atmósfera es muy superior al que existía al inicio de la época industrial, antes de 1850. Pero en realidad, ese aumento es intrascendente, porque su capacidad para absorber el calor estaba ya saturada y no podía crecer aunque se incremente su presencia en la atmósfera. Es algo parecido a lo que ocurre con la pintura negra, que absorbe la radiación de toda las longitudes de onda, pero no por superponer varias capas de pintura, absorberá más radiación. Por ello, no puede justificarse que el CO₂ ejerza un control significativo sobre la temperatura planetaria.

La historia geológica de la Tierra indica que han existido periodos en los que el CO₂, sin intervención humana, ha alcanzado niveles siete veces mayores que los actuales. Entonces, si en el pasado hubo valores muy superiores sin que supusieran un punto sin retorno, ¿por qué debe serlo ahora? Además, la geología enseña también que la naturaleza, ella sola, se encargó de reducir esos niveles de CO₂ mediante la formación de rocas calcáreas, carbonosas y petrolíferas.

En los medios de comunicación suele calificarse al CO₂ como contaminante. En realidad es un gas inerte, no forma productos tóxicos con otras substancias y es esencial para la vida de las plantas, que durante la fotosíntesis, lo acumulan como glucosa para transformarlo en el imprescindible oxígeno. No debe olvidarse que si la temperatura desciende por debajo de 10 °C y el CO₂ baja del 0,015 %, se detiene la fotosíntesis. Por el contrario, para estimular el crecimiento de las plantas, en cultivos de invernadero suele enriquecerse el aire en CO₂. A nivel global, los satélites han medido los efectos del aumento de CO₂ en la atmósfera, es decir, un enorme aumento de la productividad vegetal (la superficie boscosa del mundo aumenta anualmente 350.000 km², equivalentes a dos tercios de España) y, por tanto, también de la captura de CO₂. Por el contrario, si se produjese un descenso significativo en la concentración de CO₂, disminuiría el crecimiento vegetal, como ha ocurrido siempre durante las glaciaciones.

Por lo tanto, no es cierto que los contenidos actuales de CO₂ sean perjudiciales para la naturaleza y es falso afirmar que, como consecuencia del calentamiento, se está produciendo una muerte lenta de los bosques y una desertización generalizada. Pero los modelos informatizados que predicen la evolución climática, cuyos vaticinios fallan estrepitosamente, ignoran o minimizan esos y otros parámetros naturales como la radiación solar o el transporte térmico entre el ecuador y los polos

Algo similar puede decirse del metano (CH4), un gas que emiten los seres vivos y al que se le atribuyen graves consecuencias climáticas por su contribución al efecto invernadero. Sin embargo, la concentración del metano en la atmósfera y su capacidad de absorber calor son aún menores que la del CO₂, y además, su periodo de persistencia es de solo 10 años, por lo que no puede acumularse. Afirmar que el metano es un gas con efecto más peligroso que el CO₂, es absolutamente falso. Por otra parte, las imágenes satélite han permitido discriminar que las mayores concentraciones de metano se sitúan sobre las áreas urbanas, lejos de las explotaciones ganaderas extensivas.

También, debe tenerse en cuenta que una parte significativa del metano atmosférico tiene un origen natural, procediendo de la desgasificación del subsuelo, como lo demuestran los yacimientos de las plataformas submarinas y parte de las reservas en los yacimientos de gas natural, además de las famosas emanaciones del Monte Quimera (Turquía), del templo del oráculo de Delfos en Grecia, de la Boca del Infierno en Turkmenistán o del Mecheru de Saus en Asturias

A pesar de estas evidencias, se sigue difundiendo la culpabilidad del CO₂ y del metano en el calentamiento global como consecuencia del efecto invernadero. Ante esta situación contradictoria cabe preguntarse: ¿Por qué se inició todo este esfuerzo desinformativo desde hace casi medio siglo? No parece disparatado pensar que el objetivo sea inducir una mala conciencia y un complejo de culpabilidad en relación con el cambio climático, favoreciendo la docilidad hacia el fabuloso negocio de tasas e impuestos a las emisiones de gases a la atmósfera, además de la ingeniería social asociada a posturas ideológicas. Y todo ello, amparado bajo un paraguas presentado a la ciudadanía como política de defensa y protección medioambiental, para salvar al Planeta, aunque la naturaleza y la Ciencia estén indicando todo lo contrario.

Por último, la información disponible permite extraer otra importante conclusión. Como medida paliativa para detener las emisiones antrópicas, se está promoviendo el uso de energías alternativas, entre ellas la utilización como combustible del hidrógeno verde. Si tenemos en cuenta que el resultado de la combustión del hidrógeno es precisamente vapor de agua, y que la capacidad de este vapor para absorber calor atmosférico es mucho mayor que la del CO₂ y el metano, el uso generalizado de esta fuente de energía produciría un aumento significativo (ahora sí, de verdad) del efecto invernadero. Regresando de nuevo al sabio refranero español, podríamos decir que ¿no estaremos haciendo un pan como unas tortas?

  • Enrique Ortega Gironés es licenciado en Ciencias Geológicas por la Universidad de Oviedo y ejerce como consultor de organismos internacionales.
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