Despotismo baldío
El ciudadano corriente identifica a un déspota como a una persona que abusa del poder sin sujetarse a más límites que su propia voluntad. En sentido estricto, el déspota es aquel que gobierna sin sujeción a ley alguna. En tiempos en que el poder se ejercitaba desde el absolutismo surgió, en el siglo XVIII, un movimiento reformista por parte de los monarcas que, sin abdicar de su poder absoluto, intentaron gobernar aplicando reformas basadas en la razón y en el progreso para mejorar las condiciones de vida de sus subordinados, buscando su bienestar sin renunciar por ello a su autoridad.
Vivimos en España una situación inversamente proporcional a aquel movimiento, en cuya virtud quienes no tienen el poder absoluto se vienen conduciendo como si lo tuvieran. Sánchez es un perdedor de elecciones que, sin embargo, gobierna apoyado por los que o no les gusta España o no les gusta la democracia parlamentaría. Su estilo es fiel reflejo de cómo se conduce un déspota. Lo dijo él mismo cuando proclamó que gobernaría con o sin apoyo del parlamento, y lo ratifica a diario con sus incumplimientos flagrantes de obligaciones constitucionales, empezando por la de presentar los presupuestos para su debate y aprobación, algo que viene incumpliendo desde el año 2022.
España dijo Rubalcaba que se merecía a un Gobierno que no le mintiera. Si el procer socialista resucitara contemplaría que se quedó corto al pronosticar las desgracias que para su partido y para España supondría que Sánchez alcanzara el poder. Un presidente del Gobierno, que ha engañado a todo el mundo, no tiene reparo en afirmar que la Constitución tiene matices que le permiten soslayar la obligación literal que la misma impone al Gobierno de «presentar ante el Congreso de los Diputados los Presupuestos Generales del Estado al menos tres meses antes de la expiración de los del año anterior»(artículo 134,3). No hay más matices que la cara dura de un gobernante que se conduce con vocación despótica.
Y como en la vida todo autócrata genera escuela, ahí tenemos a un tal Puente que no para de chulear los intereses andaluces, mientras, con el mismo estilo cobardón de su jefe, se baja los pantalones ante los nacionalistas vascos y catalanes. No le basta con la marginación de las obras públicas pendientes en Andalucía; ahora se ha descolgado con un ataque biliar, desabrido y áspero, retirando a los andaluces menores de quince años la gratuidad del transporte comprometida ¡porque la consejera andaluza no dijo que lo subvencionaba el Gobierno!. Pero eso si, a la homónima vasca que también se le olvidó decirlo, incluso con implícita voluntad apropiatoria, ni rechistarle. ¿Pero esta gente qué se ha pensado que somos los andaluces? Como sigan sin enterarse, van a seguir perdiendo votos a chorros.
Habrá que ver si el tramposo intenta también engañar a la OTAN y a la Unión Europea con su compromiso de aumentar el gasto en defensa, elaborado desde la división de un gabinete que es el hazmerreir de cualquier demócrata que se precie, un refrito de intercambios partidarios, oculto a la soberanía parlamentaria y contando con unas partidas de los fondos «next generation» pendientes de cumplimentar requisitos. Seguramente no tardaremos mucho en que también a nivel internacional todos conozcan a quienes utilizan la mentira como instrumento del engaño: una colección de petrimetres veleidosos, incapaces de ser coherentes con lo que hablan, y que ejercen una especie de despotismo baldío, sobrado de autoritarismo y escenificacion y vacío de contenido, yermo e improductivo para el verdadero progreso económico y social.