Antonio Conde Bajén
Antonio Conde Bajén

Ahora que acaba la temporada, empecemos con la caza

Los animales, si acaso, tendrán la identificación del gentilicio: el de la Cuerda del fraile, el de la Choperilla, el de las Huesas, el bando de la vega… porque los animales están indisolublemente unidos al campo, a su respectivo campo

Actualizada 04:30

Un ciervo en la provincia de Álava

Un ciervo en la provincia de ÁlavaEuropa Press

Terminada la cosecha, empiezan las labores de preparación, de siembra, abonado y riego. En caza, la preparación consiste en proporcionar las mejores posibilidades a los reproductores, darles paz y, sobre todo, protección; esa no puede faltar nunca, como si fuera el continuo riego de una huerta.

La siembra es la reproducción natural de las especies. Dependerá de la climatología, de la añada y de mil imprevistos frente a los que el hombre sólo puede intentar que sus efectos sean lo menos dañinos posible, consciente de sus limitaciones y de que el hombre sólo es una parte pequeña de la naturaleza.

Tras la reproducción empieza el mimo a las crías mediante la facilitación de agua, comida y refugio frente a las alimañas. Todo ello constituirá un exquisito tratamiento a esos brotes que muy pocos hortelanos serían capaces de realizar. Quizás es la parte más delicada, pero también la más satisfactoria. Exige continuas vigilancias durante las que se observa el crecimiento de las crías y su evolución, comprobando con alegría que siguen vivos o, con desazón y tristeza, que han muerto, ya sea por enfermedad o por las alimañas. Nunca podrá ser por hambre o sed porque, si así fuera, el hortelano cinegético no merecería tal nombre. Esas vigilancias harán que esos animales, poco más que polluelos, gazapos, gabatos, corcinos o jabatos, entren en una especie de patrimonio sentimental del cuidador y de alguna forma los hará suyos, aunque no les pondrá nombres, porque eso es sólo para las personas. En cualquier caso, entre los animales los nombres no existen. Tan fácil como tradicional y de siempre; tan silvestre y natural como los propios seres del campo. Los animales, si acaso, tendrán la identificación del gentilicio: el de la Cuerda del fraile, el de la Choperilla, el de las Huesas, el bando de la vega, …. porque los animales están indisolublemente unidos al campo, a su respectivo campo.

No, no se odia a los animales. Es imposible odiar a lo que se ha mimado, por mucho que haya sido desde la distancia y evitando el contacto directo. Como también es imposible no desarrollar una atracción hacia ello y establecer un vínculo afectivo especial.

Son los frutos de ese campo, de esa naturaleza salvaje y atractiva. Cazarlos implica su existencia

Entonces, ¿por qué se cazan?

Porque son el orgullo de quien los ha criado de esa forma tan indirecta como efectiva que consiste en cuidar su medio y su entorno. Son los frutos de ese campo, de esa naturaleza salvaje y atractiva. Cazarlos implica su existencia. La dificultad en hacerlo el orgullo de haber conseguido no interferir en su salvajismo, pese a haber posibilitado mayor éxito en su reproducción.

Es difícil entender la relación entre cazadores y caza si quien lo pretende se empeña en hacerlo desde la obtusa y limitada perspectiva de la muerte. También si se centran en una visión humanizada de ésta última, porque la muerte es vida desde el momento en que nada que no viva puede morir, como nada que no nazca puede vivir y procrear. Y por todo ello, la caza es vida y naturaleza, porque su base es la procreación y el respeto a lo salvaje y silvestre. La caza es garantía de supervivencia.

  • Antonio Conde Bajén es miembro del Real Club de Monteros
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