Cine
Festival de Berlín: Depresión en la inauguración
Calles con poca iluminación, vallas que impiden al público acercarse a los actores y directores... La pandemia marca el inicio del Festival del Berlín
Berlín inauguró su 72º Festival Internacional en medio de severas medidas sanitarias que le han quitado todo el lustre de los años anteriores en un clima de pandemia que, desde hace dos años, no cesa de modificar hábitos públicos y privados.
Así, en lugar de asistir a festejos de inauguración, a desfiles de astros y estrellas del cine mundial y a encuentros multitudinarias en homenaje al séptimo arte, nos encontramos con calles apenas iluminadas, a vallas que impiden a la gente acercarse al palacio del festival y a camiones y tiendas que reparten diariamente, de 7 a las 3 de la madrugada, cientos y cientos de tests antigénicos para cumplir con las directivas del gobierno y de los organizadores, que no se fían de los certificados de las triples vacunas.
En este clima depresivo, la 72ª Berlinale trata de estar a la altura del honor de ser la primera manifestación cinematográfica del año en Europa que se celebra de manera presencial (ya Rotterdam y Sundance se habían visto obligadas a realizarlo a distancia y en streaming).
Como anticipando esta sensación depresiva, se pusieron muy a tono los dos primeros films del concurso, el austríaco Rimini de Ulrich Seidel con su descripción de la triste decadencia de un cantante famoso, y el francés Peter von Kant, de François Ozon con su historia de amor no correspondido entre un maduro director de cine y su joven nuevo descubrimiento.
Seidel, uno de los mejores documentalistas austríacos, se hizo famoso con una trilogía, Paradies, donde con macabro gusto del kitsch relataba historias de de inadaptados e inadaptadas que trataban de superar lo más dignamente posible la sordidez de sus vidas diarias.
En una Rímini insólitamente nevada y neblinosa para ser una de las más populares rivieras del Adriático, el otrora famoso Ritchie Bravo se gana la vida encontrando a sus viejos fans y endilgándoles sus éxitos canoros del pasado sin desdeñar un dinerillo derivado de sus proezas sexuales.
En su vida, ajena a toda hipótesis de autocrítica, irrumpe una hija abandonada desde hace años que no solo le exige el pago de su educación, sino que le introduce en su casa todo un camión repleto de refugiados sirios.
Filme melancólicamente exasperado hasta la depresión, Rimini es un nuevo intento de Seidl de repeler al espectador con un film que repugna y a la vez fascina.
Ozon es uno de los directores más prolíficos del cine francés, –55 años y 47 títulos en casi otros tantos años de carrera– y que tiene la particularidad de no encasillarse en un estilo sino de sorprender en cada momento al espectador.
Lanzado mundialmente en 2000 por este mismo festival de Berlín con Gotas de agua fría sobre piedras calientes, inspirado en un texto de su amado Rainer Werner Fassbinder, Ozon vuelve con otro argumento del que fue niño terrible y enorme innovador del nuevo cine alemán en particular y mundial en general.
Peter von Kant es el remake de Las lágrimas amargas de Petra von Kant con una diferencia: el protagonista no es una diseñadora de moda que se arruina la vida por un nuevo amor, sino un director de cine que hace lo mismo con su nuevo descubrimiento.
Denis Ménochet hace una creación de su personaje, a la vez engreído y esclavo de sus deseos, y que hasta tiene un parecido físico con el mismo Fassbinder, secundado por una rediviva Isabelle Adjani, modelo de acertada sobreactuación.
El filme hace de la teatralidad virtud y Ozon nos vuelve a sorprender con una maestría narrativa que hace honor a su larga carrera.