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16 de septiembre de 2024

Bitelchus

Fotograma de la película «Bitelchús, Bitelchús»

Cine

'Bitelchús, Bitelchús', un canto a la familia envuelto en los delirios de Tim Burton

Los seguidores del director californiano disfrutarán de la película, pero tendrán que reconocer que esta no aporta nada significativamente nuevo

Tim Burton ha preparado un cóctel en el que ha incorporado todas sus esencias, estéticas, temáticas y dramáticas, al servicio de una historia que se presenta como la secuela de Bitelchús, estrenada en 1988. Sin duda, los seguidores del director californiano disfrutarán de la película, pero tendrán que reconocer que esta no aporta nada significativamente nuevo.

Ambientada en la actualidad, Lydia (Winona Ryder), que cuando era jovencita sufrió el acoso del fantasma malévolo Bitelchús (Michael Keaton), es ahora una mujer adulta madre de una adolescente, Astrid (Jenna Ortega). Aquella maldición del pasado parece olvidada hasta que vuelve a su casa de Winter River y empieza a tener visiones en las que se le aparece Bitelchús. Todo indica que la puerta del Más Allá va a volver a abrirse con consecuencias inesperadas para todos.

Esta historia fantástica y surrealista esconde dentro un asunto muy real y cercano: la familia. Y está entendida como algo positivo a pesar de sus contradicciones. Al contrario de otras producciones de Burton, aquí la figura paterna tiene un valor constructivo y bueno en el tejido de las relaciones familiares. Por otra parte, en todas las cintas de Burton existen outsiders o personajes incomprendidos, y en esta ese papel le toca a Astrid, que como buena adolescente, es la incomprendida por excelencia. A lo largo de la película redescubrirá el vínculo con su madre y con su padre. Y también descubrirá el amor juvenil. Y en todos estos asuntos Burton no patina, no es ambiguo ni tontea con las modas del «todo vale» y «todo da igual».

El envoltorio de esta sencilla trama de relaciones familiares es delirante, como no podía ser de otra forma: feísta, escatológica y gamberra, con una puesta en escena de comedia negra y con muchos homenajes al expresionismo alemán en su faceta terrorífica. Eso aleja al público infantil, pero ignoramos si atraerá al juvenil, dado su tono visual tan arraigado en su filmografía ochentera y noventera.

Este coctel burtoniano incluye además simbología cristiana —en el film todo el mundo se casa por la Iglesia—, y pequeños momentos de crítica social. Esto último se ve claramente, por ejemplo, en la escena de la boda, en la que mete un rejón al mundo de las redes sociales, influencers y adictos al móvil. También merece nuestra atención el aspecto musical de la película con una selección irónica de canciones que arrancan las carcajadas del público.

El resultado es una película que no hará historia, pero que se ve con agrado, por supuesto, siempre que se acepten los presupuestos feístas del horror burtoniano. A fin de cuentas, y debido al argumento del film, este no deja de ser un autohomenaje de bombo y platillo.

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