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En la victoria y en la derrota (Win or Lose) está disponible en Disney+

En la victoria y en la derrota (Win or Lose) está disponible en Disney+Disney/Pixar

Crítica de series

'En la victoria o en la derrota': Pixar en la era post-ideológica

Pixar regresa al enfoque arriesgado y novedoso con su primera serie de animación original

El béisbol, tan ajeno a España como la petanca a Estados Unidos, es un deporte de errores. Quien haya intentado batear una bola que vuela como un proyectil envenenado sabe que el strike es casi tan habitual como encestar en el basket. No importa su popularidad variable, puesto que desde Toy Story las propuestas de Pixar se han caracterizado por su habilidad para ubicarse en un terreno de juego inédito, desde el que darle la vuelta al calcetín e insuflar sentimiento y drama en lo ordinario: juguetes que temen ser reemplazados, monstruos que dependen del miedo infantil para subsistir, sentimientos personificados que luchan por el control emocional de una niña. Ahora, con En la victoria o en la derrota, el estudio del flexo se adentra en el terreno del deporte infantil para narrar algo tan complicado como habitual: la inevitable colisión entre nuestras percepciones de la realidad y la verdad de los hechos.

Pixar regresa así al enfoque arriesgado y novedoso con su primera serie de animación original. Porque la historia de un equipo de softball (un béisbol light, para que nos entendamos) que se prepara para el gran partido de la temporada despliega una óptica particular: la de la subjetividad, los ángulos imposibles y los relatos fragmentados. Esto último conforma el primer reclamo narrativo de la serie: una estructura centrípeta.

Cada episodio reescribe la final y sus alrededores desde el punto de vista de un personaje distinto: la jugadora con problemas familiares que se despeña por la mentira, el árbitro con un patológico pasado amoroso, el entrenador al borde del ataque de nervios o la mamá fan que no puede llegar a todo… Así durante sus ocho episodios. Lo más sabroso de esta apuesta narratológica –que tiene el precedente de rigor en la clásica Rashomon de Kurosawa (o, en la televisión reciente, con The Affair)– es que el espectador va acumulando detalles con la vista cambiada, obligado a reordenar las piezas del puzzle. Esas lágrimas del primer episodio adquieren sentido al siguiente o ese desamparo de la muchachita con el desinterés materno resulta ser justo lo contrario, una defensa a ultranza y una devoción a prueba de balas.

Pixar no solo multiplica la focalización narrativa, sino que la materializa estéticamente con gracejo, exprimiendo las posibilidades de la animación como lenguaje subjetivo. Así, un personaje agobiado por la responsabilidad carga sobre sus hombros con una criatura cada vez más gigantesca y opresiva, y otro con problemas para relacionarse despliega una armadura para decir no a las propuestas. A veces la imagen se distorsiona, otras se fragmenta, en las de más allá se colorea con trazos de videojuego (deliciosa la escena Tinder) o adopta el dramatismo de una huida terrorífica. Es el remedo de la percepción personal: cambiante, caprichosa y, sobre todo, anímica, es decir, adulterada por nuestros complejos y nuestros miedos.

Más allá de su experimento formal, Win or Lose funciona porque mantiene el ADN Pixar: esa síntesis de humor y emoción. No obstante, a diferencia de pelis anteriores, al menos en los cuatro episodios que se han emitido hasta la fecha, la serie trata temas inesperadamente oscuros para una propuesta dirigida (también) al público infantil: el peso de la vergüenza en la construcción del yo, la sensación de no haber recibido el amor suficiente en la infancia, la depresión ante las relaciones humanas, el cuestionamiento de la propia capacidad para ser madre o cómo la ambición puede corromper incluso a los más nobles. De momento, hay más BoJack Horseman que Cars en esta historia sobre la dificultad para ganar o, para ser más precisos, sobre lo fácil que es perder. O, parafraseando a ese extraño chaval enchufado a un biberón de Fanta que ejerce de coro griego, «quizá, quizá, puede que ganar solo sea una cuestión de cómo lo veas».

Es la misma adaptabilidad que han mostrado los directivos de Disney tras años de polémicas y decepciones por surfear la ola woke. Bob Iger, CEO de la compañía, anunció en diciembre que se retirarían de las «guerras culturales» y el primer paso fue la eliminación de una trama sobre un deportista transgénero en esta serie. La justificación oficial buscaba reconciliarse con la neutralidad tradicional de la compañía: «Muchos padres preferirían discutir ciertos temas [sensibles] con sus hijos, en sus propios términos y cuando lo consideren oportuno». Se percibe aquí un repliegue estratégico tras los recientes batacazos en taquilla de algunas películas y series etiquetadas, en muchos casos con razón, como ejemplos de sobrecarga ideológica. Disney parece optar por un perfil más bajo en temas polémicos, evitando conflictos con un sector del público que rechaza cualquier atisbo de agenda progresista en el entretenimiento infantil.

Más allá de este paisaje corporativo que se reivindica como post-ideológico, En la victoria o en la derrota sigue explorando temas profundos, incluso incómodos, aunque ahora desde una mirada más humanista –esto es: universal– que militante. Quizá ahí radique su gran acierto: una serie que quiere evidenciar que la madurez no es solo cuestión de edad, sino de perspectiva.

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