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Imagen de la primera película de Hitchcock en Estados Unidos

La primera película de Hitchcock en Estados Unidos acaba de cumplir 85 años

Cine

La novela que Hitchcock odiaba y convirtió en su primera obra maestra americana

Se cumplen 85 años del estreno de la película con la que el director inglés debutó en Hollywood

En 1939, Alfred Hitchcock era un director de fama mundial por la popularidad que sus películas, británicas todas, tenían en Estados Unidos. No en vano, El hombre que sabía demasiado (1934) y 39 escalones (1935) le habían convertido prácticamente en un director estrella, antes de que ese término existiera. En Reino Unido, además, se le veneraba. Era popular, famoso y tenía una libertad creativa casi total.

Por eso, cuando el todopoderoso productor norteamericano, David O. Selznick, llama a Hitchcock para llevar al cine la adaptación de la novela de Daphne Du Maurier, Rebecca, el británico fue exactamente lo que le pidió: libertad. Dos años tardó Selznick en convencer a Hitchcock. Dos años de correspondencia y de promesas que el director no terminaba de creerse. Pero la guerra en Europa había mermado notablemente la industria cinematográfica británica y eso fue lo que acabó empujando al director a hacer las Américas.

Además, la crítica europea, más encorsetada y despreciativa con el cine de masas, despreciaba por insignificante las aportaciones de Hitchcock a la industria. Así lo diría el estudioso de Hitchcock, Donald Spoto, en Alfred Hitchcock: la cara oculta del genio: «La reacción de los círculos académicos británicos hacia el cine había sido siempre despectiva, pues consideraban que era una industria creada por las clases medias con destino al consumo por las clases bajas. La obra de Hitchcock era considerada por esas élites como poco más que un entretenimiento aceptable. Sin embargo, los estadounidenses estaban entusiasmados por el trabajo del realizador». Así que, en 1939, Alfred Hitchcock de 40 años, llega a Hollywood.

La película cuenta la historia de Maximilian de Winter que, de vacaciones en Montecarlo, conoce a una joven sencilla de la que se enamora y a la que se lleva consigo a vivir a Manderley, una aristocrática mansión inglesa que parece estar imbuida por el espíritu de la primera esposa de Maxim, muerta un año antes en extrañas circunstancias. La película será un viaje de descubrimiento de la segunda señora de Winter por el pasado de esa casa donde el fantasma de Rebecca parece estar siempre presente de manera obsesiva para unos y misteriosa, para otros.

Hitchcock despreciaba la novela. Era para él un billete de entrada a Hollywood y por eso había aceptado dirigirla. Pero con sus condiciones. La primera es que quería arrebatar al filme de todos los elementos de novelita femenina a lo hermanas Brontë que tenía el texto original y que a él le aburrían muchísimo. Trabajó incansablemente por quitarle el halo romántico y añadirle otro más siniestro, hasta el punto que, tras leer uno de los borradores del guion que Hitchcocok le envió, Selznick le contestaría: «Hemos comprado Rebecca y tenemos intención de filmar Rebecca». La primera imposición del productor fue, por tanto, que el autor teatral y adaptador cinematográfico, Robert E. Sherwood, reescribiese el guion y que cambiara, obligatoriamente, el final de la novela, pues en ésta, Maxim de Winter asesinaba a su primera esposa y según las consignas del Código Hays esto era inconcebible.

Con todo, Hitchcock se rodeó de colaboradores británicos para sentir que el proyecto no se le iba de las manos. Primero, porque los adaptadores iniciales de la novela, Philip MacDonald y Michael Hogan, eran ingleses. Segundo, porque su estrecha colaboradora y revisora de guiones, Joan Harrison, había viajado con él desde Inglaterra para darle al guion el toque de sus trabajos anteriores y que Hitchcock impuso como coguionista. Y, tercero, porque su elenco internacional de actores (Joan Fontaine había nacido en Japón, Geroge Sanders, en Rusia y Judith Anderson, en Australia) estaba capitaneado por el también británico Laurence Olivier. Por todo esto, muchos consideran que la primera película americana de Hitchcock fue, en realidad, su última película británica.

Al director se le hizo pesado trabajar con Selznick, que le bombardeaba con interminables memorandos en los que comentaba todos y cada uno de los aspectos del filme, desde el ancho de las cejas de Judith Anderson, a una revisión casi diaria del presupuesto, pues Hitchcock había pedido cerca de 950.000 dólares y el productor se lo redujo en un 20 %. Además, el productor pretendía que Hitchcock rodara cuatro páginas al día, un ritmo endiabladamente rápido, y se presentaba sin avisar en el rodaje para supervisar lo que ahí sucedía. Con todo, y pese a las discrepancias y roces entre ambos, que fueron muchos, juntos rodarían tres películas más: Recuerda (1945), Encadenados (1946) y El proceso Paradine (1947).

Rebecca, además, recibió 11 nominaciones al Oscar: mejor película, director, actor principal -Olivier-, actriz principal -Fontaine-, actriz secundaria -Anderson-, guion adaptado, fotografía en blanco y negro, dirección de arte en blanco y negro, efectos especiales y música. Y, aunque se llevó sólo dos, película y fotografía, fue la producción más nominada en la carrera de Hitchcock y la única por la que ganó el Oscar a mejor película.

El resultado es un filme que, si bien no puede considerarse totalmente hitchcockiano, pues tiene menos intriga, oscurantismo y sentido del humor que la mayor parte de sus películas, no cabe duda de que tiene algunos elementos absolutamente suyos. Rebecca es una obra maestra rotunda y definitiva que abrió las puertas del maestro del suspense a un Hollywood que le esperaba con los brazos abiertos y para el que hizo todavía una docena más de obras maestras.

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