Feria de Sevilla
El Juli salva el Domingo de Resurrección con el único toro que correspondió el buen hacer de los toreros
El torero madrileño cortó dos orejas en el quinto en una tarde resplandeciente de ambiente y figuras en Sevilla, con sobresaliente actuación en la lidia y en las suertes
Los alamares largos de Morante y el silencio en memoria de Chicuelo, el hijo, casi resucitaron Sevilla a pesar de estar más viva que nunca. Estrenaba montera el de la Puebla y recibía a Farfonillo, colorao, con los primeros olés en el capote «apretao». Con un pase y un recorte de bata de cola lo dejó encaminado al caballo, del que salió tropezando como antes ya había hincado los cuernos.
Morante lo cuidó, armando los hombros como si le animara a pasar por una arcada. Se quedó sin picar el animal, sin sangre, doliente en banderillas, como correspondía a la flojura que había que tratar como a un bonsái. Lo dejaba respirar hondamente Morante al rebrincador que se quedaba en los descansos con la lengua fuera. Lo intentó el sevillano con pases únicos, pero no había más, apenas un derechazo con el que se abrió el torero saludando al sol.
Destellos esporádicos, pinchazo y muerte a la segunda de media estocada y Aviador para El Juli, melocotón que el madrileño metió en el segundo capotazo como en un agujero negro de puro mando y sapiencia. Si Morante había dejado con bata de cola al suyo, Julián abandonó al propio corriendo, sin mano y sin mirar. Rafael de Paula apoyaba los mofletes en las tablas columbrando a otro toro que había que mimar.
Silbaba la Maestranza la fuerza escasa mientras escuchaba de reojo al clarín al que antes se le había escapado una nota. La segunda serie fue la buena. Las zapatillas como pies de elefante, todo lo contrario que las manos del meano, y la mano mandante que hasta levantaba al Aviador derrengado, que fue cayendo en barrena sin solución.
Los colores eran la característica más destacable de los Núñez del Cuvillo, que iban aclarándose, de colorao a melocotón y jabonero para Roca Rey, que se lo fue llevando a los medios mejorando verónica tras verónica y finiquitando allí, en un recorte casi mecánico, maquinal. Había que cuidarle también y así se hizo. El segundo puyazo fue casi el dedo de la creación de Adán.
Estaban estupendos los de plata. La lidia precisa y preciosa. Lo citó largo en los medios Andrés, procurándose su toreo. Pero embestía el toro como un topo metiéndose en su madriguera: culeando antes de desaparecer. Todo estaba bien, menos el toro, los toros. Toreó con gusto y con cabeza Roca Rey, pero se empeñó el tercero de la tarde en afearle la faena que remató el peruano con la estocada de la tarde, de momento.
Turista, el segundo de Morante, ya vino negro. Se partió una mano en el capote. El Juli pidió la puntilla y el presidente lo confirmó. Había expectación por tan difícil y desafortunada suerte, pero no falló el puntillero. Todo seguía siendo perfecto en las formas, también las de los toros, que no las maneras. El sobrero encendió los ánimos de Morante y de los tendidos. De tan poco bravo ni embestía. No había medio de torear la cosa, así que el de la Puebla lo mató para disgusto (y también alivio) de todos.
«Feo» le llamó Morante, y con eso ya estaba dicho todo. La esperanza resucitó en el largo saludo de El Juli a Gavilán. Levantaba el madrileño el capote y al dejarlo caer se deslizaba el toro despacio, muy despacio, doblando el tronco el torero en la media. Hizo el quite Roca Rey por chicuelinas y tafalleras sin moverse. Una y otra, una y otra y la media para rematar. La plata seguía brillando, más aún con el brillo de las luces encendidas.
Brindó en los medios El Juli y le achuchó desde allí sin respiro. Animó el inicio poderoso, la primera tanda en genuflexión, el tronco recto como en un ejercicio perfecto de yoga. La segunda continuó, la tercera amenazó y en la cuarta al natural el de Velilla de San Antonio se estiró, despatarrado, bajándole bien, regustándose en el remate. Con la derecha hizo lo mismo en la serie última, rápida como toda la faena, sacándole todo lo que tenía antes de matarlo entre aplausos, la petición y una oreja merecida y otra excesiva, aunque cueste decirlo por la actitud inagotable, 25 años de alternativa ya, del gran torero madrileño.
Iba a jugársela Roca Rey con otro culebreador que se le colaba al llegar al cuerpo. No se movía el limeño manejando quinientos quilos con muñeca y valor que no lucían por la condición del oponente, que miraba todo el tiempo, como deslumbrado, la claridad del vestido del matador. Lo mató con otro estoconazo sobrado que cerró el gran Domingo de Resurrección, el gran festejo taurino del año, con permiso de la Beneficencia de Madrid.
Ficha de la corrida:
Morante de la Puebla, silencio y silencio.
Julián López «El Juli», silencio y dos orejas.
Roca Rey, silencio y palmas.