Alejandro Villena: «Hay adolescentes que pasan más de mil horas consumiendo pornografía»
Según el especialista en Sexología Clínica, «la pornografía se ha convertido en un menú a la carta en que cabe todo tipo de denigración, todo tipo de perversión»
Alejandro Villena ha estudiado Psicología clínica en la Universidad CEU San Pablo y ha ampliado su formación tanto en esta entidad con en la UNED (Máster en Sexología Clínica y Salud Sexual). Es director clínico y de investigación en la Asociación Dale Una Vuelta (DUV), un proyecto de ayuda contra la adicción a la pornografía, e investigador en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).
Además, es coordinador la Unidad de Sexología Clínica y Salud Sexual en la consulta del doctor Carlos Chiclana, donde también trabajan dos docenas de profesionales. Acaba de publicar en Planeta el libro ¿POR qué NO? Cómo prevenir y ayudar en la adicción a la pornografía, en el que, entre otros muchos detalles, señala cómo la pandemia disparó el consumo de este tipo de contenidos.
–¿Qué es pornografía? ¿Por qué la Venus de Willendorf o la Venus del espejo de Velázquez no son pornografía?
–La pornografía actual y la manera de representar los desnudos ha cambiado tanto en forma como fondo. Ha cambiado en forma porque el formato que se consume no tiene nada que ver con una representación artística, ni siquiera con erotismo, sino que es una representación audiovisual extrema, intensa y diseñada a conciencia. La intención es incitar la excitación del que lo consume, no la apreciación de la belleza. Y la intención no es solo provocar al consumidor, sino aptarlo para que sea un usuario frecuente. Es la transformación del sexo en producto de consumo, en lugar de ser una experiencia humana y compartida.
–Cuando hablamos hoy de pornografía, ¿estamos hablando de Playboy o de otra cosa de una entidad muy distinta?
–Sin duda alguna. Primero, porque Playboy, al fin y al cabo, era una representación sugerente, lo que se llamaba pornografía soft. Ahora es completamente explícito. Y más allá. La pornografía se ha convertido en un menú a la carta en que cabe todo tipo de denigración, todo tipo de perversión, incluso la violencia, la violación, el incesto y parafilias o zoofilias. Y no hace falta adentrarse en la deep web para acceder a pornografía de violación o de incesto; la encuentras fácilmente en Google, o al cabo de un par de navegaciones por Internet.
–Usted habla de violencia. ¿Se debe a que la pornografía desboca la excitación y las pulsiones más elementales? ¿Esto genera una distorsión en las relaciones y el modo de percibir la sexualidad? A fin de cuentas, la pornografía proyecta una sexualidad irreal.
–Eso es lo que nos indican los estudios: a mayor consumo de pornografía, mayor probabilidad de impacto en estas áreas. Yo distinguiría tres grandes bloques. Uno, el relativo al modo como construyo un imaginario sobre el cuerpo, sobre la belleza y sobre la manera como tengo que relacionarme sexualmente, sobre todo, cuando soy adolescente y no tengo capacidad de discernir, o no he conocido todavía la sexualidad en la vida real. Cuando los adolescentes comparan ese ideal sexual –derivado de la pornografía– con su sexualidad real, se provoca una frustración muy alta y una presión de rendimiento que muchas veces se traduce en el segundo bloque: el impacto en la propia relación sexual. A veces hay dificultades para alcanzar la excitación, para llegar al orgasmo. Somos la sociedad con peores relaciones sexuales de la historia; en los adolescentes hay más disfunciones sexuales que nunca, y menos fantasías sexuales. Cuando hablas con los jóvenes en consulta, te das cuenta de que la pornografía es su único referente, y no son capaces de desarrollar su propia imaginación de forma natural. Tienen dificultades a la hora de excitarse y relacionarse porque se han acostumbrado a una manera muy digital y muy artificial de vivir la sexualidad. Y luego está el tercer bloque, el de la violencia. Según los estudios –como uno que vamos a publicar dentro de poco en una revista de impacto académico–, a mayor uso de pornografía, mayor probabilidad de violencia, de agresividad verbal y física, estereotipos de género, visión de la mujer como un objeto, tendencia a culpar a la víctima de una violación en lugar de al agresor… La pornografía incorpora una narración de mujer sometida y provocativa, una narración donde el hombre es el dominante.
–¿Cómo ha cambiado el acceso y las consecuencias de la pornografía? En 1980, había algunas revistas y, en tal o cual gasolinera, el póster de una chica exuberante y guapa que sonreía.
–Imagínate la exposición a una radiación nuclear. Porque, por un lado, está el tipo de radiación y, por otro lado, la cantidad de horas que uno recibe la radiación. Todos recibimos radiación, por ejemplo, mediante una radiografía, que es algo muy puntual y esporádico. No es lo mismo que estar todo el día expuesto a pruebas TAC, y tampoco es lo mismo que una devastación nuclear como en Chernóbil. Esto es lo que ha pasado con la pornografía. Antes, ¿durante cuántas horas estaba expuesto un adolescente a una revista de Playboy? Tampoco era tanto tiempo. Además, con aquel tipo de exposición, no te quedaba más remedio que dar rienda suelta a la imaginación para desarrollar tu propia fantasía. Pero la pornografía actual es una pornografía en la que se pueden pasar horas y horas consumiendo. De hecho, hay adolescentes que pasan más de mil horas, cuando tienen un uso problemático en los siete años más clave de la adolescencia. Además, el tipo de pornografía al que están expuestos no es una imagen sugerente, sino que es un vídeo completamente diseñado para impactar a nivel cerebral, para activar todo el componente de recompensa del cerebro, lo cual produce dependencia.
Los pacientes tardan de uno a tres años en recuperarse de la adicción a la pornografía
–Cada vez aparecen más noticias de violaciones grupales de niños de diez o quince años a niñas aún más pequeñas. Usted ha señalado la relación entre pornografía y violencia. ¿También esta?
–Sobre la vinculación entre violencia y pornografía, podemos plantear un símil con los accidentes de tráfico. Cuanto más alcohol se consume, más probabilidad hay de accidente de tráfico. Depende del tipo de alcohol, de la cantidad y de la persona que lo consuma. Y hay otras explicaciones para los accidentes de tráfico: no revisar el coche, exceso de velocidad, cansancio del conductor… Con la pornografía y la violencia, sucede lo mismo. Hay una relación directa a diferentes escalas, en diferentes niveles. Esta violencia sexual entre los adolescentes viene modelada por la pornografía y de una manera muy denigrante. Y se añade el componente de grabación. El hecho de que se pueda grabar es una novedad, implica mayor riesgo, y mi sensación es que le da un componente de deseabilidad social. Aporta un plus de reconocimiento completamente malentendido. En una sociedad en la que Internet es «lo que mola», todo lo que tenga que ver con Internet incentiva a los adolescentes.
–¿Cuál es hoy la edad de inicio en el consumo de pornografía?
–Según un estudio que se realizó en España con 3.000 jóvenes —que es una muestra poblacional muy amplia—, la edad media del primer contacto con la pornografía se sitúa entre los nueve y once años. Me parece muy preocupante porque creo que es indicativo de cómo la industria de la pornografía pretende llegar lo antes posible a los jóvenes para engancharlos.
–¿Hasta qué punto la pornografía condiciona en los jóvenes el desarrollo de una visión deformada de la relación sexual?
–Sí, esto es también consecuencia de un aprendizaje «pornonativo»; te encuentras con adolescentes que te preguntan si este tipo de prácticas, en caso de que sean consentidas, están bien. Y cuando preguntas al resto de la clase o al resto adolescentes, te dicen que a nadie le apetece sufrir esa violencia. No parece que sea algo natural en el ser humano, sino impuesto. Probablemente porque la industria de la pornografía ha detectado que eso tiene un mayor impacto en el sistema de excitación fisiológica, y que puede producir adicción. El caso es que, hablando de agresividad, de violencia, te encuentras con testimonios de chicas jóvenes, de mujeres que, para agradar al hombre o porque creen que es lo que le gusta al hombre, se encuentran realizando determinadas prácticas que ni les gustan, ni las desean, ni las disfrutan. Pero van erotizándolas, y condicionando su excitación a ello. Y acaban cogiéndole el gusto. De igual modo que determinados pacientes psiquiátricos recurren a las autolesiones para calmar su dolor emocional. De esta manera, hay pacientes que se relacionan así con la pornografía violenta. La emplean como una forma de replicar ese daño que han recibido, de calmar otros daños previos, lo cual implica un componente traumático.
–En su libro habla del caso de un niño que accede a la pornografía a los 9 años, y que a los 17 acude a su consulta por adicción grave. A este niño sus padres, para que no se aburriera, lo uncieron a un móvil casi siendo un bebé, y ya era usuario avanzado de YouTube con tres años. ¿Es desaconsejable aproximar a los niños a las pantallas?
–Cuanto más se pueda retrasar la tecnología, mejor. Organizaciones mundiales recomiendan que, de los cero a los tres años, nada de pantallas, y que luego vaya siendo muy progresiva la exposición. Yo diría lo mismo, y cuanto más se pueda posponer, mejor. Hay muchas formas de entretener al niño o de ayudarle a gestionar las emociones y a que se le pase un berrinche. Si, desde pequeño, le voy enseñando esa asociación de pantalla y tecnología y gestión de las emociones, no va a tener recursos para enfrentarse a la vida real, y aún peor cuando sea adolescente, con muy poco autocontrol, muy poca capacidad para gestionar los impulsos, para dirigir la conducta. Estamos enlenteciendo el desarrollo de unas funciones cognitivas que van a ser muy importantes en la etapa adulta.
–A tenor de su experiencia profesional, ¿es fácil ayudar a los adictos y desengancharlos de la pornografía?
–No, no es fácil. Llevamos solo diez años con tratamientos eficaces o que hayan mostrado eficacia. El uso problemático de pornografía –lo que se llama, según la OMS, el comportamiento sexual compulsivo– parece cada vez más similar a las adicciones. Hablamos de dopamina, de deterioro en las funciones cognitivas, deterioro del sueño. Y las adicciones son resistentes, hay recaídas. En los tratamientos hay diferentes perfiles de pacientes, y no es sencillo. Los pacientes tardan de uno a tres años en recuperarse, con momentos complicados durante la terapia; algunos abandonan el tratamiento por frustración, por impotencia… Hay casos extremos, como el de quienes han sufrido abuso sexual, y otros casos en que incluso hay complicaciones legales, como sucede con la pornografía infantil.
–¿Qué cara se le queda a usted cuando le viene un paciente de quince o veinte años que le dice que consume porno desde los nueve y que ya está consumiendo pornografía infantil?
–A lo largo de los años he entrenado una cara de póker muy buena y podría dedicarme a esto profesionalmente. Pero no dejo de sorprenderme. Es un tema complicado, íntimo, que genera muchas emociones también al terapeuta. Por suerte, estamos entrenados para poder digerir, distanciarnos, cuidarnos y vivir también una vida fuera de la consulta.
Somos la sociedad con peores relaciones sexuales de la historia
–¿En algún momento se ha planteado usted dejar esta profesión?
–Sí, claro que lo he pensado. Supongo que como cualquier profesional. A veces te lo cuestionas, pero luego te vienen a la cabeza todos los pacientes a los que has podido ayudar. Sabes que llevas muchos años andando un camino donde has formado un conocimiento, una experiencia, una sabiduría para poder ayudarles, y al fin y al cabo ese es el motor que me hace también seguir día a día.