Gala, más allá del jardín cordobés
A este novelista, dramaturgo, poeta y ensayista, se le daba especialmente bien hablar de Córdoba, la ciudad que le vio crecer y que arropó sus dificultades juveniles
Altanero, presumido, rencoroso, maniático, recargado e irónico pero absolutamente magistral, curioso, valiente, atrevido, atractivo, enamoradizo y elegante, Antonio Gala se nos ha ido a los 92 años, después de casi cinco décadas de una «mala salud de hierro». La conversación entre Ciro Guevara y Palmira Gadea en Más allá del jardín, bien podría asemejarse al retorno del magnífico escritor a su amada Córdoba de adopción, donde se ha dormido en la residencia de estudiantes de la fundación que lleva su nombre.
–Ciro: Qué bien se está aquí. Qué placidez. Dan ganas de quedarse para siempre. Los Ángeles es todo lo contrario.
–Palmira: Quizá te haya llegado la hora de volver definitivamente.
–Ciro: ¿A morirme, quieres decir? Prefiero este jardín al mundo, que no es tan tranquilo, ni tan ordenado, ni tan limpio.
Con trece novelas espectaculares, treinta obras de teatro, seis libros de poesía, diez obras biográficas, cinco guiones de cine y cientos de artículos, ensayos e incursiones en la televisión y la prensa, Gala ha sido un escritor y filósofo con una carrera tan extensa y compleja como su nombre de pila, Antonio Ángel Custodio Sergio Alejandro María de los Dolores Reina de los Mártires de la Santísima Trinidad y de Todos los Santos.
A aquellos que hemos disfrutado leyéndole y escuchándole, probablemente nos vengan a la mente sus estupendas frases sobre la felicidad, que según este hijo adoptivo del Califato Independiente cordobés «es darse cuenta de que nada es demasiado importante» o sobre el concepto de hogar, que él defino como «aquel lugar donde somos esperados». Sensible, mimoso y mimado, peculiar, era capaz de trasladarnos a muchos mundos. Pero a este novelista, dramaturgo, poeta y ensayista, se le daba especialmente bien hablar de Córdoba, la ciudad que le vio crecer y que arropó sus dificultades juveniles y sus primeros anhelos.
La luz soleada de Córdoba, sus ventanas sin cerrar bien, sus rejas y sus patios, le inspiraron para siempre y le convirtieron en uno de los cordobeses más insignes de todos los tiempos; en un cronista ejemplar de su tierra chica. Pero no querría dejar atrás, además de la recomendación de leer su obra a aquel que no lo haya hecho ya, que en sus líneas dejaba ver su sufrimiento, sus enamoramientos y su irónico realismo determinista con una claridad que llegaba directa al corazón, con esa tremenda capacidad de comunicación que otorga el hecho de decir la verdad.
Antonio Gala, que aunque no creyese en Dios no paraba de hablar de Él, estará pontificando ahí Arriba, encontrándose con tantos amigos y enemigos de la vida y la profesión, seguramente montando algún corrillo en la entrada del Purgatorio o discutiendo sentado en una silla de enea con San Pedro, que le dejará entrar seguro al Cielo con el compromiso de que vaya de charla a la portería de vez en cuando. Que Dios bendiga a Antonio Gala y que le permita seguir guiando a Córdoba por esos estrechos callejones de la historia, hasta que la bella durmiente que le vio crecer recupere el esplendor, tanto tiempo escondido.