Sensitivity readers
El texto que sigue reproduce un fragmento del libro Cultura de la cancelación. No hables, no preguntes, no pienses
Puede que el acontecimiento más significativo del extremo al que ha llegado en nuestros días la fuerza del grupo para crear sus propios espacios de influencia, y aislarse de cualquier otra idea o norma «contaminante» sea la proliferación de los denominados safe spaces en centros educativos y empresas. Se trata de «zonas seguras», espacios habilitados por la entidad por convicción propia o a petición de un determinado colectivo, y reservados a personas pertenecientes a estos grupos vulnerables y con un historial de discriminaciones, en los que ninguna creencia o expresión que no sean las compartidas por la generalidad del colectivo puede manifestarse en su círculo de reunión. Esta idea parece haber servido de base para las insignias creadas por Google My Business para las empresas agregadas a su plataforma Google Maps. Los propietarios pueden escoger marcar sus negocios como «Dirigido por mujeres», «LGBTQ-friendly», «Espacio seguro transgénero» o «Black-owned».
Otra aparición significativa reciente que previene sobre la concurrencia de ideas que pueden «molestar» a determinados grupos o «herir la sensibilidad» de las personas pertenecientes a un colectivo son los trigger warnings, avisos sobre el contenido de un libro, película, serie o cualquier otra realidad cultural que se cree puede tener un impacto emocional sobre el individuo. Lo habitual hasta el momento era que los trigger warnings alertaran sobre contenido violento y sexual no apto para determinadas edades, o bien escenas que por su formato podían dañar a personas con trastornos psíquicos o neurológicos, como la epilepsia, la depresión o la ansiedad. Es decir, contenidos que podían generar un trauma real en personas muy concretas acotadas por variables objetivas como la edad o su condición médica.
Sin embargo, ahora estos avisos se presentan al comienzo de obras culturales que, por la época en que fueron escritas o producidas, tenían visiones muy distintas a las actuales sobre determinadas realidades, y podían no mostrar la misma sensibilidad hacia ciertos colectivos; o bien para señalar la presencia de ciertas ideologías o causas sociales. Por tanto, su presencia deja de tener conexión con la evitación de traumas reales, para convertirse en una advertencia sobre contenidos con los que podrías no estar de acuerdo o sentirte molesto, para ahorrarte leerlos o visualizarlos, y no sufrir el estrés que podrían producirte. Hablamos de obras maestras de la literatura como Las aventuras de Tom Sawyer (1876) o Las aventuras de Huckleberry Finn (1884) de Mark Twain, por su lenguaje racista; o de icónicas películas del cine clásico como Lo que el viento se llevó (1939), por mantener los estereotipos raciales –en este último caso, la cadena de televisión y plataforma de streaming HBO optó por el trigger warning como medida de contención ante las voces que pedían directamente su exclusión del catálogo–. O de transgresores títulos como Lolita (1955) de Vladimir Nabokov o Muerte en Venecia (1971) de Lucino Visconti, por su misoginia o su violencia sexual.
No solo los clásicos, también recientes novelas como la galardonada El ferrocarril subterráneo de Colson Whitehead, ganadora del Premio Pulitzer (categoría de ficción) en 2017, y suprimida con carácter permanente de la lista de lectura de la Universidad de Essex debido a «preocupaciones sobre sus representaciones de la esclavitud». Whitehead es ganador del Pulitzer en dos ocasiones –2017 y 2020–, un logro doble muy poco frecuente. Además, es afroamericano.
Quizá el fallo de Whitehead estuvo en no contar con uno de los denominados sensitivity readers o «lectores de sensibilidad», personas pertenecientes a una minoría o colectivo oprimido que se incorporan al proceso de revisión y edición de una obra literaria para comprobar si la representación de su colectivo podría resultar ofensiva. Todo ello con el objetivo de identificar fragmentos inadecuados para retirarlos del texto final y así evitar polémicas. Esta práctica redunda en la idea de que solo las personas que pertenecen a, o comparten una raza, sexo u orientación sexual tienen derecho a pronunciarse sobre las causas, efectos y problemáticas de sus colectivos. Redunda en esta idea, y además la traslada a la literatura y el arte en general, limitando o inhibiendo así la libertad creativa de escritores y artistas. Aplicar esta medida para decidir sobre la validez de una ficción literaria, donde el valor y atractivo de la creación artística reside precisamente en imaginar y proyectar mundos, personajes y tramas alejados en numerosas ocasiones de la identidad del propio autor y de sus lectores, ocasionaría la cancelación de buena parte de las grandes novelas del pasado; las actuales, esas quedarían reducidas a insulsos argumentos buenistas.
Ejemplo reciente y sonado de estos recortes de sensibilidad es el final alterado que el director de escena Leo Muscato planteó en 2018 para la ópera Carmen de Georges Bizet, interpretada en el teatro Maggio Musicale de Florencia. Muscato anula el final ideado por Bizet, por los libretistas Ludovic Halévy y Henri Meilhac, y la novela de Prosper Mérimée en la que se basa la ópera, un final en el que don José mata a Carmen, alentado por la idea de que el final original podía aumentar el número de feminicidios en Italia. En cambio, decide que sea Carmen la que mate a su agresor (1).
En el ámbito de la literatura infantil y juvenil se aplican con mayor asiduidad si cabe estos cambios, preocupados como están los editores de que nuestros hijos crezcan «seguros». Aquí no hay trigger warnings para prepararles ante el daño irremediable que puede ocasionar el texto a niños y jóvenes. Las obras son sometidas a la censura, sin más.
En 2019, la Comisión de Género de la escuela pública Tàber de Barcelona, un centro escolar dependiente de la Generalitat, sometió a revisión el catálogo de obras que formaban parte de su biblioteca infantil. Como resultado del estudio, al menos el 30 % de las obras, unos 200 títulos, entre ellos los tan conocidos La leyenda de Sant Jordi, Caperucita roja y La bella durmiente, fueron catalogados como racistas, estereotipados y machistas –a la mujer se la relaciona sobre todo con la maternidad, la crianza y el amor romántico– para ser finalmente vetados; no olvidemos que de La bella durmiente se ha dicho en círculos feministas que promueve la cultura de la violación, dado que el príncipe besa a la protagonista sin su consentimiento mientras duerme. Preguntada la escuela acerca del veto, sus responsables, al menos en un primer momento, rehusaron de hacer comentarios al considerar inadecuado el tratamiento dado al proyecto, prefiriendo «no participar en ningún debate» (2).
Otra muestra prototípica: en el ochenta aniversario de la publicación del primer volumen de la saga superventas mundial Los Cinco (Los Cinco y el tesoro de la isla) de la escritora británica Enid Blyton (1897-1968), la editorial Juventud reeditó la colección con «retoques». La editora Elodie Bourgeois declaró en prensa que «había formas verbales anticuadas, un vocabulario que los niños de hoy no entenderían. Había que actualizar el lenguaje» . Entre los cambios, la sustitución de «sucio gitanillo» por «pequeño», o «menos mal» en lugar de «gracias a Dios». ¿De verdad un niño no entiende lo que es dar «gracias a Dios», o son los herederos de Blyton y los editores quienes no lo entienden y no quieren que se entienda?
El artículo de prensa en el que se comenta esta «actualización» se titula Los Cinco cumplen 80... y no están en peligro (3). Más bien todo lo contrario. En realidad, las etiquetas que imponen las zonas seguras y los avisos previos segregan, más que ayudan a generar un verdadero sentido de comunidad en sociedad. Refuerzan la identidad de pequeños grupos aislados –una identidad victimista– a la vez que merman nuestra capacidad de encontrarnos y entendernos en nuestras diferencias. Se trata a las personas como adultos «menores» de edad, niños que no están preparados para enfrentar la injusticia y el dolor, y plantear una reflexión constructiva sobre ambos que nos permita aprender del pasado.
Ante la retirada de libros del grupo Russell, el propio secretario de Estado de Educación de Reino Unido, James Cleverly, declaró que sin estas lecturas es muy complicado entender «lo que sucedió en el pasado, los cambios que han ocurrido, cómo han mejorado las cosas y qué otras mejoras aún deben realizarse. Si estás revisando constantemente lo que sucedió, es realmente difícil saber cuánto progreso hemos logrado» (4).
Este texto reproduce un fragmento del libro «Cultura de la cancelación. No hables, no preguntes, no pienses» (Ciudadela, 2023, 2ª edición).
Notas
- Verdú, D. (2018, 10 de enero). El cambio radical y feminista del fin de ‘Carmen’ escandaliza a Italia. El País.
- La Sexta (2019, 11 de abril). Una escuela de Barcelona retira 200 cuentos de su biblioteca por sexistas.
- Abelenda, A. (2022, 12 de septiembre). «Los Cinco» cumplen 80... y no están en peligro. La Voz de Galicia.
- De las Heras, M. (2022, 13 de agosto). Prestigiosas universidades británicas han empezado a retirar libros «desafiantes» de autores clásicos para «proteger» a los alumnos. El Debate.