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El ministro de Cultura, Ernest Urtasun (a la derecha) junto al director del Museo Reina Sofía, Manuel Segade

El ministro de Cultura, Ernest Urtasun (derecha) junto al director del Museo Reina Sofía, Manuel Segade (en el centro)Twitter

Urtasun, 'Altsasu', los ataques a los museos y la falsa culturización del mal

Nunca en la historia de España se había visto un caso mayor de sectarismo e indocumentación en un ministro de Cultura

Nunca se había asistido a la irrupción de un ministro con un sectarismo tan atávico, se diría que irracional. Tampoco nunca había habido un Gobierno en España con tan demoledoras características. La sensación de derribo, de derrumbe, es común. También es común la angustiosa sensación de que no se puede hacer nada para contener el desplome. La descolonización de los museos españoles es «imparable», pero «lenta», ha asegurado la comisaria y experta en arte, Semíramis González, quien añade que se trata de un «proceso global».

España está gobernada por un presidente que no ganó las elecciones y ese presidente, en vileza (no en virtud) de sus poderes y legitimidad reales ha conformado un poder ejecutivo hecho de retales de lo peor de cada casa en el sentido de lo peor para España de los territorios que la odian y quieren destruirla. De Altsasu y la normalización de la equiparación de las víctimas del terrorismo en una tendencia perversa a la también perversa revisión de un colonialismo global que en España nunca existió.

Por esto ha llegado el ministro para ocuparse de la Cultura española con la intención de quitarle todo lo español de lo que sea capaz. A las pruebas, o mejor que a las pruebas, a las ideas, hay que referirse. Que no quede ni un resquicio de cultura en España sin ideologizar. Las «performances» (como las «performances» del Congreso) cobran protagonismo frente al arte sin adjetivos ni nuevas denominaciones. Es la reinvención del mundo. Del arte, del ministro, de la sociedad, de las relaciones... Dice Manuel Segade, director del Museo Reina Sofía, que la descolonización en el arte actual es un «asunto ineludible porque las prácticas artísticas no dejan de situarlo en el centro de la creación».

Para eso ha venido Urtasun, con la exigencia de Sumar y del tapado independentismo (o lo que surja) del escrache de los Comuns de Ada Colau (quien también ha colocado a uno de los suyos, Jordi Martí, como secretario de Estado), la exactivista de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) que hoy tiene su pedacito de Gobierno (el ministerio le fue ofrecido directamente a ella por Yolanda Díaz) gracias a los acuerdos delirantes que deciden el rumbo de España. El mismo Segade, paradigma del nuevo comisario artístico, dedica Dispositivo 92. ¿Puede la historia ser rebobinada?, a «cuestionar los efectos nocivos del imperialismo, con especial hincapié en Latinoamérica».

El delirio (real) es intentar cambiar el rumbo, por parte de la coalición Frankenstein, como hacer cambiar el rumbo de un buque en el infernal Cabo de Hornos. Los españoles son los tripulantes removidos por las olas y el capitán un advenedizo sin capacitación ni galones para gobernar la nave. No sabe usar un sextante, pero da órdenes sobre los ángulos doctrinarios que aparecen entre las olas y entre las nubes como un lobo no de mar sino de lo público.

El barco, España, está ahora mismo al pairo, mientras un temporal pavoroso amenaza con hacerle naufragar mientras sus responsables le dirigen inexorablemente a la oscuridad de la prohibición (de la tauromaquia), a la burocracia de las direcciones generales, a la confusión de la ideología de género, al colonialismo indocumentado y fanático, a la descentralización de los museos, al agujero negro de la Agenda 2030, al laberinto de la jerga neocomunista, el blanqueamiento del entorno etarra, a la censura dirigida o al oxímoron ideológico.

Sin olvidar la propaganda y la crispación. La oposición ejercida desde el gobierno, renunciando al mismo gobierno. O la imposición de todo lo políticamente correcto. Un antiliberalismo cutre. La promoción de las lenguas regionales, Gaza como concepto en un solo sentido y como centro neurálgico de la cultura española a miles de kilómetros de ella. Dicen los nuevos gurús «culturales», como González o Segade, que todo «es parte de un proceso de restitución de memoria», y que pensar que hay lugares en los que están mejor algunas obras es una cuestión de «superioridad moral».

Ese es el concepto de Urtasun, Altsasu, los ataques a los museos y la falsa culturización del mal, de la mentira. Lo político y no lo cultural, la ignorancia esgrimida como argumento como el falso colonialismo español o el avivamiento de la hoguera de la leyenda negra con el propósito de arrasar todo lo que se pueda tras parapetos y eufemismos habituales y tan inquietantes como la diversidad o la sostenibilidad por el cambio climático.

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